En medio de tantas urgencias cotidianas, hay una noticia que merece ser celebrada: Tucumán lidera el ranking nacional de donación de órganos por millón de habitantes. Este dato, que podría pasar desapercibido entre estadísticas menos alentadoras, es en realidad una señal potente de transformación social. No es producto del azar, sino el resultado de una construcción colectiva que involucra al sistema de salud, a instituciones comprometidas y, sobre todo, a una comunidad que aprendió a hacer de la solidaridad una forma concreta de dar vida.
“Esta es una sociedad donante”, resume con precisión Carlos Eckart, jefe de la Unidad de Procuración y Trasplante del Hospital Padilla. Desde ese centro se coordinan todos los procedimientos de donación y trasplante que se realizan en Tucumán. La clave del logro, explica el profesional, no solo está en la capacitación permanente del personal médico o en la infraestructura, sino también en el enorme compromiso de las familias que, incluso en medio del dolor más profundo, eligen decir que sí.
Y es que la donación de órganos no es una simple decisión técnica ni un trámite burocrático. Es un acto de humanidad. Una manifestación de altruismo que puede cambiar radicalmente el destino de otras personas. Apenas un donante puede salvar o mejorar la calidad de vida de hasta siete pacientes. Puede permitir que alguien vuelva a ver, que otro deje de depender de un respirador artificial o que una madre pueda vivir para criar a sus hijos.
El impulso definitivo llegó en 2018 con la implementación de la Ley Justina. Desde entonces, todos los mayores de 18 años son considerados donantes salvo que hayan manifestado lo contrario. Este cambio alivió el peso de la decisión en momentos críticos, quitándoles a los familiares una carga emocional enorme. “La voluntad queda en manos de la persona fallecida”, explica Eckart. Al mismo tiempo, la norma garantiza que nadie quede excluido del sistema: quien haya decidido no donar, también podrá acceder a un trasplante si lo necesita. Se respeta así la autonomía, sin romper el principio de equidad.
Lo que ocurre en nuestra provincia demuestra que no todo está perdido. Que en medio de las carencias, todavía hay razones para sentir orgullo. Que la salud pública, tantas veces castigada o puesta en duda, también puede ser escenario de gestas silenciosas. Que la generosidad existe, y que puede multiplicarse si se transforma en política pública.
Cada historia de trasplante es una historia de esperanza. De esas que se tejen entre el final de una vida y el renacer de otra. Por eso, hablar de donación es hablar de futuro. Es invitar a la reflexión. Es entender que todos podemos ser parte de una red invisible que, en vez de cortar caminos, los extiende. Y que Tucumán, con sus gestos concretos, hoy es ejemplo nacional de lo que una comunidad puede lograr cuando elige dar, incluso cuando más duele.