En el corazón de San Miguel de Tucumán, en la esquinas de Santiago del Estero y Muñecas, late una historia de 125 años que atraviesa generaciones, gobiernos, reformas y cambios sociales.
La Escuela Bartolomé Mitre no es sólo una institución educativa: es una caja de resonancia donde la infancia tucumana dejó, y sigue dejando, sus primeras huellas en el mundo.
Cada 26 de junio, en coincidencia con el natalicio de Bartolomé Mitre -militar, historiador, escritor, periodista y presidente de la Nación- la comunidad escolar se reúne para celebrar un nuevo aniversario. No es casual la fecha elegida: el evocado representa una época fundacional de la Argentina y una concepción de la educación como herramienta de construcción ciudadana. “La educación es el alma de los pueblos que pasa de una generación a otra”, escribió alguna vez.
Origen y transformación
Todo comenzó en 1900, cuando el maestro normal Segundo T. Noble abrió las puertas de la Escuela Superior Mitre en un edificio ubicado en Catamarca al 100. Era una época en la que el Estado argentino empezaba a consolidar la educación pública como motor de progreso social.
La sede original pronto quedó chica: la escuela se trasladó dos veces -primero a San Martín y Muñecas, y luego a 25 de Mayo primera cuadra, junto a la Casa de Gobierno- hasta que en 1904 se construyó el edificio actual. A sólo cuatro años de su fundación, ya tenía su casa propia y comenzaba a forjar su identidad.
El crecimiento no se detuvo. En 1908 se creó el turno tarde, conocido como Mitre Nº 2, y en 1951 se sumó el Jardín de Infantes. En los años 80 llegaron nuevos patios y salas; y en 1989, un cambio clave: la escuela dejó de ser exclusivamente de varones y se transformó en una institución mixta.
Siempre atenta a los desafíos de su tiempo, en 1991 inauguró su Centro de Cómputos y se convirtió en la primera escuela pública de Tucumán en dictar Informática como materia regular. Incorporó inglés, proyectó un laboratorio de ciencias y nunca dejó de mirar al futuro.
Este año, el acto central por el 125° aniversario se celebró en el Centro Cultural Virla. Participaron la ministra de Educación, Susana Montaldo; el director de Educación Primaria, Carlos Díaz; la directora Silvia Barreiro; la vicedirectora Gabriela Tobar Frozoni; docentes, estudiantes, exalumnos, familias y toda una comunidad que sigue escribiendo su pujante historia.
Toda una vida
En 1971, cuando la escuela cumplió 50 años, se descubrió en el patio un busto de Bartolomé Mitre. Tres décadas después, en 2000, en el acto por el centenario se celebró mucho más que una fecha: fue la puesta en valor de la escuela como territorio compartido y como herencia viva que atraviesa generaciones.
Esa cadena invisible entre quienes enseñan y quienes aprenden tiene un eslabón fuerte en Vilma del Valle Ludueña Roldán, maestra de sexto grado y referente del turno tarde. Este año se jubila, después de 34 años de enseñanza. “Me inicié a los 19 años. Estuve de maestra desde que la escuela era sólo de varones. Todavía hay más varones que mujeres, pero ese primer paso fue importante hacia la inclusión”, recuerda.
Su historia personal está atravesada por una decisión consciente: elegir la escuela pública, aun habiendo pasado por el sistema privado. “Quería conocer otras realidades. Y la Mitre siempre acogió a todas las clases sociales. No hay discriminación. Fue y sigue siendo una escuela integradora, pluralista, respetuosa de las diferencias”, reivindica. A lo largo de los años, fue testigo de muchos cambios, pero nunca perdió el foco. “Estudié para ser maestra, y quiero jubilarme en el aula. Siempre frente al grado. De la escuela me llevo lo mejor: es mi segunda casa”, asevera.
Entre hijos y exalumnos
Para muchos, regresar a la institución fue también reencontrarse con una parte esencial de su historia. La emoción estuvo presente desde los primeros días del año, cuando comenzaron los preparativos por el aniversario.
La vicedirectora lo notó enseguida: “Los exalumnos vienen muy entusiasmados, recordando diferentes momentos. Y la verdad es que seguimos tratando de que los chicos se vayan así”. Tobar Frozoni está a cargo del turno tarde, que funciona de 14 a 18 y que reúne a más de 1.000 alumnos. Lleva siete años en el cargo. Con 42 docentes y un equipo auxiliar comprometido, su premisa diaria es clara: enseñar con afecto.
