Por Matías Carnevale
Para LA GACETA - BUENOS AIRES

-¿Cómo surgió la idea para el libro, considerando que, fuera de la academia, no abundan los ensayos contemporáneos sobre Shakespeare?

-Llegué a Shakespeare por el romanticismo. Empecé a leer ensayos y autores de forma desorganizada hace once años. El primero fue La compañía visionaria: Wordsworth, Coleridge y Keats, de Harold Bloom. Y desde ese momento sentí curiosidad, básicamente porque Bloom se negaba a definir el romanticismo. Luego seguí leyendo autores románticos, hasta que me di cuenta de que la gran lucha que había dado el romanticismo había sido por instalar a Shakespeare como el autor canónico que ha sido desde principios del siglo XIX. Entonces, escribir sobre Shakespeare era escribir sobre cómo funcionaba el canon o cómo se gestaba.

-Confesás que solo viste una obra del Bardo representada en escena. Para los actores argentinos, desde Alfredo Alcón en adelante, Shakespeare ha sido el desafío máximo para probarse en las tablas. Hace no mucho se repuso Hamlet, protagonizada por Joaquín Furriel, mientras que Pompeyo Audivert se atrevió con Macbeth. Desde que escribiste aquellas líneas, ¿has vuelto a ver alguna obra shakesperiana?

-De las que mencionas la única que quise ir a ver, y me la perdí, fue Habitación Macbeth. Quería ir porque sentía que en la lectura de Macbeth había algo incompleto, que quizá me lo podía dar la representación. Después me di cuenta de mi error: la representación no me iba a dar nada, me iba a confundir más. Tengo un defecto, me cuesta mucho sentarme y ver las actuaciones, la iluminación y la puesta en escena, sin distraerme del texto y verme afectado emocionalmente por todo lo que ocurre en el escenario. Pese a ello, desde hace 30 años soy un lector de teatro, y me gusta mucho leer ensayos de teatro. Me cuesta nada imaginarme una puesta en escena. A todas las obras de Shakespeare las leí así. Pero también leí ensayos sobre Shakespeare que escribieron Alexander Pope, Herder, Samuel Johnson, Isaac Disraeli, Víctor Hugo, William Hazlitt, Jan Kott y Harold Bloom. El libro lo pensé como Personajes de Shakespeare, de Hazlitt; es decir, recuperando la obra de Shakespeare para la poesía y prescindiendo del teatro en tanto representación.

-También observás que, en el cine, Shakespeare ha tenido más que ver con el cine arte que con las expresiones populares y que tus experiencias con adaptaciones no han sido del todo gratas…

-Me interesaba remarcar que, cuando se repite ese lugar común de que hoy nadie lee a Shakespeare, esa percepción es incorrecta. Porque cuando un escritor se convierte en clásico y en uno como él, la obra no solo está en los textos, sino también -y con mayor fuerza- en la cultura, que ha sido permeada por décadas. Chespirito no solo debe su nombre a una aliteración del apellido Shakespeare, sino también porque adaptó -y vimos en sus sketches- La comedia de las equivocaciones y Cuento de invierno. En general, en los culebrones está presente Shakespeare. Por eso es tan grande. Quien vea a Shakespeare como de alta cultura, se equivoca: nació como un autor popular y hoy está y vive en la cultura popular.

-El genio pareciera ser producto de una serie de condiciones que exceden lo meramente individual y hacen posible su existencia. En tu libro señalás que “todo autor genial abreva o se beneficia de su generación”. ¿Qué autores del período isabelino destacarías, en relación con Shakespeare?

-Hace poco salió en Chile un libro muy ambicioso que quiero leer, se titula La invención de Shakespeare, de Christian Torres; entiendo que es más un trabajo sobre un contemporáneo suyo: Cristopher Marlowe. Hace unos meses, transgrediendo mis principios, fui a ver Eduardo II, de Marlowe, con la dirección de Alejandro Tantanian. Me llamó la atención de que fuera la primera obra inspirada en las crónicas de Raphael Holinshed, de quien después Shakespare tomó como fuente de inspiración para Enrique IV, Ricardo II y Macbeth. Sin Marlowe quizá no hubiera existido Shakespeare. Pero Shakespeare tenía una generación que excedía a Marlowe: Ben Jonson, Edmund Spenser, John Donne, autores que en la época isabelina eran más importantes que Shakespeare.

-Son muchas las conexiones que hallás entre Shakespeare y la literatura argentina… Borges, Aira, Gamerro, por nombrar algunos autores. ¿Qué podés destacar de ellos?

-Hay una definición que da Rüdiger Safranski que dice que genio no es más que “una vida suficientemente fuerte como para no dejarse obstaculizar” por nada. Un genio es quien avanza con su arte pese a todo. Y obviamente Borges y Aira calzan con esa definición. Lo curioso en Borges es que decía que Shakespeare no era suficientemente inglés. La cita exacta aparece en el Borges de Bioy y dice: “Shakespeare, con su irresponsable elocuencia, parece un sinuoso judío italiano, jamás un inglés; nada de understatement, nada de la pasión inglesa por el mar…”. Y luego agrega que tiene la pasión peronista. Y Aira tradujo dos obras: Cimbelino, que se puede leer como una novela, y Trabajos de amor perdidos, una obra que podría pasar perfectamente por aireana.

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