Como si se abrieran las compuertas de un dique, los hinchas de Atlético sintieron su primera alegría a las 9 de la mañana: el edificio de la Liga Tucumana daba inicio a la venta de entradas para el duelo contra Boca por los 16avos de final de la Copa Argentina. Esa señal bastó para encender la euforia de los cientos de fanáticos que se apretaban alrededor del edificio. Era un cardumen liberado tras largas horas de espera, dispuesto a retomar su curso hacia el estadio “Madre de Ciudades”. Pero el agolpamiento era enorme, desbordado e imposible de ignorar, porque el caos también se extendía al tránsito de la avenida Sarmiento. Había autos en doble fila, algún bocinazo aislado y chicanas hacia los hinchas de San Martín que pasaban por la zona. Era un paraje en el que se respiraba fútbol y, sobre todo, amor por Atlético.

Algunos estaban ahí desde el lunes. Un hombre con un camperón del “Decano”, identificado como Ricardo, fue el primero en llegar. Se asentó en la puerta alrededor de las 10 de la mañana. Fue quien encendió la vigilia y el primero en montar el campamento “decano” en la avenida Sarmiento: llevó su reposera, un bolso y mantuvo la calma necesaria para esperar el momento en que esas benditas puertas se abrieran. Su imagen mansa se viralizó rápidamente en las redes sociales, como todo lo que sucede hoy, y fue un síntoma de alarma para los hinchas de Atlético.

La premisa era simple: para conseguir una entrada había que tener paciencia y aguante. Porque las entradas eran un recurso escaso —apenas 6.250 boletos disponibles: 5.000 populares y 1.250 plateas— y la demanda parecía infinita. Ese no era el único requisito: sólo se podían adquirir tres por persona, siempre que se acreditaran los carnets de socios de otras personas. Ese beneficio, claro, es parte del nuevo modelo societario que implementó el club en el inicio del semestre.

La fiebre no tenía fin. Y, con el paso de los minutos, la fila seguía extendiéndose por la acera. A las 19.50 del lunes, ya alcanzaba el ingreso de la escuela Comercio N°1, sobre calle Laprida, y gran parte de la vereda se había transformado en un improvisado estacionamiento de motos. Algunos llevaban conservadoras, otros se sentaban en reposeras o banquetas plegables, y no faltaban quienes se resignaban a tirarse en el piso para dejar pasar los minutos. Como toda postal, también tenía su lado negativo: los canteros de los árboles estaban repletos de botellas de vidrio y plástico, ante la inexistencia de cestos de basura o contenedores.

Maximiliano Barrionuevo, para ese entonces, estaba sentado en el suelo con las piernas extendidas. El fanático estaba acompañado por su hermano y se habían instalado en la zona desde las 17. “Estamos haciendo fila para ver a nuestro ‘Decano’ querido. Nos sorprende la cantidad de gente que está en la fila para conseguir su entrada. Vamos a tratar de hacer lo posible para conseguir las entradas. Vamos a pasar toda la noche acá”, dijo.

Hasta las 10.30, Barrionuevo todavía seguía en la fila y había avanzado apenas 50 metros desde su posición inicial. Estaba seguro de que llegaría a conseguir sus boletos, pero se había sumado una problemática inesperada: los colados. “En la esquina, mucha gente se encima y se mete dentro de la fila”, contó. Las quejas de los hinchas eran constantes: más de uno tuvo un cruce de palabras, o directamente se escuchaban gritos amedrentadores para disuadir a los colados de seguir adelante.

Otros, que ya habían conseguido sus entradas por esa vía, se jactaban en la puerta del establecimiento, compartiendo su “táctica” con hinchas que esperaban su momento para colarse. En definitiva, el sistema también presentaba fallas —o ventajas— que algunos supieron aprovechar.

La fila, a las 11, seguía siendo extensísima y ya alcanzaba la calle Rivadavia. Muchos sostenían un mate en las manos, otros se acariciaban los ojos para resistir el sueño, y no faltaban quienes levantaban los pies en una clara señal de agotamiento.

Cerca del final, se encontraba Farid Saravia junto a un grupo de amigos. El joven había llegado a las 8.40 y se encontraba parado a metros de la esquina de Rivadavia y España. “Esto nos provoca un poco de malestar. Creo que no fue la mejor idea hacer este sistema para sacar la entrada. El señor que se sentó ayer generó una paranoia innecesaria y ahora estamos en esta situación atípica. No esperaba que la gente se quedara toda la noche. Es frustrante porque tenemos que hacer cálculos para ver si llegamos”, dijo.

Agustín Alsogaray estaba en una situación similar. El joven había llegado a las 5 y contó que la fila estaba hasta la puerta de la Liga Tucumana; es decir, daba una vuelta a la manzana. “Se vive con entusiasmo por la instancia en la que está Atlético. Sentimos que hay muchas posibilidades de pasar de fase”, señaló.

La venta de entradas, de este modo, continuó su curso con total normalidad. Y mientras el reloj avanzaba, la fila se mantenía desbordada de ansiedad y de ilusión.