Cuando llegan las fiestas patrias (25 de Mayo o 9 de Julio) -hasta en esto tenemos grieta- en la Redacción nos preparamos a los Te Deum que, seguramente, zamarrearán a la dirigencia política. Es sabido que esa será una noticia fuerte y por lo tanto hay que estar atento a las palabras que se vienen, y también a las caras y a las reacciones de los políticos. Antes de salir a cubrir sabemos que darán que hablar.

Este 9 de Julio fue distinto. Ya la presencia del senador Juan Manzur sonriendo alrededor del gobernador tucumano había sido la primera sorpresa; y la segunda había sacado boleto en la Catedral. El arzobispo, monseñor Carlos Sánchez, comenzó su homilía y todos los asistentes al templo empezaron a escuchar palabras diferentes.

“Carlitos”, como el arzobispo quiere que le digan, dio un giro de 180 grados en la forma de expresarse. Tal vez escondía la intención de mostrar que prepotear, agredir y vituperar no es la mejor forma de decir, pedir o contar lo que ocurre.

Color esperanza

Monseñor Sánchez, lejos de decir y mostrar aquellas circunstancias por las que la realidad nos tiene condenados, eligió mostrar la esperanza. En su alocución no metió los dedos en las heridas. Por el contrario, mostró los logros de personajes e instituciones de la sociedad tucumana. En el recinto no estaban ni el presidente Javier Milei ni la ex presidenta Cristina Fernández ni los ejércitos enceguecidos que hablan en las redes sociales.

Entre los signos de esperanzas citó a) la recuperación de Felipe, ”atendido por el personal de salud del hospital y ayudado por la fe convencida de su familia, compañeros y aún desconocidos que rezaron por él”; b) a “Diego, de la desgracia de casi perder la vida aplastado en el contenedor de residuos a estar de alta y ya ha regresado a su casa”; c) a “David, que habiendo estado hecho hilachas por el consumo de drogas, ha recuperado su vida, la fe y el servicio y hoy es un misionero en su barrio..”; d) “Pude abrazar emocionado y felicitar a Jony, un interno de la cárcel, que se recibió de ingeniero electrónico el año pasado”; e) “Pude mirar a los ojos a Pedro que me confesó que hace 30 años que no consume gracias al grupo semanal de alcohólicos anónimos…”. Así fue enumerando varias acciones más realizadas no sólo por individuos sino también por instituciones que aportan signos de esperanzas.

Fue llamativo y muy curioso el cambio de estilo para el Tedeum puesto en práctica por el arzobispo.

La paz sin armaduras

En frente escuchaban las máximas autoridades de Tucumán. En la primera fila estaban, obviamente, el gobernador y también el senador Manzur; las senadoras Sandra Mendoza y Beatriz Ávila. Completaba el banco principal la intendenta de la Capital Rossana Chahla, quien, horas antes, había encendido los faros antiniebla para estar en la fiesta patria.

Estaba claro que a ellos no los unía el amor ni el gobernador. Tampoco sabremos si la famosa frase borgeana que cita al espanto como ungüento de ligazón tenía cabida. Tal vez podríamos inferir que ellos más que este sermón de la esperanza habían escuchado aquel del hijo pródigo que regresa a casa después de su vida autónoma y es recibido con una fiesta, incluso pese a la bronca del hermano que se quedó trabajando al lado de su padre.

