Héctor Ciapuscio, en su libro Nosotros y la tecnología, se refiere al famoso proyecto Manhattan. También alude a las relaciones de los científicos alemanes con el desarrollo de las investigaciones a propósito de la fisión nuclear y la no bomba de Hitler. Ciapuscio comenta que después de varias décadas se abrieron los archivos que contenían las grabaciones de las conversaciones que mantuvieron Otto Hahn y Werner Heisenberg a propósito de la bomba de Hiroshima. Según la interpretación prudente y favorable de estas conversaciones, los científicos alemanes (en especial Heisenberg) tuvieron un ímpetu humanitario y dejaron prevalecer los valores éticos cuando aconsejaron negativamente a Hitler sobre la construcción de la bomba. Según Ciapuscio, Heisenberg desaconsejó a Albert Speer, el sagaz ministro de Armamentos y, además, pensó que la creación de la bomba conllevaría una tragedia y prefirió que su país perdiera la guerra antes que se produjera un desastre mundial.
Si ponemos en diálogo la experiencia del proyecto Manhattan y la actitud de Heisenberg y los científicos alemanes, podemos pensar que estamos frente a una paradoja ética. Por un lado, Estados Unidos fue, durante la guerra, el país que defendió los valores republicanos, la libertad de expresión, se manifestó en contra del fascismo e impulsó una guerra contra el totalitarismo. Ese país, paladín de la justicia y la libertad, apoyó el diseño y el lanzamiento de la bomba atómica. No sólo logró una de las mayores proezas que une invención científica y hazaña militar sino que lanzó la primera bomba atómica en tierras niponas. Como dijo el científico austríaco Szilard: el lanzamiento de la bomba no sólo fue una tragedia para los científicos sino para toda la humanidad.
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Fabián Soberón – Escritor