Sanidad: un enfermero de Gendarmería

A un costado de la formación, vestido de verde oliva y con la vista atenta, camina el cabo primero Carlos Miguel Aguilar. No desfila, pero está en marcha. Es el enfermero del Escuadrón 55 de El Colmenar, y hoy -como en cada acto patrio- le toca estar listo para lo que no se ve desde el palco: un desmayo, una baja de presión, una urgencia silenciosa entre el calor, la emoción y la espera. “Muchas veces pasa. Cuando hay sol, los compañeros se descomponen. Yo voy por fuera de la formación, con el botiquín”, cuenta Aguilar, que nació en Villa Mariano Moreno. Tiene 33 años y se recibió de enfermero a los 29. En 2022, gracias a un amigo que ya estaba en la fuerza, se enteró de una vacante como enfermero en Gendarmería. Se presentó, y dos meses después le avisaron que tenía que incorporarse. Desde entonces, forma parte de la sanidad del Escuadrón 55. “Llevo los casos médicos. Y si falta gente, salimos a hacer patrullas o controles en ruta, aunque no es lo nuestro”, explica. Su jefe directo es un médico, y trabaja junto a un psicólogo, un odontólogo y una técnica en mecánica dental. Aguilar habla con ritmo y memoria detallada. Su historia con lo militar es anterior a la enfermería. “Siempre me gustó. Me crié escuchando relatos de Malvinas de un tío combatiente, también Aguilar. En mi casa nadie es militar ni del ámbito de la salud. Yo era el raro, el único al que le gustaban las dos cosas”. Su pareja vive cerca del Parque 9 de Julio, junto a su hija de dos años. “Esto te quita mucho tiempo, y el que me queda es para ellas. Mi mamá falleció hace cuatro años; pero llegó a verme con el uniforme, y estaba orgullosa”.

Malvinas: “Desfilamos desde que volvimos”

A Enzo Toledo no le tiembla la voz, pero cada palabra suya arrastra la emoción de una historia que no se olvida. Es presidente del Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas y, como cada 9 de Julio, estuvo en la avenida Soldati, de pie, con la mirada firme y el paso compartido. “Hoy estamos entre todas las agrupaciones, cerca de 100 ex combatientes. No hay palabras para describir lo que uno siente desfilando para el pueblo”, dice. La columna de veteranos avanza entre aplausos. Junto a Toledo camina su nieta, Tiziana Tarchini Toledo, de 12 años, es la primera vez que participa de un acto así. “Ella me pidió venir. Estaba entusiasmada con desfilar. Para mí es un orgullo que nos acompañen porque ellos van a ser quienes continúen con nuestra causa”. Toledo cuenta que en Tucumán son 480 ex combatientes. Muchos de ellos comenzaron a desfilar en los años ‘80, apenas regresaron de la guerra. “En el ‘83 empezamos a juntarnos. Al principio éramos una sola agrupación. Después fuimos creciendo, hoy hay cinco o seis. Siempre participamos en todas las convocatorias”. Además de los actos, el grupo que lidera realiza tareas solidarias. “Es una forma de devolver lo que la gente hizo por nosotros en su momento. Cuando estábamos allá, la población mandaba chocolate, cartas, lo que sea. Hoy tratamos de retribuir algo de todo eso. Porque somos parte de la historia viva de la Argentina”.

