En poco tiempo, en estas páginas se reflejaron realidades diversas de la fauna autóctona del país. Tuvimos la imagen de la esperanza: en el Parque Nacional El Impenetrable, donde la yaguareté Nalá fue vista junto a su cría tras más de tres décadas sin registros de nacimientos en estado salvaje. También las postales sombrías de corzuelas que un cazador ilegal mató en Tucumán. Además, se conoció la condena a cuatro cazadores tras el ataque a un yaguareté en Formosa. A esto se suman los reportes frecuentes sobre los operativos contra el tráfico de animales. Todos estos artículos apuntan a una misma problemática: la desprotección y la fragilidad de las especies que habitan estas tierras.
Entre los grandes temas que tocan estas noticias están el tráfico de animales y la caza furtiva. Según la División de Delitos Rurales y Ambientales, las aves silvestres son las más traficadas en la provincia: en 2025 ya se rescataron 1.581 ejemplares, un 64% más que en 2024. Las especies más secuestradas por las autoridades son reinas moras, cardenales, jilgueros, catas y loros. También se detectaron casos de tráfico de reptiles y de mamíferos.
La polémica sobre la caza es otra arista de la información, apuntada específicamente a la superpoblación de especies invasoras en el país. La gran cantidad de jabalíes, ciervos axis y ciervos colorados genera desde hace unos cinco años un debate sobre cómo controlarlos, que terminan provocando graves daños ambientales y pérdidas económicas.
En provincias como Santiago del Estero y Catamarca se habilitó la caza ilimitada, aunque especialistas advierten que no es una solución definitiva ni adecuada. La paradoja es que esta fauna fue introducida en Argentina a principios del siglo XX para la caza deportiva y, sin control, los ejemplares se expandieron rápidamente. El jabalí es el caso más crítico: se cruza con cerdos domésticos, alcanza tamaños muy superiores a los de su lugar de origen y ocasiona pérdidas millonarias para el agro. Hay experiencias de control, como en el Parque Nacional El Palmar, donde se permite la caza regulada y la carne se distribuye en comedores. Sin embargo, animalistas y especialistas sostienen que deben explorarse alternativas menos crueles, dado que los animales son “seres sintientes” y que la caza masiva transmite un mensaje ético cuestionable.
La polémica sobre la cacería oscila entre la urgencia de reducir daños y la necesidad de respetar principios ambientales y éticos. A esta discusión se suma un factor económico: Tucumán atrae a cazadores extranjeros interesados en especies como palomas y patos, lo que ha derivado en un turismo cinegético en crecimiento. Todas estas informaciones están enhebradas por una misma realidad: la fragilidad de nuestras especies y de nuestro ambiente. El futuro de la biodiversidad no puede quedar librado a la improvisación ni a la ley del más fuerte. Si no hay políticas públicas firmes, consensuadas y sostenidas, corremos el riesgo de que la próxima generación ya no hable de la fragilidad de nuestras especies, sino de su ausencia.