La imprescindibilidad de lo imposible
Por Daniel Dessein
En este aniversario de la muerte de José de San Martín, reunimos artículos nuevos conjugados con otros ya publicados en este suplemento en distintos años. El conjunto ofrece distintos ángulos para enfocar la vida del héroe y del hombre.
La selección aborda la dificultad de la reconstrucción biográfica, las particularidades de la carne y el bronce, el uso de su figura, sus ideas sobre nuestra nación, el mensaje de la soledad del final.
De mi cosecha de recuerdos, en un día como hoy, rescato un intercambio de cartas entre el General Pueyrredón y San Martín, antes del cruce de los Andes, que suele recordar Santiago Kovadloff: “General San Martín -le dice Pueyrredón-, le estoy enviando 709 burros, 4.500 municiones, 609 bayonetas, 3.000 caballos (que es todo lo que pude conseguir), ropa para que haga los uniformes. ¡Y no me pida más, carajo! Porque lo que usted quiere hacer, es imposible”.
“General Pueyrredón -contesta San Martín-, gracias por el envío. Recibiré todo en los próximos meses. Le agradezco lo que ha hecho. Usted tiene razón. Lo que quiero hacer es imposible. Pero es imprescindible”.
La soledad ante la muerte*
Por Abel Posse
A veces tiene la suerte de ser visitado por lo que es para él la más noble de las músicas: el retumbar de los cascos cuando su regimiento azul iba tomando carrera y ya se ordenaba desenvainar sables y bajar lanzas. Si fuera poeta, si no fuera tan reservado, trataría de escribir para retener eso que siente. Trataría de decir que es algo grande, una exaltación suprema de la vida, como la culminación del amor.
Son amigos inolvidables. Los caballos del combate, los de las infinitas marchas por los despeñaderos, los del triunfo o los callados compañeros de la derrota que lo trajeron, con las cabezas bajas, como apunados, hasta su chacra en Mendoza.
¿Cómo puede haber gente que coma caballos?
Sabe que llamarán al doctor Jackson. Si fuera por él, mantendría escondida su muerte. Es cosa de mero pudor: dicen que el cóndor y el tigre se esconden para morir.
Por si viene Mercedes, se esfuerza en sentarse ante el escritorio. Cree adivinar en el muro el retrato de Bolívar, del que nunca se separó en sus viajes. Hace no mucho escribió a un amigo: «Es el genio más asombroso que tuvo América».
Desde 1830 está muerto. Sin embargo, lo siente vivo. Lo ve llegar con su fasto, su huracán de vida, sus impecables oficiales, rodeado de las mujeres más espléndidas. «César tuvo que haber sido así»…
Seguramente fue Alberdi, cuando vino a visitarlo, quien le contó que Bolívar dijo que «había arado en el mar». ¿Sí? ¿Hemos arado en el mar? ¿Nunca serán naciones civilizadas?
¿Será la Argentina para siempre una frustración, el eterno retorno del caos de la incapacidad?
Escucha voces desde abajo. Parece que monsieur Gerard dice que es el 17 (él ya no les encuentra significado a los números del calendario). Sabe que han llamado al doctor Jackson y hace un esfuerzo para llenar la caja de rapé, que le agrada al médico. Entonces siente el zarpazo que sabe final. El tigre que lo acecha desde las fiebres de Huaura esta vez lo venció. Se derrumba en el lecho.
Trató de calmar a Mercedes murmurando algo como «la tempestad que lleva al puerto». Se adormece. A veces surgen ráfagas de su filosofía íntima o atisbos del consuelo religioso. Pero nada agregan a su largo silencio ante la muerte. Nada puede rozar su misterio. Tiene la majestad de ese Aconcagua que le parece ver nítidamente recortado sobre el azul helado del espacio.
«¿Hemos arado en el mar? No, general Bolívar. Tal vez sea poco lo que hemos hecho, algunas cabalgatas heroicas… tal vez pudimos hacer más. Pero ellos harán el resto y mucho más, estoy seguro. Le digo que América será. La Argentina será.» En su susurro final había seguramente ya más fe que convicción: la cruel América, con su politiquería, había destrozado a sus héroes.
© LA GACETA
*Artículo publicado en 2017. Abel Posse (1934-2023) era miembro del Instituto Sanmartiniano.
