COMPILACIÓN
POR QUÉ QUIERO TANTO A LOS RUSOS
JUAN FORN
(Emecé - Buenos Aires)

Cuando tuvo que retirarse de la gran ciudad, a causa de un coma hepático, y se instaló en Gesell para vivir una nueva vida hasta que la máquina le dijo basta, Juan Forn encontró un nuevo refugio: lo que él llamaba los mitteleuropeos. Si en su juventud lo habían ganado los norteamericanos y los ingleses, era hora de encarar hacia el viejo continente; más específicamente, hacia Rusia; más específicamente, hacia la Rusia soviética.

Lectura omnívora

Esa pasión congénita -la expresión es de Sylvia Iparraguirre en el prólogo- de contar historias no venía de otro lugar que no fuera la lectura: omnívora, desaforada. Eran los libros, que devoraba con porfía de fanático, fe de monje y don de eremita, los que alimentaban casilleros: después salía a la playa, caminaba por la arena mientras juntaba piedritas y reordenaba los planetas y, una vez de vuelta en su casa, frente a la computadora, lograba la alquimia.

“Miré los libros en mi biblioteca y me dije: algo voy a encontrar. Y fue así. Descubrí que, si me sumergía en un autor, tarde o temprano empezaban las reverberaciones de otros temas, más esto de la limitación del espacio, que debía ser sintético”, me dijo alguna vez en una entrevista.

Después de los cuatro tomos de Los viernes que publicara Emecé, vino lo que el mismo Forn se encargara de seleccionar y reducir al tomo que corrigió poco antes de partir y terminó por titular Yo recordaré por ustedes (claro que suena a presagio, a despedida), donde establecía una historia cultural informal del Siglo XX: África, después Oriente, en dirección de Japón a Rusia y de ahí a la Europa del Este, de ahí a Europa central y de ahí Estados Unidos, para bajar por Latinoamérica hasta llegar a Argentina y finalizar con las columnas autobiográficas.

Así que acá están, en Por qué quiero tanto a los rusos, la selección que acaba de editar Emecé, Anna Ajmátova y Osip Mandelstam, Danilo Kis y Tatiana Tolstaya, Bajtín y Maiakovski, Vasili Grossman y Lunacharski, Serguéi Eisenstein y Joseph Brodsky, muchos de ellos desconocidos hasta que él nos los presentó, incluidos los prólogos a libros para la colección Rara Avis que supo dirigir en Tusquets.

Retrato de una época

En el fondo, Forn hace una lectura geopolítica histórica sin dar veredicto, retrata la crueldad de una época, aquello que Orwell criticó en Rebelión en la granja y en 1984. Porque es “ruso el que lee”, como supo llamarse el programa de radio que hiciera junto a Rep durante la Copa Mundial de Fútbol de 2018, y al que refiere Miguel Repiso en el epílogo. Los rusos siguen siendo rusos; nosotros los seguimos leyendo. Gracias a Forn, que fue quien rediseñó ese mapa.

© LA GACETA

Hernán Carbonel