En esta semana de intenso frío, además de las reacciones frente a una situación inesperada, hubo un fuerte debate sobre la decisión de suspender por dos días las clases que, al final, ha quedado relativizada con el anuncio de que en algunos casos se compensó con la actividad de las aulas virtuales y con la extensión de horas extras para recuperar los días perdidos.
Sin embargo, el debate abarcó otros aspectos de la vida social, porque no sólo se afectaron las clases sino la vida laboral, la regularidad de los servicios, la actividad del comercio y las entidades públicas y privadas sufrieron complicaciones. Si se lo mira con más amplitud, se puede tratar de analizar cuán preparada está nuestra sociedad frente a situaciones inesperadas con la temperatura que, si bien no son extremas como ocurre en otras partes del mundo, plantean desafíos importantes en nuestro medio. Así como Tucumán ha tenido temperaturas de cero grado en la capital y bastante más bajas en la campiña, en Mar del Plata los -7 grados llevaron también a una suspensión de las clases. El país entero ha discutido lo que pasaba con la ola polar que trajo nieve a varias zonas de Buenos Aires y generó situaciones que no se vivían desde hacía décadas.
En nuestro caso, la nevada en San Javier retrotrajo a lo que había ocurrido hace tres lustros, aunque en aquel entonces no hubo los debates de la suspensión de actividades porque hoy parece haberse adelantado la ola fría en dos semanas a lo habitual: como dijo la ministra de Educación al justificar la medida de suspender las clases, se esperaba la llegada del frío intenso en medio de las vacaciones.
Hubo un fuerte debate de los padres y de los políticos. Los padres, divididos entre las complicaciones que les generaba esta medida y la necesidad de proteger a sus hijos del frío; los políticos, entre las críticas por una decisión que ni siquiera se plantea en lugares con temperaturas más bajas que las de Tucumán, y el reconocimiento de que la infraestructura no está preparada para los más pequeños desafíos del clima. Al respecto, los expertos advirtieron que más allá de la discusión por la infraestructura debería estar arraigado el hábito de que la educación está primero que las contingencias climáticas y en función de eso se debería actuar.
En este sentido, se ha esbozado el planteo sobre la capacidad de las escuelas para contener a los estudiantes, ya sea con edificios protegidos, con aparatos y con estructura eléctrica adecuada, y la incidencia que tiene la movilidad urbana para el traslado de los alumnos de casa a la escuela y viceversa. La ministra ha señalado lo que se ha hecho en materia de arreglos y ha reconocido que probablemente falta más. Es evidente que falta. Se sabe que al comienzo de las clases y al final del ciclo lectivo la infraestructura escolar debe responder en todo momento, mínimamente, con aulas refrigeradas, agua y baños en condiciones. En invierno, con calefacción y espacios protegidos, más allá de que sean más de un millar los establecimientos y que varios tengan uso intensivo.
Pero acaso haya que atender esta emergencia vivida como una de las pruebas a que, según algunos expertos del clima, va a plantear el cambio climático. Olas polares en invierno y calores extremos en verano, como está ocurriendo ahora en el sur de Europa. Ya debería ser tiempo de que vayamos pensando estrategias para hacer frente a estos nuevos fenómenos.