Soldado argentino, héroe americano*
Por John Lynch
San Martín pasó más de dos terceras partes de su vida en Europa. Su carrera como libertador estuvo marcada por una cronología curiosa: 34 años de preparación, diez años de acción, 28 años de exilio. Su carrera americana se concentró en una década breve, desde el momento en que llegó a Buenos Aires el 9 de marzo de 1812 hasta su retirada de Perú el 20 de septiembre de 1822…
La grandeza de San Martín consistió en su habilidad para inspirar a los pueblos de Sudamérica a seguir a sus ejércitos y aceptar sus estrategias, lo que le permitió llevar la independencia más allá de las fronteras y los intereses nacionales y darle una identidad americana…
Las comparaciones son odiosas pero inevitables. Escribir una vida de Bolívar no es difícil…El historiador tiene que defenderse de Bolívar y proteger su propia versión de la Independencia contra el torrente de palabras con el que el libertador busca explicarse y convencer. San Martín es diferente. No poseía el estilo y la desenvoltura del general venezolano, su sentido de la decencia le hacía reticente a hablar de su vida privada y mantuvo una reserva natural acerca de su papel en las guerras independentistas. San Martín constituye un desafío para el historiador, que tiene que descubrir al hombre detrás del silencio…
Su estrategia se basó en la idea de que la revolución sudamericana no estaría completa hasta que la base del poder español en Perú fuera destruida; de que la ruta septentrional desde Argentina hasta Perú era impracticable debido a la hostilidad de los hombres y la naturaleza, y de que la única forma de avanzar era realizar un vasto movimiento de flanqueo, cruzar Los Andes hasta Chile y luego invadir el país por mar desde el Pacífico…
La carrera revolucionaria de San Martín es significativa en varios niveles: primero, como manifestación de una estrategia de guerra magistral que se tradujo en grandiosas hazañas militares en Los Andes y el Pacífico, comparables a cualquiera de las que tuvieron lugar en Europa durante la era napoleónica; luego, como colección de escenas dramáticas, desde la confrontación con Lord Cochrane en Perú hasta el punto muerto con Bolívar en Guayaquil; finalmente, como estudio sobre la forja y perdición de un líder…
Las clases dirigentes no fueron aliadas naturales de San Martín y el pueblo no aceptó automáticamente el costo de la revolución. Los argentinos terminaron viendo con recelo al general que había llevado su ejército más allá de las fronteras nacionales; los chilenos se hastiaron de la carga de una guerra extranjera; y las élites peruanas fueron distantes.
*Artículo publicado en 2009. John Lynch (1927-2018) es autor de San Martín, una de las biografías más destacadas sobre del prócer.
El único intocable*
Por Ricardo de Titto
Hacia 1816 a 1822 -años de gloria de San Martín- la Argentina no existía. Sí, hasta 1820, guardaron vigencia las Provincias Unidas del Río de la Plata como la Liga de los Pueblos Libres (incluyendo al actual Uruguay) y el Paraguay. Pero, así como al iniciar su campaña libertadora la Argentina no era tal, tampoco San Martín la vio jamás consumada: falleció dos años antes de nuestra primera Constitución como Estado nacional. Para ser exactos, por lo tanto, no corresponde que nos lo apropiemos y tampoco, en rigor, adosarle el título de “argentino”, aunque por supuesto, es parte sustancial de nuestra historia.
Pero ceñirlo a gloria nacional es forzado… ¿Acaso porque nació en Yapeyú, en la actual Corrientes?; ¿tal vez porque tenía tez “té con leche”, como arriesgan los antropólogos?, ¿o porque su gran ejército se forjó en Mendoza? Es evidencia, sin embargo, que completó su formación en la España borbónica -desde los 6 hasta los 34 años- y tras diez años de actuación en América -entre 1812 y 1822-, retornó a Europa donde falleció tras 27 años de exilio. Más aún; durante poco más de un año gobernó el Perú mientras que, en la actual Argentina, su único mando político ejecutivo fue como gobernador de la Intendencia de Cuyo, entre 1814 y 1816.
Más precisiones odiosas: en nuestro actual territorio libró un solo combate, el de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813, lucha en el que estuvo al mando de 175 hombres, con un costo para los nuestros de 16 muertos y 22 heridos en los escasos 15 minutos que duró el enfrentamiento. Sus grandes batallas -Chacabuco y Maipú-- las desplegó en Chile; y también allí su principal derrota.
