Por la ausencia de equipos en Primera División, hacía tiempo que el estadio Padre Martearena de Salta no sentía el pulso de un gran evento. No uno como este. Pero este sábado, algo parecido al entusiasmo genuino empezó a crecer como una brasa que vuelve a encenderse: Los Pumas venían a jugar.

Los vendedores fueron los primeros en acudir al llamado de la multitud. Uno ofrecía achilatas a $2.000. Un par de mujeres vendían gorras a $10.000 y banderas a $5.000. Estaban contentas: “Hoy sí se vendió”, dijeron. Para ellas, el rugby no es scrum ni line: es la posibilidad de llenar la olla con algo más que agua.

A unos 100 metros del ingreso principal, un hombre vendía remeras a $20.000. “Algo se vendió”, murmuró con resignación, como quien dice “peor es nada”. Pero no todos tenían la misma suerte. Un improvisado cuidador de motos miraba con la cara larga: “Muchas 4x4, pocas motos”, explicó. A veces, hasta el entusiasmo tiene jerarquías.

A falta de una hora para el partido, el espectáculo paralelo ya estaba en marcha: bailarinas y gauchos con botas altas y los ponchos al codo, mascando el calor como parte del protocolo. El Martearena, casi siempre silente, parecía recordar que alguna vez fue capaz de convocar multitudes. Esta vez, el plan del Gobierno provincial era doble: un poco de rugby, un poco de “salteñidad” en el entretiempo para tratar de recuperar el turismo perdido. En tiempos de temporada baja, todo ayuda.

Foto de Daniel Medina

Sebastián Montoya llegó desde Monteros con su remera de Tarucas bien visible. Su hijo y su hija juegan al rugby y tienen la misma remera. Él vino por ellos. “Estamos acá por los chicos del club, por los que hoy están en Los Pumas”, dijo con los ojos entrecerrados por el sol, pero también por el orgullo.

Muchos vinieron así: familias enteras. Padres que quieren que sus hijos vean de cerca un sueño con forma de camiseta celeste y blanca. El trayecto, sin embargo, no fue fácil.

“Hasta Rosario de la Frontera, bien. De ahí hasta Metán... bastante complicada”, dijo Horacio, que viajó en moto desde Tucumán y se reunió con amigos en el estadio. En esa frase breve está el mapa de un país desparejo, donde el norte aún viaja por caminos que se desarman.

“El estado es feísimo”, sentenció Montoya. “Fea en estado, tranquila en tráfico”. El gobernador de Salta, Gustavo Sáenz, había dicho algo similar días antes: “Las rutas del norte son las rutas de la muerte. Dejen el escritorio y vengan a ver”. Y los testimonios lo confirmaban: curvas descascaradas, parches sobre parches, tramos “feítos”, como dijo uno. Aun así, todos llegaron.

Luciano De la Porte, de Tucumán, no lo dudó: “Los Pumas son el norte. Todo jugador sueña con eso”. Vino con su esposa y sus tres hijos. Los chicos tenían la expectativa tatuada en la mirada. Saben que están participando de algo importante. Algo que, tal vez, les quede para siempre.

Luciano Alvarado, entrenador de juveniles en Catamarca, también estaba ahí. Trajo a un grupo de chicos de la M13 y M14. “Para muchos es la primera vez que ven a Los Pumas en vivo. Jugamos ayer, hoy vinimos a la cancha y mañana volvemos. Ocho horas en ‘combi’, como se pudo”, dijo. Todo por verlos. Por estar. Por formar parte.

Lorena, una mujer que jugó al rugby en Salta, lo resumió en una línea: “Esto no es un partido. Es una fiesta. Una emoción que se te instala en el pecho y no se va”.

Para quien no está familiarizado con el rugby, quizás sorprenda el clima familiar, la cantidad de niños pequeños, la ausencia de insultos. Montoya explica con sencillez la diferencia entre el hinca de fútbol y el de rugby. “Acá el árbitro es señor. Así se lo trata. Con respeto”, contó. Dice que la diferencia con el fútbol también está en el trato entre hinchas. Uno puede tener al hincha del equipo contrario al lado y no pasa nada. Y para probarlo menciona a Inglaterra. “En un partido acá contra Inglaterra, estábamos al lado de varios ingleses. No pasa nada. Se festeja igual”, expresó.

Foto de Daniel Medina

Hay algo en ese espíritu que todavía resiste. Una forma de vivir el deporte que guarda una mística distinta. El aplauso, la cortesía, el orgullo de pertenecer a un deporte que tiene otros códigos.

El norte se puso de pie gracias a la visita de Los Pumas

Mientras la tarde avanzaba, el sol dibujaba figuras extrañas sobre las tribunas. Las montañas, al fondo, parecían mirar también. En el Martearena, por fin, algo se movía. El norte estaba de pie, aunque fuera por un rato. Aunque mañana vuelva el polvo, aunque las rutas se sigan cayendo, hoy estaban Los Pumas.

Y eso -para muchos- ya era suficiente.