Por Juan Ángel Cabaleiro
Para LA GACETA - TUCUMÁN
Se devalúa la moneda y el argentino corre al dólar. Se devalúa la palabra y el argentino corre al inglés: son los fucking anglicismos, moneda corriente del habla nacional. El «rugbier» ha sustituido al rugbista de toda la vida, y probablemente tengamos que oír «futboler» a los relatores del futuro. «Solicitar» se degrada en «aplicar», por aquello de «application form». Un jugador es un «gamer», aunque viva en San Cayetano. Y así: tantos años de prédica Nac & Pop no impidieron nuestra melange lingüística impagable, con frases como: “La Jennifer se hace la trader pero a gatas es telemarketer”. “Jonatan anda meta baitear fakes en el streaming para que lo laikeen los followers”.
¿Y me preguntas qué es el imperialismo, mientras clavas en mi pupila tu pupila marrón? Es lo que pasa cuando las ideas son lo último en llegar a la cabeza: lo primero es la palabra, está claro. Y como llega, sale. De una turbia y contaminada manera, porque algo raro está pasando con el habla cotidiana, pero también con eso de escuchar, leer, y sobre todo pensar, actividades en franca decadencia. Antes existía el ejercicio cotidiano del pensamiento en los llamados «tiempos muertos»: de soledad y aburrimiento, de reflexión, de divague, de imaginación y de espera. Ahora esos tiempos se ocupan con el celular, nuestro principal instrumento colonizador. Hemos perdido práctica, y los resultados están a la vista: nos los recuerdan año a año las diferentes pruebas y mediciones, y las campañas del Consejo Publicitario Argentino. Así y todo, poco nos escandalizan estas calamidades, y lo peor es que son pocos los que se escandalizan, y llegará el día en que no se escandalice nadie por la incomprensión lectora, porque ya no habrá nadie que seriamente pueda considerarse lector, y nadie capaz de escuchar de verdad al otro, ni de decir nada con cierta meridiana coherencia.
Bienvenido, Mister Lamelas
Nos llevamos las manos a la cabeza, en cambio, porque viene a quedarse con nosotros un simpático cowboy, aportante generoso a la campaña de Trump, remunerado ahora con el cargo de embajador de los EE.UU. en Argentina, que debe rendir sus dividendos. Se llama Peter Lamelas (el juego que da ese nombre…) y resulta que es un bocón: dice que viene a interferir, fusta en mano, en nuestra política exterior, y a entrometerse también en las provincias, pero yo no le creo nada, son cortinas de humo. Seguro que viene a imponernos su cultura, su moneda, su lengua, sus costumbres consumistas y hedónicas, sus fast foods y su Halloween, su música y su cine, su concepción bananera del arte… En fin, no podemos permitirlo: que lo cambien por otro.
Pero, según dicen, el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio, especialmente para los argentinos, que nos permite enrostrar a uno solo (y de preferencia ajeno) las culpas y miserias colectivas. Peter Lamelas, entonces, nos cae como anillo al dedo: mejor vamos a recibirlo y hacer un poco de catarsis con él. Lo indignante es que venga con sus imposiciones, como si no pudiéramos nosotros solos impregnarnos de bazofia sin que nos digan cómo hacerlo. Si se pasa de la raya, será el momento de plantarnos, alzar la voz y defender fuerte y claro nuestra identidad y nuestra idiosincrasia: gritarle a la cara aquello de «yanqui, go home».
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Juan Ángel Cabaleiro