De allí que es preciso dar su verdadera dimensión a la enorme figura del Gran Capitán: loado en el Perú y controversial en Chile, fue convertido -digámoslo, contra su voluntad, casi forzadamente- en “Padre de la Patria” argentina. A ello confluyeron el especial impulso original de Mitre, la “restauración nacionalista” apañada por Lugones, Ricardo Rojas y motorizada por el presidente Justo y, con todo cuidado, impulsada por Perón, que en 1950, estableció por ley que toda cosa que se publicara debía inscribir obligadamente el lema de “Año del Centenario del General San Martín”.
Tres presidentes de formación castrense construyeron así un héroe épico ligado a la gesta militar. En efecto, admirado en toda América y, como estratega, estudiado y valorado en todo el mundo, los argentinos debemos sentir el sano orgullo de que aquella osada epopeya que liberó al Cono Sur del yugo español haya tenido a las Provincias Unidas como su original retaguardia. Nuestro Gran Jefe fue, ante todo, un Libertador de América.
Por fin, un caro profesor cordobés solía repetir que el nuestro era un país “monoprocérico”: el único “intocable” era San Martín. Quizás haya ahí una marca cultural, que se preocupó en instituir como “Padre de la Patria” a un General. ¿Hay acaso allí toda una impronta argentina para ubicar al Ejército nacional como reserva moral de la patria y las instituciones? Tal vez así sea.
Ricardo de Titto - Historiador. Autor de Las dos independencias argentinas. Este artículo fue publicado en 2020.
Historia y Mito
Por José Ignacio García Hamilton
A principios del siglo XX, con el objetivo de homogeneizar a los hijos de inmigrantes, el Consejo de Educación de nuestro país inició una campaña de educación patriótica que incluyó en los primeros grados el “ciclo de los héroes” a través de una “enseñanza legendaria”. Eran los años en que el ministro de Instrucción Pública Joaquín V. González sostenía que “el patriotismo es una religión”.
Las figuras de nuestra independencia fueron perdiendo entonces sus características mundanales y limitaciones humanas, para convertirse en personajes sobrenaturales, sagrados, generalmente asexuados, que hasta morían en forma especial diciendo frases ejemplares como “viva la patria aunque yo perezca” o lograban detener las agujas de los relojes al expirar (como San Martín).
El psicoanalista Roberto Rusconi, en su libro El fantasma de la realidad considera que los argentinos tenemos una orfandad de base que nos ha llevado a la creación de un mito de un padre de la patria, a quien la exaltada ideología nacionalista, llena de embriaguez narcisista y conducta megalomaníaca elevó al nivel de un “Santo de la espada”, según el contradictorio título de la biografía escrita por Ricardo Rojas. Por haberse constituido ese mito sobre un “parricida culposo en relación con España”, de reiteradas desobediencias al Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata y que no pudo asumir plenamente la paternidad de su hija biológica Mercedes, la función mítica habría fracasado y los argentinos hijos de ese padre de la patria, nos hemos identificado con los rasgos negativos y masoquistas de esta imagen, lo que nos lleva al sometimiento a caudillos y tiranos, y al cumplimiento de las leyes…
La propia Eva Duarte, a quien según Rusconi nuestra orfandad la convirtió en madre mítica de pecho inagotable que brinda bienestar, o bruja de boca insaciable que succiona y quita, prefirió claramente el San Martín blanco y sagrado antes que el hombre morocho y seguramente mestizo descripto por tantos testigos del siglo XIX….
El predominio de los elementos mitológicos sobre los históricos sirvió para “argentinizar a los descendientes de los gringos”, pero lo hizo a costa de subestimar la inteligencia de los escolares y pretender congelar su entendimiento en los mecanismos propios de la magia: rebajar la ciencia histórica al nivel de los dogmas, desalentar las investigaciones críticas e incentivar los torneos de elogios a los próceres; y desarrollar en la población un espíritu xenófobo y a la vez sumiso, que ha sido el germen de aventuras belicistas y prolongadas dictaduras militares.
*Publicado en 2001. José Ignacio García Hamilton (1943-200) fue autor de Don José, biografía novelada de San Martín, el libro más vendido en la Argentina en el año 2000.
San Martín y el Congreso*
Por Carlos Páez de la Torre (h)
El entonces coronel mayor José de San Martín se desempeñaba como gobernador intendente de Cuyo, en la época en que sesionaba en Tucumán el Congreso de las Provincias Unidas. Es conocido que, en sus cartas a las autoridades y en las privadas al diputado Tomás Godoy Cruz, insistía en la perentoriedad de declarar la Independencia sin más trámite.