La foto del abrazo de Manzur con el mandatario provincial es todo un símbolo de los vientos de cambio que soplan en el oficialismo. No se trataba de una escena recreada por la inteligencia artificial ni mucho menos. Era el ingenio de dos hombres hambrientos de votos (poder) que ven la necesidad de mostrar lo que nunca se sabrá si es cierto. En la memoria de quienes lo vieron está la guerra del oflador en la que ambos protagonistas pedían que lo perdieran en los lugares más recónditos. También están los artilugios para sacar a uno y a otro de la casilla del medio como si no importara lo que el ciudadano ha votado. Pero ya sabemos lo devaluadas que están las instituciones de la democracia. Volvamos a la Catedral. Mientras el senador y el jefe del Ejecutivo se hacían uno en el abrazo (¿eso será unidad peronista?), la intendenta Chahla y la senadora Ávila se daban la paz. ¿Se daban la paz? Bueno, al menos hasta que terminara la ceremonia. En la puerta las esperaban sus armaduras. Es que la batalla por la ciudad todavía tiene heridas sin cicatrizar y el amontonamiento de aliados que se pregona en nombre de la unidad no es precisamente una crema cicatrizante.

No todo cambia

Es curioso que los senadores pródigos vuelven a sonreírse, unidos por el hombre que manda en la Casa de Gobierno y por el espanto que despierta el que da órdenes en la Rosada. Pareciera que nada hubiera cambiado en Tucson. Eso podría decir alguien que se acostó a dormir a principios de 2000 y se despertó este 9 de Julio. Como aquel hijo descarriado, cada uno anduvo haciendo de las suyas hasta que llegó la hora de volver. Ahí está el padre esperándolos para llegar a octubre. Es la fecha. Todos quieren llegar a octubre. Ahora también el Presidente de la Nación quiere llegar a octubre y vos que estás leyendo, tenés el mapa del camino para llegar a octubre. Todos sueñan con ese destino pero vos sos el mecánico en esta carrera. Si no los votás estos autos no llegan.

Lo que han vivido los tucumanos no es un privilegio de esta provincia. La meta de octubre ha traído una vieja dicotomía argentina. Como la grieta del 25 de Mayo y el 9 de Julio, ha vuelto la pulseada gobernadores vs. gobierno nacional. Nada nuevo viven los argentinos. Las historias tienen títulos y protagonistas diferentes, pero la historia es la misma. El miércoles, un periodista de LGplay preguntaba en el panel de la mañana quién ganó con el abrazo del gobernador y el senador. Lo mismo se podría consultar en la pelea de los provinciales y los inquilinos de Olivos. Y, la verdad es que mientras se dirime esa batalla dirigencial se sabe quiénes son los perdedores. A veces tienen nombres, como las personas discapacitadas o los jubilados, pero en general son los ciudadanos.

Precisamente, en la vigilia del 8 de julio algo quedó dibujado en la geografía tucumana. Frente a la Casa Histórica estaban casi en soledad los dirigentes, pero la gente, representando al pueblo se había agolpado en el frontispicio de la Casa de Gobierno. Pero ahí no estaban los dirigentes sino los artistas. Tal vez había un colado que conocía las mieles de ambos lados: Palito Ortega.

Descarrilados

Valga la aparición de este personaje para recordar que, alguna vez, este hombre puso en práctica la posibilidad de hacer un tren bioceánico que uniera los océanos Pácifico y Atlántico para que las producciones de este Tucumán ego-céntrico pudiera distribuirlas y salir más rápido al mundo sin necesidad de recurrir al angurriento puerto porteño. Pero Palito sabía cantar y cantaba, incluso en los actos políticos. Su equipo, aquel que pergeñó estas ideas tenía amigos y enemigos y al poco tiempo se dinamitaron las vías. Nada nuevo bajo el sol. Casi un cuarto siglo después las provincias que están más al norte pergeñan este proyecto.

El año pasado, el historiador Pierre Rosanvallon publicó su libro “Las instituciones invisibles”. Así denomina él a la confianza, la autoridad y la legitimidad, tres valores que están en crisis en la relación de la sociedad argentina y sus dirigentes. Tal vez por eso se sienten más contenidos ante los artistas incluso cuando uno de ellos ya los desahució políticamente. Es posible que el arzobispo haya auscultado como también estas tres instituciones invisibles están en crisis y sea necesario encontrar signos de esperanza en el hacer diario.