Emoción: “nos despertó el orgullo”

Gabriela tiene 24 años y es de Cafayate. Elías, 27, llegó desde Chaco. A principios de este año se instalaron en Tucumán para comenzar una nueva vida, y hoy, por primera vez, presenciaron el desfile patrio. “Es hermoso. Llegamos al parque a las 12. Yo estuve en la chocolatada desde muy temprano. No sé… me despertó el honor y el orgullo”, dice ella. Ayer también participaron de los actos protocolares. “Cantamos el himno, fue muy lindo, muy emotivo todo. Y nos quedamos a ver al “Chaqueño” Palavecino. Fue una fiesta”. Hoy, entre banderas y aplausos, se mezclaron con el público tucumano para celebrar el Día de la Independencia desde su nuevo lugar en el mundo. “Estamos enamorados de esta provincia. Vivimos en Capital, nos gusta mucho la ciudad. Nos recibieron muy bien, la gente es muy cálida”, cuenta Elías. Gabriela está estudiando Odontología y le quedan todavía algunos años por delante. Elías trabaja en una empresa privada. Ambos coinciden en algo más que en el amor: sienten que formar parte de este acto los conecta con algo profundo. “Recordar las raíces, de dónde venimos, es importante para poder seguir adelante. Para nosotros, al ser la primera vez, fue un orgullo enorme”, dice ella, y sonríe.

Servicio: sin desfilar, pero con su uniforme

Walter Daniel di Marco lleva en el pecho insignias que pocos en Tucumán pueden reconocer a simple vista: una del Congreso, una de Emiratos Árabes y otra de Kuwait. Es que participó en la Guerra del Golfo. Hoy está retirado, pero el espíritu de servicio sigue firme. “Habíamos venido listos para desfilar, pero por un problema protocolar no pudimos ingresar. Igual vinimos preparados, porque el hecho de participar ya es un orgullo”, cuenta. Vive desde hace tres años en Río Seco junto a su esposa Roxana, que es tucumana. “Yo soy de Mendoza, pero mí último destino fue Ushuahia, donde me retiré. Despúes de eso, decidimos venirnos”, recuerda. Walter integra la Unión de Ex Combatientes de la Liberación de Kuwait. En Tucumán son cuatro representantes, y uno de ellos -el presidente, oriundo de Tafí Viejo- desfiló en la columna de hoy con los ex combatientes de Malvinas. “Nos apoyamos entre compañeros, y eso va a quedar para toda la vida. Siempre nos vamos a llevar, por más edad que tengamos”, afirma. La pareja también realiza tareas comunitarias vinculadas a la memoria y a la historia. “Nos dedicamos a poner en condiciones lugares emblemáticos. Trabajamos en el apiadero General Muñoz, que está vinculado al Ejército y a un avión derribado durante el conflicto con la subversión. También restauramos una plaza de un veterano de Malvinas que está cerca de nuestra casa. Es nuestra forma de seguir presentes”, dice Walter.

Infancia: orgullosa de ser argentina

Luján tiene 7 años, una escarapela con brillos y una pollera celeste que le hizo su mamá especialmente para este 9 de Julio. “Hoy vine al desfile con mi mamá y mi papá. Estoy orgullosa de ser argentina. Me gustó mucho ver a tantos niños desfilando”, dice con una sonrisa.

Es la primera vez que sus padres, Vanesa y Gonzalo, la llevan a un acto patrio. Querían que lo viviera con los ojos bien abiertos y el corazón encendido. “Desde casa tratamos de inculcarle los colores, los valores. Cuanto más chiquita, mucho mejor”, dice Vanesa. “La sorprendió mucho saber lo que pasó un 9 de Julio en nuestra tierra. Ver a los veteranos también la impactó”, agrega.

Llegaron al Parque cerca de la una de la tarde. Vieron pasar a las escuelas, a las colectividades, a las fuerzas de seguridad. Luján no dejó de mirar. “La bandera argentina siempre en el pecho. No solo en las fiestas patrias, sino todo el año”, remarca Gonzalo. Él también venía de chico a estos desfiles. “Es el sentido de pertenencia que queremos que ella viva”.

Vanesa completa: “Comenzamos desde casa. Después se refuerza en las instituciones, pero si se lo inculcás desde temprano, el sentimiento queda para siempre”.

