El ritmo es frenético en San Martín 1.154. Una marea de arquitectos, diseñadores, paisajistas, pintores y técnicos especializados en todas las variantes imaginables de la construcción trabajan contra reloj. La misión es transformar el antiguo y señorial edificio de la Sociedad Extranjera en el Espacio DAR 2025 y la cuenta regresiva no da respiro. Entre el polvillo que cae, implacable; los taladros y martillos que no descansan y los obreros que transportan materiales de acá para allá, la arquitecta Ana Lía Chiarello maniobra con destreza y va desgranando la historia de una casa emblemática para el patrimonio de la ciudad. Tiene mucho para contar.

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Allá por 1868, la Sociedad Extranjera de Socorros Mutuos y Beneficiencia nació en un contexto de emergencia, determinado por las epidemias de cólera y de fiebre amarilla que asolaban al país. Fue una de las primeras instituciones mutualistas en Argentina y jamás estableció distinciones por nacionalidad.

“Su espíritu era solidario y universal. Brindaba asistencia a todo inmigrante que lo necesitara, especialmente en momentos de crisis sanitaria”, explica Chiarello. De esa matriz abierta surgirían, más tarde, otras asociaciones de colectividades específicas: la española, la francesa y la italiana. Por eso, en la memoria histórica se la conoce como la “madre de sociedades”.

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Superada la emergencia epidémica, la institución amplió sus funciones. Incorporó servicios de ayuda social, apoyo económico y actividades comunitarias que acompañaban la vida cotidiana de los inmigrantes. Se convirtió en un espacio de encuentro, identidad y solidaridad. Para eso necesitaba una casa acorde con semejantes propósitos, proyecto que nació a principios del siglo XX y se cristalizó con la inauguración en 1924.

El edificio que hoy sobrevive como testimonio de aquella época se levantó en un punto estratégico, ya que la calle San Martín (antes llamada Las Heras) conecta la plaza Independencia, corazón político y social de Tucumán, con la estación del ferrocarril Central Córdoba.

“La proximidad con la estación de tren respondía al flujo migratorio -explica Chiarello-. Si bien la principal de pasajeros era la del Mitre (frente a la plaza Alberdi), alrededor de todas las estaciones solían instalarse hoteles y servicios. La zona tenía un dinamismo particular, vinculado a la llegada de los inmigrantes y al comercio”. Con el correr de los años sobre la San Martín se consolidó la city bancaria y fue en ese entramado urbano de progreso y modernización que la Sociedad Extranjera consolidó su casa.

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La institución encomendó el proyecto al arquitecto Luis Lucena, acompañado por el constructor Oreste Peruzzo, un dúo de profesionales que marcaría una huella en la fisonomía urbana tucumana. Ambos habían trabajado en residencias y edificios institucionales de gran calidad, y su nombre quedaría asociado a obras de alto valor patrimonial como la Casa Sucar, hoy Casa Museo de la Ciudad.

“Lucena se destacaba por su destreza en la adaptación de los estilos arquitectónicos de moda, especialmente el academicismo francés, que en esos años era símbolo de prestigio”, apunta Chiarello.

El academicismo francés, dominante en Buenos Aires en las últimas décadas del siglo XIX, llegaba con cierto retraso a las provincias, pero mantenía intacto su poder de evocación. En Tucumán, este lenguaje arquitectónico era sinónimo de distinción, y los clientes lo elegían como forma de legitimar su lugar en la modernidad. Como la Casa Nougués o la Casa Cainzo, el edificio de la Sociedad Extranjera es un exponente claro de ese estilo. Su fachada, originalmente tratada con revoque imitación de la piedra París, ofrecía un aspecto sobrio y elegante.

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“Las cartelas, guirnaldas, óculos y los imponentes mensulones que sostienen el balcón forman parte del repertorio ornamental francés -detalla Chiarello-. Pero lo más destacado es, sin dudas, el conjunto escultórico que corona el tramo central, probablemente obra de los escultores Perinotti y Colotti, los mismos que intervinieron en los frisos de la Casa Sucar”.

Ese trabajo escultórico, visible en la parte superior de la fachada, funciona como remate simbólico y estético de la construcción. Cada detalle, desde la proporción de los balcones hasta la simetría de las aberturas, responde a un ideal de armonía académica. Lo sorprendente es la cantidad de tucumanos que no suelen reparar en la presencia de esas magníficas esculturas. Tal vez por no seguir el consejo de Juan B. Terán, ese de enfocar “la vista en el cielo”

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Chiarello efectuó un análisis detallado de la propiedad. “La fachada es rigurosamente simétrica, mientras que el edificio consta de dos plantas, y un entrepiso -destaca-. Originalmente, en la planta baja se ubicaban dos locales comerciales con acceso desde la calle y un destacado ingreso central, que, por medio de una imponente escalera conducía a los sectores propios de la Sociedad ubicados en la planta alta. En la planta baja se encontraban además locales de servicio y un salón de juegos en el sector trasero”.

“Los locales comerciales se resolvieron con doble altura, lo que permitió generar un entrepiso sobre la sala de juegos, también destinado a esparcimiento: sala de ajedrez, biblioteca y sala de lectura -añade-. En la planta alta, una importante sala de fiestas ocupaba el lugar central hacia la calle, precedida por un hall donde llega la escalera. Hacia el sector posterior se hallaba la terraza jardín”.

Durante muchos años, la sala de fiestas se alquiló para eventos particulares y hasta los años 2000 el Rotary Club se reunía en sus salones.

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La restauración respeta la esencia original del inmueble, pero lo adapta a usos contemporáneos. Así, los salones que alguna vez albergaron reuniones mutualistas y encuentros sociales se transforman de la mano de la creatividad. Es un escenario ideal, teniendo en cuenta las posibilidades que brinda el edificio en su estructura. En uno de los balcones se colocará una de las llamativas pelotas naranjas que pueblan la ciudad y forman parte de la campaña “Foco”, orientada a concientizar sobre la necesidad de cuidar el patrimonio.

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La casa de la Sociedad Extranjera sobrevivió a décadas de transformaciones urbanas que borraron buena parte del patrimonio edilicio de San Miguel de Tucumán. Pero mientras muchas construcciones de las primeras décadas del siglo XX cedieron ante la presión inmobiliaria, este edificio logró resistir.

“Hoy adquiere un valor de escasez -advierte Chiarello-. Es uno de los pocos ejemplos que quedan en pie de la arquitectura de ese período. Y su rescate no sólo implica preservar una obra arquitectónica, sino también una parte de la memoria colectiva vinculada a la inmigración y al asociacionismo tucumano”.

Ese doble valor -arquitectónico e histórico- convierte al inmueble en un referente patrimonial. El renacer del edificio llega de la mano de Espacio DAR, propuesta que en el marco de la muestra 2025 propone abrir las puertas de la casa al público y poner en valor su legado.

“Estas iniciativas actúan como catalizadores -destaca Chiarello-; ya que no sólo revalorizan el inmueble, sino que generan nuevas dinámicas urbanas. Por eso espero que la apertura de Espacio DAR en este edificio revitalice todo ese sector de la ciudad”.