Durante más de una década, el fútbol argentino se jugó “incompleto”. No por las reglas, ni por los equipos, sino por la ausencia más dolorosa: la del hincha visitante. Desde aquel trágico 11 de junio de 2013, cuando Javier “Zurdo” Gerez fue asesinado en La Plata, la tribuna visitante se convirtió primero en un riesgo, después en un espacio vacío y finalmente en una costumbre ausente. Se normalizó el hueco, como se normalizan tantas cosas en este país.
Pero este fin de semana algo cambió. Rosario Central y River Plate pudieron llevar miles de hinchas a canchas ajenas y lo hicieron no disfrazados de “neutrales”, sino con identidad, con banderas y voz propia. Fue una escena que evocó un tiempo perdido. Y más que una noticia, fue un símbolo.
La AFA y el Gobierno anunciaron con bombos y platillos el plan para el regreso sistemático de los visitantes. Lo hicieron rodeados de cámaras, discursos y figuras políticas de distintos colores. No es casual porque el fútbol, como siempre, también es escenario de poder. Claudio Tapia, hábil y blindado por los logros de la Selección, supo leer el momento. Y eligió aparecer como el hombre que le devuelve al hincha lo que nunca debió perder.
Sin embargo, detrás del anuncio hay más preguntas que certezas. ¿Este regreso será para todos, o solo para algunos? ¿La medida será un experimento selectivo, controlado y funcional a ciertos intereses?
Porque lo que está en juego no es sólo una medida deportiva. Es también un negocio. Empresas de seguridad, sistemas de identificación, autorizaciones nominales, cámaras y logística; todo se mueve cuando las tribunas se llenan. Lo que antes se prohibía en nombre de la violencia, hoy se habilita con la promesa de control. Suena por lo menos llamativo que sin que se haya enfrentado decididamente a las mafias que manejan las tribunas, ahora se inicie una especie de restauración de la buena práctica del deporte.
El fútbol argentino necesita que el regreso de los visitantes sea algo más que una puesta en escena. Necesita que ese derecho se garantice con equidad, con transparencia y con una mirada federal. Que no se convierta en un privilegio administrado desde un escritorio ni en una postal de campaña.
Durante 12 años se argumentó que el visitante era un problema, que el hincha común debía quedarse afuera por su propia seguridad; pero nunca se atacaron las verdaderas causas: las barras, los negociados y la falta de gestión. Hoy, con discursos reciclados y fotos en redes, se intenta volver a encender la chispa.
Es de esperar esta vez sea distinto, que se recupere el ritual de viajar, de alentar en otra ciudad y de compartir la pasión entre generaciones. El fútbol no es sólo un juego, sino también pertenencia, territorio, una memoria compartida. Volver a ser visitantes no debería ser una excepción. Debería ser, sencillamente, parte del fútbol que define identidad en una comunidad.