Fundador de FALK Impellers y FALK Advertising Matters. Es consultor, comunicador, formador e impulsor de innovación y transformación en las organizaciones.

Un Periodista, sí con la “P” mayúscula, es un metiche profesional. Un curioso incurable. Un tipo al que le pagan (a veces poco, pero le pagan) por hacer lo que a los demás nos enseñaron de chicos a no hacer: meter la nariz donde no lo llaman. Su laburo es dudar del poder, desconfiar de la versión oficial y, sobre todo, insistir en la pregunta incómoda, esa que desarma el relato prolijo que nos quieren vender.

En esta Era de la Humanidad Aumentada (EHA), con el bocho a mil entre algoritmos que te conocen mejor que tu vieja, creo que nunca fue tan necesario homenajear a estos artesanos de la verdad. Porque su oficio, que muchos dan por muerto, es hoy el antídoto más potente que tenemos contra la estupidez envasada.

Del plomo a los datos

Pensemos en el origen. El 7 de junio de 1810, un chango brillante llamado Mariano Moreno fundó la Gazeta de Buenos Ayres. No era un simple diario. Era un arma cargada con la munición más peligrosa: las ideas. En un continente que se estaba pariendo a sí mismo, la Gazeta fue la herramienta para “aumentar” la conciencia de un pueblo, para explicarle que podía ser libre.

Desde esa imprenta a leña hasta hoy pasaron 215 años. Las herramientas se transformaron pero no cambiaron. El periodista de hoy tiene en su bolsillo una corresponsalía global. Pero la misión, en el fondo, sigue siendo la misma: contar una historia y fiscalizar al poder. La tecnología “aumentó” sus capacidades, pero también le trajo nuevos molinos de viento para pelear.

El enemigo de Moreno era la censura del virrey. El de hoy es más denso: no es la falta de información; es el tsunami de desinformación. Es el algoritmo de TikTok o de X al que no le interesa la verdad, sino tu indignación. Descubrieron que nos enganchamos más con lo que nos enoja que con lo que nos une. Y nos encierran en burbujas donde todos piensan igual. Y el que no piensa igual, es el enemigo.

En este pantano, el periodista de raza es el que se calza las botas y chapotea en el barro. Es el que contrasta, el que verifica, el que llama a cinco fuentes distintas. Es el que, como decía George Orwell, se dedica a contar lo que alguien, en algún lugar, no quiere que se sepa.

Remington del periodista aumentado

Entonces, ¿la Inteligencia Artificial es una amenaza? Sí, para el periodismo mediocre del copy-paste. A ese, un algoritmo lo jubila mañana.

Pero para el verdadero periodista, el razonamiento computacional (RC) es como darle a Rodolfo Walsh una Remington superaumentada. Una máquina que no solo tipea, sino que puede analizar miles de documentos en segundos, transcribir una entrevista mientras la hacés y encontrar patrones en bases de datos que a un humano le llevarían años.

La IA le regala al periodista lo que el fuego le regaló al Homo Erectus: tiempo. Y con ese tiempo puede potenciar la calidad de las historias que cuenta con su pluma o con su voz.

Tiempo para lo que ninguna máquina puede hacer: la repregunta filosa, la empatía para contar una historia con humanidad, el olfato para intuir que detrás de un dato frío hay una noticia, y el juicio ético para decidir qué publicar.

El periodista aumentado no es el que deja que ChatGPT o Gemini le escriba la nota. Es el que usa su Remington digital para investigar más rápido y así tener más tiempo para lo esencial: gastar suela, hablar con la gente y mirar a los ojos.

Un brindis por los metiches

Así que hoy, en su día, levanto mi copa por todos los periodistas. Por los que se fuman sesiones interminables en una legislatura, por los que la reman en un medio del interior y por los que se juegan el pellejo contando lo que nadie se anima. A pesar de los sueldos flacos, las presiones y el cinismo, todavía creen en este oficio demencial y maravilloso.

En la Era de la Humanidad Aumentada, donde la verdad parece un artículo de lujo, su trabajo no es solo importante. Es un acto de supervivencia para la democracia y para nuestra propia salud mental.

Gracias por seguir metiéndose donde no los llaman. Lo necesitamos más que nunca. Y gracias a LA GACETA, gracias a mi tocayo Van Mameren y, años atrás, a La Nación por dejar “jugar” a ser periodistas. No encuentro nada más humanizador que contar historias. Lo hacemos desde hace millones de años y lo seguiremos haciendo dentro de millones más.