Etimológicamente, “analizar” es descomponer un todo en sus diferentes partes y abordarlo desde esa segmentación. Sobre la base de esa premisa, la poliédrica película “Homo Argentum” amerita una mirada separada de sus diversas dimensiones. Lo contrario, abrazar su totalidad sin miramientos, es participar irremediablemente de “la grieta” y, por tanto, encumbrarla de manera ditirámbica o demonizarla hasta el desprecio, con más razones ideológicas que argumentos cinematográficos.

La cuestión primera es que el filme tiene un actor excluyente: el multifacético Guillermo Francella. Se luce en los diferentes papeles, sin más recursos que el maquillaje (el cual sólo se cuida de que un personaje sea diferente a otro, pero sin ocultar a Francella) y su gestualidad. La versatilidad que exhibe es notable: puede pasar por las más diferentes y contrastantes estados de ánimo en cuestión de segundos y en el mismo plano. Una y otra vez.

Una segunda dimensión es la de la calidad de la película. Es de factura impecable, desde el punto de vista técnico, por la calidad de la fotografía, del sonido, de los planos, de los exteriores y hasta por los pequeños “textos detrás del texto” que se permite la realización. Como la participación del periodista de temas policiales Ignacio González Prieto en la cobertura de un hecho de inseguridad. O el debut cinematográfico de Milo J como el joven que mendiga en un restaurante y sueña con zapatillas. En esos detalles se nota la experiencia de Mariano Cohn y Gastón Duprat, realizadores de “El ciudadano ilustre”, de 2016; y de la serie “El Encargado”, en 2022, entre otras obras.

“Esencia argentina”

Un tercer aspecto es el del carácter antológico del producto. La película reúne 16 relatos que carecen de conexión sí, pero buscan, desde el título, exponer de qué se trata el “ser nacional”. Desentrañar de qué esta hecha la “esencia argentina” vendría a ser el “qué” de la película. Cuanto menos, esa es la pretensión de su título. En esa compilación de historias, unas resultan más acabadas que otras. Claro está, ello variará en la consideración de cada espectador.

Precisamente, dada la multiplicidad de relatos, habrá una multiplicidad de opiniones respecto de unas historias y de otras. Es decir, inevitablemente, habrá quienes considerarán mejor representados algunos estereotipos que otros. Acaso ahí radica una primera clave. Porque si el espectador se predispone a ver una película que reproduce algunos estereotipos de la argentinidad probablemente la experiencia será diferente que sentarse en una butaca con la expectativa de ver una película que, como manifiesta desde su nombre, pretende resumir la argentinidad misma en 110 minutos.

Algunas historias resultan muy logradas, como la de la cadena nacional del Presidente recién electo que enmudece cuando debe comunicar al pueblo de la Nación el estado de situación del país. También es acertado el sarcasmo que enfrenta la idealización que muchos compatriotas hacen de sus antepasados europeos que emigraron a estas australidades contra la realidad exagerada, pero descarnada, de la parentela que vive del otro lado del Atlántico. Otro pasaje muy lúcido es el caso del padre que presenta a sus hijos, a más de un año de haber enviudado, a su nueva pareja. La del sacerdote que gestiona un comedor comunitario en un asentamiento de emergencia es, directamente, una cachetada de realidad.

Sin embargo, no todos es aplaudible. Un cuarto filón de “Homo Argentun” es el de la estereotipación de las mujeres: en general, no es de lo más feliz. Son presentadas como promiscuas, como las del relato del guardia de seguridad; o extorsionadoras, como la de la historia del empresario que debe tomar un ascensor para ir a un restaurante; u oportunistas, como las de la familia siciliana a la que visita el constructor; o meras víctimas, como la que sufre el asalto en su propia casa; o resignadas, como la que despide a su hija que se va a Europa. Y las caracterizaciones disvaliosas continúan…

“Homo Portuarium”