Cuando se eligieron los diputados por Mendoza, se dirigió a su Cabildo subrayando que era “urgente la reunión de la asamblea que ha de fijar el destino de la América del Sud”. Pedía que, en consecuencia, los elegidos marcharan de inmediato a Tucumán. Insistía en exaltar “las ventajas que resultarán al bien general de este paso”.
Cuando el Congreso ya estaba a punto de instalarse, el general manifestó su contento al diputado mendocino. Consideraba al cuerpo el instrumento apto “para la grande tarea de la Independencia que aún falta declarar” y, más si se consideraba que “la desunión y la anarquía cunden por el país”.
En otra carta, decía a Godoy Cruz que “si esta declaración no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes; porque reasumiendo éste la Soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero (soberano), es decir a Fernandito”. Lo instaba: “¡Ánimo!, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas”.
Godoy Cruz le contestó que formalizar esa declaración no era tan fácil como “soplar y hacer botellas”. A lo que el futuro Libertador respondió que “mil veces es más fácil hacer la Independencia, que el que haya un americano que haga una sola botella”.
*Publicado en 2016. Páez de la Torre (h) dedicó más de 30 artículos a la figura de San Martín.
El mestizo*
Por Hugo Chumbita y Diego Herrera Vegas
En el II Congreso Internacional Sanmartiniano (Buenos Aires, 14-16 de agosto de 2000) Hugo Chumbita sostuvo la ponencia sobre “el origen de San Martín y su proyecto americano”, en la que presentó antiguas y nuevas evidencias de que José de San martín habría sido en realidad hijo natural del marino español don Diego de Alvear y Ponce de León con una indígena correntina, quien, según la tradición oral popular, fue Rosa Guarú, recordada también como nodriza del niño en Yapeyú. Uno de los elementos probatorios son las memorias de Joaquina de Alvear, nieta del brigadier Diego de Alvear e hija del general Carlos de Alvear…
Según el informe médico ordenado por un juez de Rosario, Joaquina padecía lo que en su época se denominaba “erotomanía” - un trastorno mental estudiado por los franceses E. Esquirol y G. De Clérembault - que no perturbaba su memoria, pero que al liberarla de ciertas inhibiciones, probablemente la indujo a realizar una confesión a sus descendientes y transgredir los prejuicios de la sociedad de su tiempo que vedaban hablar de ciertas cosas…
*Publicado en LA GACETA Literaria, el 18/3/2001. Hugo Chumbita es autor de El secreto de Yapeyú. El origen mestizo de San Martín. Diego Herrera Vegas (1943-2021) fue presidente de la Academia Americana de Genealogistas y autor, junto a Chumbita, de El manuscrito de Joaquina. San Martín y el secreto de la familia Alvear.
Entre maniqueísmo y vaguedades
Por Patricia Pasquali
Hugo Chumbita y Diego Herrera Vegas hacen referencia al trabajo presentado por Chumbita en el II Congreso Internacional Sanmartiniano. Conozco el trabajo y no es verdad que contenga “antiguas y nuevas evidencias” de que San Martín fuera hijo de Diego de Alvear y de la aborigen guaraní Rosa Guarú (obsérvese que ésta falleció en 1880 sobreviviendo 30 años a su pretendido hijo, que murió a los 72, con lo cual el autor de marras calcula que habría vivido la friolera de 120 años). En esa ocasión, la ponencia de Chumbita fue refutada contundentemente por Diego Sarcona, luego de lo cual fue fundadamente rechazada.
Aclarado esto, el mismo autor dice que “uno de los elementos probatorios son las memorias de Joaquina de Alvear”. En verdad, esta era la única potencial evidencia a la que se aferraron con fruición, desconociendo que forma parte de una preceptiva metodológica básica para cualquier historiador profesional, que no debe nunca proceder a dar crédito de valor probatorio documental a una fuente de carácter testimonial aislada, por la posible arbitrariedad intrínseca a su subjetivismo. Sólo puede admitirse como verosímil su contenido, luego de haber sido confrontado y corroborado por otros datos concordantes…
Finalmente, la declaración judicial de hallarse Joaquina de Alvear en “estado de demencia”, no se cambia poniendo el acento en su “erotomanía” ¿Y qué hay con respecto a su propensión a ligarse en sus desvaríos a personajes prominentes? El Papa, Thiers… ¿por qué no San Martín? Lo cierto es que queda en pie la insania mental de dicha señora, que termina de invalidar su testimonio, el único en que se fundó la nueva filiación del Libertador…
*Réplica publicada en estas páginas en 2001. Patricia Pasquali (1961-2008) era miembro de la Academia Nacional de la Historia y autora de San Martín confidencial.
