La siguiente historia involucra al filósofo escocés David Hume y al propagandista nazi Joseph Goebbels, pero también, por extensión, a muchos de nuestros políticos contemporáneos (a unos más que a otros) y a todos quienes pretenden manipular las creencias o la conciencia de las masas con cualquier fin. Se trata, en concreto, del verdadero origen, trasfondo y proyecciones de la teoría de la propaganda de Goebbels. El asunto es sencillo, pero requiere analizarse por partes.
Crítica de la causalidad
Para David Hume (1711 – 1776), la relación entre una causa y su efecto no es algo material o físico que ocurra en la naturaleza, sino una construcción puramente psicológica del observador. Si pasamos una siesta calurosa junto a un río, por ejemplo, y notamos la tibieza de una piedra expuesta al sol, diremos que es el sol el que calienta la piedra, que es la «causa» de esa temperatura. Hume (que desconocía el fenómeno de la radiación, descubierto un siglo después) afirmaría que no, que entre el sol y la piedra no hay nada que los conecte, que ambos fenómenos son independientes, y que solo el hecho de producirse simultáneamente nos impulsa a creer que uno es la «causa» del otro. Tal creencia surge, además, por la frecuencia con que ambos fenómenos se presentan juntos: comprobamos en innumerables ocasiones que cuando hay sol hay alta temperatura en la piedra, y eso nos lleva a construir en nuestra mente la idea de vinculación causal. De manera parecida, Hume consideraba ilusoria toda idea de conexión causal entre fenómenos, no solo entre objetos que se encuentren a la distancia.
Goebbels y sus principios
La crítica humeana de la causalidad, aun siendo falsa, fascinó a Goebbels. La idea de que las personas creyeran con tanta fuerza en algo irreal por motivos puramente psicológicos lo condujo a la idea de manipulación. ¿Podría aplicarse a los fenómenos políticos y sociales? ¿Sería posible inducir a las personas a creer en conexiones causales entre fenómenos de la vida social a voluntad de un manipulador? La conclusión de Goebbels fue que sí, y que la clave para lograrlo estaba en la repetición. No de los hechos, ya que los fenómenos sociales son únicos y no es posible reproducirlos a voluntad, pero sí la repetición en el discurso que los narra: presentar con insistencia dos acontecimientos juntos para que surja en la conciencia del público una vinculación entre ambos.
De los once principios conocidos de la propaganda de Goebbels, uno, el de «orquestación», hace referencia explícita a la idea de repetición frecuente: «La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas». No se trata de repetir (como el malogrado pastorcito de la fábula) una mentira pensando que solo por eso alguien se la va a creer, sino de mencionar juntos hasta el cansancio dos fenómenos para imponerlos a la conciencia de las masas bajo la forma de una relación causal. Ejemplo: la presencia creciente de judíos en una sociedad y el advenimiento de una crisis económica.
En términos actuales: la alta inmigración y el aumento del desempleo. Cualquier par de hechos sociales independientes puede presentarse al público en conjunto, repetidas veces, y surgirá la creencia de que existe una vinculación causal entre ellos. Y junto con la vinculación causal aparece la idea de responsabilidad moral o de culpa. El instrumento para conseguirlo, está claro, son los medios de comunicación.
La cuestión ética
Aunque Goebbels fue un nazi convencido y fanático, sus principios (no formulados por él, sino reseñados con posterioridad) no tienen una relación necesaria con esa ideología, y valen para instalar o promover ideas políticas de cualquier signo, incluso para campañas de publicidad comercial: la exhibición constante de un producto junto a escenas de éxito social, por ejemplo, induce a suponer que el consumo de ese producto es la causa de tal éxito.
Es cuestionable, por supuesto, la intención manipuladora de las voluntades, sobre todo cuando los fines que se persiguen son discriminatorios o perversos, pero es falsa la identificación lisa y llana con el nazismo de quienes aplican estos principios. Algunas de estas estrategias se aprecian también en la literatura, más concretamente en el área de los estudios literarios denominada «Teoría de la verosimilitud», que investiga los mecanismos y estrategias que siguen los autores para alcanzar, dentro del ámbito de la ficción, la credibilidad en los personajes, las historias y los mundos o entornos construidos para su desarrollo. El recurso conocido como «redundancia» parece corresponderse con el sentido de la «repetición» antes mencionado, y consiste en la reiteración de determinados parámetros de comportamiento o regularidades que funcionan como base de las expectativas del lector. En definitiva: el escritor de ficciones, al igual que el manipulador social, intenta convencer a otros de algo que él mismo sabe inventado o falso, y utiliza para ello artimañas semejantes. Tengan cuidado.
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Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.