La luz y la oscuridad siempre fueron fuerzas opuestas. El hombre aprendió a hacer fuego para alumbrar las cavernas, y mucho tiempo después -tras pruebas y errores- inventó la bombilla eléctrica, controlada por un simple interruptor. Sin embargo, a pesar de todos los avances, las penumbras nunca desaparecieron del todo. Siempre hay zonas grises, opacidades que alteran el rendimiento o el estilo. En Atlético, esas sombras se manifestaron de distintas formas en los dos primeros partidos del Clausura: un vaivén entre iluminaciones individuales y tinieblas colectivas. Una dualidad que Lucas Pusineri todavía no logra dominar del todo en su ciclo, navegando entre involuciones y avances tácticos.
Frente a San Martín de San Juan, el entrenador apostó por una versión más rocosa del juego: fortificó la línea de fondo, generó una chispa inmediata a los 3’ con un gol de Franco Nicola, y trató de mantener viva la llama durante todo el partido. Clever Ferreira, Marcelo Ortiz y Juan González fueron los encargados de cuidar que esa ventaja no se apagara. Y aunque el paraguayo terminó arrojando agua sobre la luz creada -con un gol en contra-, Nicolás Laméndola supo revivir el fuego desde las cenizas en el cierre del encuentro.
Esa llama triunfal, sin embargo, no resultó del todo satisfactoria. Atlético no mostró grandes dotes ofensivas: Nicola había anotado el primer tanto tras una contra efectiva iniciada por Mateo Coronel, y Laméndola selló el 2-1 luego de una conexión con Ramiro Ruiz Rodríguez. A eso se sumó que el mediocampo conformado por Kevin López y Adrián Sánchez nunca terminó de cuajar: si bien el “5” se sacrificó en la recuperación, ninguno logró ser ese nexo entre la defensa y el ataque. López, incluso, abusó de las conducciones: giros, pausas y recorridos sin destino claro. La deuda era ofensiva.
Contra Central Córdoba, Atlético corrigió parte de esos problemas en ataque, pero descuidó la contención. Y esa fragilidad defensiva terminó costándole la posibilidad de sumar de a tres en el Monumental José Fierro. El “Decano” volvió a apostar al contragolpe, un arma letal que lo posiciona como un equipo impredecible. Le cedió la pelota al “Ferroviario” y se agazapó para dañar con transiciones rápidas y directas: pases ágiles, precisos y siempre hacia adelante. Esa es hoy la mayor virtud del equipo: la reacción ofensiva.
Esa postura se potenció con el ingreso de Kevin Ortiz en lugar de López -lesionado en el sóleo-. Ortiz trajo cierto equilibrio y mostró una gran coordinación con Sánchez para frenar a los volantes rivales. Nicola, además, se mostró más participativo: intentó asociarse con Coronel y generar ocasiones. Leandro Díaz, por su parte, se posicionó como el poste principal del ataque: se fajó con los centrales y convirtió gracias a su astucia. Todo esto hizo que el ataque de Atlético mostrara una mejor versión. Es cierto: no tiene volumen de juego ni largas posesiones, pero es punzante y sabe cuándo golpear. Eso lo convierte en un rival peligroso para quienes dejan espacios.
La gran deuda, sin embargo, aparece cuando el rival asume una postura similar. El “Decano” no muestra las ideas necesarias para capitalizar la pelota y lastimar con dominio. Como si se le nublaran las ideas y no supiera cómo reaccionar. Y ese es uno de los aspectos a corregir de cara al duelo con Boca por los 16avos de final de la Copa Argentina.
La defensa, en tanto, mostró una involución respecto al debut. La zaga central estuvo imprecisa en la salida y le costó frenar a los delanteros santiagueños. Damián Martínez sufrió demasiado la presencia de Matías Perelló y perdió la marca en varias ocasiones. Ignacio Galván, por su parte, tuvo un buen primer tiempo, pero cayó en el segundo y falló en la jugada del gol. Una acumulación de errores que terminaron costando caro, y dejaron como saldo un empate con sabor a poco.
Atlético, de este modo, sigue atrapado en esa oscilación entre momentos brillantes y zonas oscuras. Pusineri parece haber encontrado algunas respuestas, pero todavía no logra encender una idea que se sostenga en el tiempo. El equipo avanza a tientas, como quien camina con una linterna en medio de la neblina: ve lo que tiene adelante, pero no termina de distinguir el camino completo. Y en ese claroscuro, el “Decano” sigue buscando su identidad.