Ese mismo espíritu se repite en quienes volvieron como padres. José Oscar Dorado, por ejemplo, revivió su propia infancia al inscribir a su hija Alma Guadalupe, hoy en tercer grado. Él egresó de la Mitre, y aún guarda en la memoria los viajes desde Lastenia, donde vivía, las caminatas con sus compañeros y los encuentros con su abuela a la salida. “Hoy tengo 52 años y volver a esta escuela es volver a mi infancia”, resume.
Lo mismo sintió Roberto Lencina, egresado en 1975, al regresar después de medio siglo. “Cumplimos 50 años de egresados en el marco de los 125 años de la escuela. No es sólo hablar de espacios, sino de las maestras que marcaron nuestras vidas”, dice.
Entre ellas, menciona con una especial emoción a la señorita Ivonne Rodríguez Anido, quien lo reconoció durante un desfile de la Fuerza Aérea en plena guerra por las islas Malvinas, pese a estar uniformado e irreconocible. “Ese gesto me marcó para siempre”, admite.
A su paso por la institución vuelven las imágenes: el coro que lo llevó a cantar a Canal 10, las mesas redondas de sexto y séptimo grado. “Ver una escuela absolutamente de pie, sólida, orgullosa, a pesar del devenir de la historia argentina, me llena de alegría. Siento que es la mejor escuela pública primaria de Tucumán”, sostiene.
En la otra punta de las generaciones está Martín Moyano; tiene 36 años, egresó en 2001 y hoy acompaña a su hija por los mismos pasillos. “Volví a inscribirla para el jardín. Ahora ella seguirá mis pasos. Cuando la otra vez entré, me invadieron los recuerdos: la jura de la bandera, la estatua del patio que vestíamos con delantal para hacerla bailar”, recuerda.
En el acto institucional por el aniversario, fue uno de los exalumnos que arrió la bandera. Lo hizo con su hija mirándolo desde el patio. “Fue una emoción difícil de explicar. Como si los años no pasaran. Como si la escuela nos esperara, siempre”, señala.
La voz de los años
Los recuerdos quedan tatuados en los patios, en los bancos, en los actos escolares. A los 70 años, Alberto Benjamín Robinson todavía puede describir con precisión cada rincón. Ingresó en 1961 y egresó en 1967. Conserva una memoria intacta, en la que brillan nombres como la señorita Justina Aso Fordham, “inolvidable y tierna”, y su sucesora, Sari Soto, “queridísima también”.
La escuela tenía un sello distintivo: la exigencia unida al afecto, la disciplina como forma de autocontrol. “Éramos ‘escuela piloto’ y eso lo llevábamos con honor”, evoca. Entre las imágenes que más lo conmueven está la idea del guardapolvo blanco como símbolo de igualdad. “Era imposible distinguir la condición económica o social de cada uno. A nadie le importaba”, reivindica.
En 2017, medio siglo después, se reencontraron: más de 50 excompañeros y cinco maestras se abrazaron en el patio donde todo comenzó. “Hoy seguimos reuniéndonos cada mes”, afirma.
Esa misma emoción la lleva consigo Álvaro García, que hoy tiene 67 años y también cursó en los años 60. Su primer recuerdo es el de la mano de su madre, dándole seguridad entre el miedo y la incertidumbre del primer día. También recuerda al profesor Molina, de Educación Física, que jugaba con todos los alumnos al tira y afloja… y ganaba. “Creíamos que era Superman”, se ríe. De la señorita Baby, de música, le queda un recuerdo más doloroso, pero contado con ternura: “nos agarraba de las patillas y subía la mano hasta que nos poníamos en puntas de pie. ¡Cómo dolía, por Dios!”.
Ya como músico, volvió varias veces a su antigua escuela. Cada vez que cruza la puerta, algo se despierta: “Siento agradecimiento por los docentes que dedicaron su vida a formar a los niños de esta Argentina que aún no decide qué camino tomar. La Escuela Mitre me dio orgullo, seguridad y pertenencia”.
A casi seis décadas de sus egresos, ambos coinciden: lo que recibieron en esas aulas sigue marcando sus días. Los valores, el respeto, la responsabilidad, la calidez. La escuela fue, para ellos, por sobre todas las cosas, una segunda casa. Y sigue siéndolo.