Por María Victoria Boix - investigadora principal de Estado y Gobierno de Cippec.

Y Marina Picollo - investigadora asociada de Estado y Gobierno de Cippec.

La madrugada del pasado 30 de junio dejó una postal inusual en San Miguel de Tucumán: una nevada, apenas la tercera en más de un siglo, sorprendió a la ciudad y se volvió tema de conversación social. Pero mientras el invierno deja imágenes poco habituales en el país, el hemisferio norte enfrenta una realidad opuesta y cada vez más alarmante: en Europa, una ola de calor ya se cobró 2.300 vidas en solo diez días, según un estudio preliminar del Grantham Institute. El 88% eran mayores de 65 años, la mayoría fallecidas en hogares y hospitales. Este fenómeno ya no es una amenaza aislada: las olas de calor son cada vez más frecuentes, prolongadas y peligrosas, y es urgente que nos preparemos para enfrentarlas.

El calor extremo es un riesgo sanitario subestimado. La Organización Meteorológica Mundial lo identifica como el fenómeno climático más letal a nivel global; muchos expertos lo llaman un “asesino silencioso”. Su impacto no es homogéneo: las personas mayores, quienes padecen enfermedades crónicas, los niños pequeños, los trabajadores al aire libre y quienes viven en barrios con infraestructura deficiente son especialmente vulnerables.

Las evidencias en Tucumán son claras. Según el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), se considera una ola de calor cuando durante al menos tres días consecutivos se superan ciertos umbrales: en la ciudad son 35,2 °C de máxima y 22 °C de mínima. En siete de los últimos diez veranos se registraron olas de calor. En los últimos cinco, este fenómeno se repitió sin excepción. Entre 1990 y 2000 no se había registrado ninguna, lo que ilustra la tendencia creciente.

El verano pasado fue crítico. San Miguel de Tucumán soportó un récord de 15 días bajo ola de calor. El 10 de febrero, el SMN emitió una alerta roja por temperaturas superiores a los 40 °C. Ese mismo mes, la provincia alcanzó su máximo histórico de demanda energética, lo que provocó cortes de suministro en varias zonas. Estos eventos muestran que el calor extremo ya no es un riesgo futuro: es un desafío presente, que tensiona los servicios urbanos y amenaza la salud.

Frente a esta realidad, no hay margen para la improvisación. En Cippec y el Wellcome Trust comenzamos a trabajar en conjunto con la Municipalidad de San Miguel de Tucumán para fortalecer su capacidad de respuesta y resiliencia urbana. Esta ciudad forma parte de un proyecto amplio junto con Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Mendoza, con el objetivo de generar evidencia sobre cómo impactan las olas de calor en la salud de las personas mayores en contextos urbanos, y de diseñar políticas públicas más eficaces para protegerlas.

Actuar ya es posible. En primer lugar, debemos instalar el impacto del calor en la salud como prioridad pública, comunicando los riesgos, promoviendo la prevención y capacitando a quienes están en contacto con poblaciones vulnerables. La Cruz Roja, por ejemplo, destaca que simples medidas como una buena hidratación y acceso a ambientes frescos reducen significativamente el riesgo de hospitalización en personas mayores.

En segundo lugar, necesitamos prepararnos mediante planes de acción claros y actualizados: sistemas de alerta temprana comprensibles para la población, protocolos para hospitales, escuelas y hogares de mayores, y una coordinación eficaz ante emergencias. Según la Organización Panamericana de la Salud, las ciudades que cuentan con estos mecanismos reducen la mortalidad en olas de calor hasta un 50 %.

Y, sobre todo, tenemos que adaptar nuestras ciudades. Expandir la cobertura verde, mejorar la ventilación y el aislamiento de las viviendas, crear más espacios públicos con sombra y fuentes de agua, e identificar refugios climáticos en barrios vulnerables. La infraestructura urbana debe incorporar al calor extremo como una variable estructural, del mismo modo que lo hace con las lluvias o los sismos.

El invierno es nuestra ventana de oportunidad. Hoy las temperaturas nos dan tregua, pero sabemos que volverán a subir, y probablemente más allá de lo que imaginamos. Prepararnos ahora es la única manera de evitar que el próximo verano vuelva a tomarnos por sorpresa. Cada día cuenta.