Un quinto perfil está dado por un cierto ombliguismo porteño en las tramas. Todo ocurre en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o le ocurre a quienes la habitan, lo cual termina siendo doblemente injusto. Por un lado, con todo lo que excede a la capital de la Argentina. Porque el filme no se llama “Homo Portuarium”. Por otro lado, es injusto con los porteños, que terminan funcionando como una suerte de “chivo expiatorio” de la argentinidad, donde resulta que todos los argentinos somos maravillosos, salvo los que habitan esa ciudad. Y el contraste entre el desarrollo de la ciudad de Buenos Aires y, por ejemplo, el de las provincias del NOA y del NEA sería un indicador de que muchos de los maravillosos miembros del funcionariado del Norte Grande, a cargo de los sucesivos gobiernos a lo largo de la historia reciente, no parecen ser mejores que los tan criticados porteños.

El resumen, entonces, es que la película no cumple con la expectativa de su título: más que delinear los rasgos de la argentinidad, la película reproduce algunos arquetipos de personalidad. Visto desde esa perspectiva, severamente más humilde que la presentar al “ser argentino”, sí se está ante un producto de buena factura.

En todo caso, una última dimensión por abordar es por qué hay tantos argentinos que son tan severos en su mirada respecto de los propios argentinos. Dicho de otro modo, da la impresión de que para muchos compatriotas queda bien hablar mal de los argentinos. “Homo Argentum” hace alarde de ello, porque, en definitiva, es desaprobatoria de la argentinidad misma. En 1999 se estrenó “Belleza Americana”, que se llevó cinco premios Oscar, incluyendo el de “Mejor Película”. El estreno estuvo precedido por la expectativa en torno de un filme que miraba de manera crítica e irónica diversos aspectos de la vida estadounidense, pero lo que el largometraje de Sam Mendes satiriza, finalmente, es el “sueño americano”, vacío a fuerza de hipocresía y consumismo. “Homo Argentum”, en cambio, objeta lo que los argentinos son, o creen que son, desde el primer relato: comienza con una reunión social en la que el protagonista, encarnado por Francella, destaca los valores de los argentinos: la inteligencia, la solidaridad, la tenacidad, la fraternidad, la amistad, la idoneidad… Luego, la conducta de ese personaje desmiente por completo todo eso que se ha predicado.

No se trata de caer en las posturas chauvinistas que reivindican la argentinidad como lo mejor que le pasó a la humanidad junto con el descubrimiento de la escritura. La historia de nuestro país está estragada de desaciertos, perpetrados por argentinos y apoyados por argentinos. Sin embargo, ni errar es patrimonio exclusivamente argentino. Ni los errores argentinos son los peores de la historia. El “primer mundo” de las dos guerras mundiales, de los totalitarismos de entreguerra, del Holocausto, de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki y de las guerras de Corea y Vietnam, para “esconder los muertos en el placard”, necesitaría de un ropero con las dimensiones del que aparece en “Las crónicas de Narnia”. Y eso en lo referido tan sólo al siglo XX.

Entendible pesimismo

La Argentina, claro está, se encamina a cumplir dos décadas de una crisis que erosiona de manera impiadosa la calidad de vida, y la calidad de los proyectos de vida de los argentinos. El último cimbronazo del capitalismo, en 2008, estremeció al mundo. Pero buena parte del mundo se repuso. Este país no. Por el contrario, los escándalos de corrupción parecen ser lo único floreciente, con distintas intensidades, desde hace ya demasiadas décadas. De allí que las posturas pesimistas sean tan masivas como comprensibles.

En contraste, y contra toda clase de inestabilidades económicas, financieras y políticas, aquí se ha logrado sostener la democracia. No ocurre lo mismo, lamentablemente, en Venezuela ni en Nicaragua; y ahora tampoco en El Salvador ni en México. Múltiples factores operan en la resiliencia de la democracia argentina. Entre ellas, el compromiso democrático de los argentinos. Lo cual, ciertamente, habla muy bien del “ser nacional”.

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