Sarmiento y San Martín
Por Agustín María Wilde
Sarmiento y San Martín. Puede ser la intersección de dos calles de cualquier ciudad de la Argentina, como sucede en la capital catamarqueña o en la tucumana Yerba Buena. O el nombre de paseos, como el Parque Sarmiento (en Buenos Aires y en Córdoba) o el Parque San Martín (en Mendoza y en Salta), así como el de un sinnúmero de plazas en todo el país. Pero la coincidencia no se agota en la onomástica urbana, ni en el bautizo de líneas de trenes, clubes deportivos, teatros o bibliotecas que recuerdan al gran pedagogo y al Libertador.
Populosas filas de ciudadanos marcharon en 1945 por la Constitución y la Libertad junto a las efigies de ambos próceres, dándoles un uso político distinto a la resignificación que, a posteriori, haría el régimen peronista de estas mismas figuras pertenecientes al elenco glorificado por el liberalismo. Por cierto, el primero de la serie de presidentes liberales, Mitre, dio a imprenta una monumental Historia de San Martín en 1887, pero fue su sucesor en el cargo, Domingo F. Sarmiento, el pionero en historiar al Gran Capitán: en 1847 publicó en L’Investigateur el discurso sobre la entrevista de Guayaquil pronunciado al recibirse de miembro del Instituto Histórico de Francia.
Celebrado por el autor del Facundo fue su encuentro con el héroe de Chacabuco y Maipú, al visitarlo en Grand Bourg el 24 de mayo de 1846. En Recuerdos de provincia, Sarmiento menciona sus raíces familiares y sus viajes, en los que pudo conocer a grandes personalidades, entre ellas, “a San Martín, por los argentinos que me habían recomendado con encarecimiento a él”, dice. En la conversación que mantuvieron, le nombró a su padre, José Clemente Sarmiento, quien “[e]n 1817 acompañó a San Martín a Chile, empleado como oficial de milicias en el servicio mecánico del ejército, y desde el campo de batalla de Chacabuco fue despachado a San Juan llevando la plausible noticia del triunfo de los patriotas”, de lo cual guardaba grata impresión el propio general.
Acerca de esa batalla, relata en otra parte de su obra que en 1841 recorrió la cuesta de Chacabuco junto a un compañero y que, curioso por los detalles, le preguntó a éste, que fue testigo del suceso, por el lugar donde San Martín mandó cargar a Soler, pero sólo obtuvo como respuesta el mismo silencio que habitaba en ese desolado paraje, donde nada evocaba tan importante hecho. Trascartón, bajo el seudónimo “Un teniente de artillería”, apareció en El Mercurio su artículo sobre esa victoria militar, donde fustiga a la sociedad de Chile por el injusto olvido hacia el jefe que había conquistado su independencia.
Durante su expatriación, Alberdi -quien trató también al “Titán de los Andes” y era congénere del educador- pondría a los dos bajo su lupa crítica en un libro póstumo: Grandes y pequeños hombres del Plata. Nacido en la misma tierra que el publicista tucumano, Ricardo Rojas se abocó en los años 30 y 40 a los perfiles de San Martín y Sarmiento en El santo de la espada y El profeta de la pampa, respectivamente; y otro comprovinciano, José Ignacio García Hamilton, escribió al filo del siglo sendas biografías sobre el Cuyano alborotador y Don José. Cabe rememorar que tanto San Martín como Sarmiento estuvieron en Tucumán: el primero en 1814 y el segundo en 1876 y 1886. Y los memoriosos del espacio céntrico de la capital provincial recordarán que, 30 años atrás, podían ingresar, bajando unas escaleras, al local de la librería “Sarmiento”, en la entrada de la galería “San Martín”. Un modo diverso en el que pueden confluir en el imaginario colectivo estos dos personajes de nuestra historia: Sarmiento y San Martín.
Agustín María Wilde - Historiador. Miembro Honorífico Asociación Cultural Sanmartiniana “Libertador de América”.