El frío no detuvo a nadie. Tampoco la lluvia que durante buena parte del martes castigó a la Capital y al Gran Buenos Aires. En el “Predio Lionel Messi” de Ezeiza, la Selección Argentina llevó adelante una práctica abierta para la prensa, la penúltima antes del duelo de Eliminatorias frente a Venezuela. Afuera, en la entrada principal, se respiraba ansiedad: familias, grupos de amigos, chicos con camisetas albicelestes y banderas celestes y blancas esperaban por una oportunidad única, la de ver de cerca a sus ídolos.

El operativo de seguridad fue imponente. Gendarmes distribuidos en varios puntos, conos naranjas que delimitaban la circulación y revisiones exhaustivas a cada vehículo que intentaba ingresar, hasta los baúles eran inspeccionados con minuciosidad. Nada se dejaba librado al azar en una semana especial para el capitán argentino y para un plantel que ya piensa en el último tramo de las Eliminatorias.

La práctica se desarrolló bajo la atenta mirada de las cámaras durante la primera media hora. Lionel Messi, sonriente, ingresó al campo junto a Rodrigo De Paul. El capitán viene dejando atrás las molestias musculares y se mostró distendido: compartió bromas con Leandro Paredes y con sus compañeros.. En las canchas auxiliares también trabajaron algunos juveniles, como Claudio “Diablito” Echeverri, que se sumó pensando en el Mundial Sub-20. Mientras tanto, Lionel Scaloni ensayaba variantes, acomodando piezas para suplir la ausencia de Enzo Fernández y evaluando la condición física de Nicolás Otamendi, que llegó con lo justo en lo físico.

La actividad finalizó pasadas las 18.30, pero recién a las 19 se encendieron las luces del micro oficial de la Selección. Allí se subieron el cuerpo técnico y algunos futbolistas. La salida fue rápida: el colectivo dobló hacia la autopista escoltado por móviles policiales, sin detenerse frente a los hinchas que, con sus celulares en alto, intentaban captar alguna imagen entre las ventanillas polarizadas.

Los jugadores que habían llegado en autos particulares salieron uno tras otro, también con los vidrios altos, casi sin dejarse identificar. Apenas se vio algún gesto tímido con la mano desde el interior, pero nada más. “Era imposible saber quién estaba adentro, con ese polarizado no se veía nada”, dijo en diálogo con LA GACETA  el fanático Carlos Juárez con su hijo en brazos, mientras la decepción comenzaba a hacerse evidente.

Los más esperados eran Messi y Emiliano “Dibu” Martínez, quien además celebraba sus 33 años. Muchos habían viajado kilómetros solo por la ilusión de cruzar una mirada, obtener una foto o recibir un autógrafo. La expectativa fue grande, pero el regreso a casa estuvo marcado por la tristeza. “Quería verlo aunque sea un ratito, nunca lo vi en persona”, decía Mateo, un nene de ocho años que agitaba con resignación una bandera argentina que ya mostraba las marcas del agua y el barro. Su mamá, que lo acompañaba, trataba de consolarlo. “Ya habrá otra oportunidad”, señaló Laura Morales.

Ese sentimiento se multiplicaba en cada rostro. Algunos grupos comenzaron a retirarse en silencio, otros cantaron tímidamente el clásico “Muchachos” como si fuese una forma de espantar la frustración. La ilusión de estar cerca del campeón del mundo, de ese capitán que a los 38 años encara posiblemente su último partido de Eliminatorias en suelo argentino, se había esfumado entre la rapidez de los vidrios oscuros y el estricto operativo de seguridad.

La escena contrastaba con lo que se vivió dentro del predio, donde el plantel se mostró distendido y enfocado en el partido del jueves.

Messi, rodeado de jóvenes como Julián Álvarez y Thiago Almada, simbolizó el puente entre generaciones. Scaloni, fiel a su estilo, se guardó la confirmación del “11” titular, aunque todo indica que el capitán estará acompañado en la delantera por la “Araña” y que Paredes reemplazará a Enzo Fernández en el mediocampo.

Ezeiza volvió a la calma

Al caer la noche, Ezeiza volvió a la calma. Los gendarmes recogieron los conos, las familias guardaron las banderas y los vendedores ambulantes bajaron las persianas improvisadas de sus carritos. El eco de las canciones se apagó lentamente en la autopista. El fútbol, una vez más, había dejado una postal agridulce: la certeza de que la Selección está lista para el próximo desafío, y la melancolía de cientos de hinchas que, a pesar de la espera, no lograron acercarse a los héroes que tantas alegrías les regalaron.

El jueves, en el Monumental, la historia será distinta. Allí, con  más de 80.000 personas alentando, Messi y compañía volverán a estar cerca de la gente. Pero para quienes estuvieron en Ezeiza, la jornada quedará grabada como la noche en la que la ilusión se transformó en nostalgia.