Memoria: siempre presente

“Feliz día de la Independencia”, saluda con una sonrisa Teresa del Valle Díaz, que llegó temprano al parque 9 de Julio con una silla plegable nueva y un brillo en la mirada que ni el paso de los años, ni las ausencias, lograron apagar. Tiene 81 años, vive en Villa Alem y todos la conocen como “la abuela decana” de los actos patrios. “Volver al desfile me da alegría. Como hace muchos años. Anoche compré esta silla para venir”. Teresa quien esta acompañada por una de sus hija, una de los cuatro hijos que crió con orgullo. Se acomoda bien maquillada, peinada, con escarapela y memoria viva. “Siempre me preparo para los desfiles. Y también para ir a votar. Son fiestas de la democracia”, afirma. Sabe que su presencia también es un acto de amor por la patria. Nació en un hogar humilde, con una historia marcada por la pérdida y la gratitud. “Aprendí a bailar folclore, a bordar, a tejer. Todo era materia en la escuela. Música, labores, patria. Y nunca dejé de venir a los desfiles”. Su marido,, murió durante la pandemia. “Me lo quitó la covid-19. Es una herida abierta, una deuda pendiente. Pero aquí estoy, a pesar de mis ñañas, mis dolores. Aplaudiendo, emocionada. No tengo garganta, pero igual grito: ¡Viva la patria!”. Tiene ocho nietos y una biznieta, que esta vez no la acompañaron porque estuvieron en otros actos. Pero ella no falla. “Siempre, siempre estoy presente”, repite con convicción y alegría.

Arte: volver a bailar

Guadalupe Roldán tiene 44 años, es de Las Talitas y hoy cumplió un sueño: desfiló por primera vez en el acto patrio del 9 de Julio como alumna del profesorado de danza y arte de La Escuela Superior de Educación Artística (ESEA). “Lo que viví fue hermoso. Yo bailaba folclore desde chica, entonces volver a vivir esto fue una emoción terrible. Y representar a una institución pública es algo que me llena el alma”, dice.  Forma parte de una delegación de más de 150 personas que incluye alumnos de nivel primario, secundario y terciario. “Estaban los talleres de expresión corporal, de danza contemporánea, de danza clásica, de folclore… y al final, los talleres de música con la pacha”, detalla con orgullo. Guadalupe tiene dos hijas, de 21 y 18 años, que la apoyan en este regreso a las aulas. “Después de tantos años pude retomar mi carrera. Volver a estudiar me costó un montón: la tecnología, los trabajos, todo. Pero mis hijas me ayudan en todo. Hacemos la broma de ver cuál de las tres termina primero la carrera”, se ríe. “Para mí, tener la posibilidad económica de manejar mi tiempo y volver a estudiar es un regalo. Y darles a mis hijas la satisfacción de ver que su mamá va a tener un título es hermoso”.

Tradicion: “La bandera viaja con nosotros”

Roberto Alejandro Mocoroa tiene 66 años y una bandera argentina que lo acompaña a todas partes. Ayer no pudo asistir a los actos oficiales, pero hoy llegó temprano al Parque 9 de Julio con su mujer, su hija, su yerno y sus nietos. “Vinimos con las reposeras, la heladerita y todo. Llegamos a las 9. Siempre venimos a los desfiles”, cuenta con una sonrisa orgullosa. Es de Barrio Policial, en la Capital, y lleva décadas celebrando el 9 de Julio a cielo abierto. “Antes el desfile iba para el otro lado, en sentido contrario. Yo venía con mis suegros. Es un acto hermoso, patriótico. Se lo inculqué a mis hijos, y ahora a mis nietos. Ya va a llegar también mi otro hijo, que vive en Los Ralos”, dice, sin perder de vista la columna que avanza sobre la avenida Soldati. La bandera, para él, no es un símbolo que se guarda en un cajón. “La llevo a todos lados. Nos representa. Es el orgullo de ser argentino”, afirma. Cuando termine el desfile, como cada año, cruzarán todos juntos al parque a seguir celebrando. En familia y con la patria en el pecho.