Después de días cargados de tensión, San Martín eligió un camino claro: el trabajo silencioso y la convicción colectiva. Fue esa decisión la que permitió cambiar el murmullo por aplausos, y la incertidumbre por un abrazo compartido. En La Ciudadela, el fútbol volvió a ser refugio y desahogo. El gol de Martín Pino no sólo rompió el empate contra Los Andes, sino también el nudo en la garganta de los hinchas, que terminaron cantando con el alma. En ese grito liberador se selló una noche que puede marcar el inicio de algo distinto. Al menos por ahora, la primera prueba fue superada.
Para comprender esta historia de resurgimiento, hay que rebobinar hasta el comienzo. El “Santo” llegaba golpeado, con dos caídas consecutivas y una semana cargada de declaraciones que sacudieron la jornada habitual. Ariel Martos y Darío Sand habían elevado el tono. Era tiempo de demostrar en el campo. Y la primera alegría llegó desde lejos: en Munro, Colegiales derrotaba al puntero Atlanta 2-0. Y esa noticia encendió una chispa.
Impulsado por esa ventaja indirecta, el equipo salió decidido. En apenas sesenta segundos, Franco García, en un rol poco habitual como acompañante de área, habilitó con precisión a Pino, aunque el control del delantero no fue el mejor. A partir de ahí, el equipo se desacomodó por momentos, pero con el correr de los minutos halló firmeza tanto en la recuperación como en la última línea, dos zonas que venían siendo débiles.
Uno de los que sorprendió fue Nicolás Castro, que apareció como figura inesperada. Probó de media distancia y exigió una gran respuesta de Sebastián López. Junto a él, Matías García se mostró firme en la marca y Jesús Soraire asumió la conducción en terreno enemigo, con la colaboración de Ulises Vera, quien por momentos se transformó en extremo. Esa mitad de la cancha luchó más de lo que jugó, ante un rival que apostó al toque corto y preciso.
En esta reconstrucción colectiva, el regreso de Juan Orellana a la zaga resultó vital. En lugar de Tiago Peñalba, el defensor se plantó con firmeza, sin irse de eje y reforzando la seguridad en las pelotas detenidas. No necesitó sobresalir, solo estar cuando hacía falta.
Con ese panorama, el tanto llegó tras una jugada colectiva que resume el espíritu de esta versión. Centro bajo de Hernán Zuliani, descarga de Castro, remate cruzado de Orellana, y aparición oportuna de Pino, que controló y definió sin dudar. “Fuerte al medio”, como marca la tradición.
Podría destacarse también la acción previa de Zuliani o el festival de amarillas de Maximiliano Macheroni, que derivó en la roja a Nazareno Fernández, tras una dura infracción sobre Federico Murillo.
¿Y el cierre de esta historia? Hay dos finales posibles. Uno fue el penal que López le contuvo a Pino, un alivio desperdiciado. El otro, más simbólico, fueron los abrazos sinceros al sonar el pitazo y el canto enardecido de la tribuna, que espera volver a celebrar el próximo sábado contra Tristán Suárez.
Porque a veces, lo más importante no es el gol en sí, sino todo lo que se libera después.