La carpa está firme, a pesar del frío. Banderas, mates y un pequeño “living” con fueguitos improvisados transforman la vereda de San Luis al 700 en un pequeño refugio pop. Desde hace 10 días, Nahuel Juárez duerme ahí. No importa el viento ni el pavimento helado: está cumpliendo un ritual. “Lali en este show baja del escenario, se acerca a los fans. Queremos estar lo más cerca posible y que los nuevos fanáticos vivan la experiencia completa”, dice a LA GACETA.

Fanático desde los ocho años, es presidente de uno de los club de fans de Tucumán “Lali Tucumán FC” y estudiante del Profesorado de Inglés en la Facultad de Filosofía y Letras. Nahuel organiza, convoca y cuida. Se turnan para mantener el orden y la seguridad del grupo. “Muchos de los que vienen por primera vez tienen 11 o 12 años. Queremos que vivan esto con respeto, con alegría”, cuenta.

Una pasión heredada

Jimena Flores, su hermana de 11 años, es parte de esa nueva generación. “Este será mi primer recital. Estoy muy nerviosa, pero feliz. Mi canción favorita es ‘Nunca fui’”, dice. En el hogar, las coreografías y los karaokes son parte de la rutina. Cuando Nahuel vuelve a casa en Banda del Río Salí, prende los parlantes y contagia su entusiasmo. El corazón del fanatismo está en la historia familiar. Gabriela Ordoñez, su madre, lo acompaña desde el primer día. “Creo que ama más a Lali que a su verdadera madre”, bromea, con una mezcla de humor y orgullo. Recuerda cuando le compró su primer CD porque él tenía vergüenza de pedirlo por ser varón. “Desde chico bailaba, armaba coreografías, todo. Lali lo ayudó a sacar muchas cosas de adentro. Le cambió la vida”, dice.

Todo empezó a los 13

A los 13 años, Nahuel le rogó a su mamá pidiendole permiso para ir a su primer show en Santiago del Estero. Gabriela no quería saber nada, por miedo a los riesgos del viaje. Pero él insistió, prometió ir acompañado y logró convencerla. “Fue con su tía y volvió feliz. Desde entonces, cada recital es una aventura: organiza viajes, acampa, consigue entradas como puede”, cuenta.

Este año pudo llevar a su abuela, Valle Jaime de 65 años a Buenos Aires. “Nunca había viajado en avión. No es fan de Lali, pero quiso acompañarme. Quedó impactada con el show. Vio a cientos de chicos acampando y entendió lo que significa para mí”, relata Nahuel. Hoy, toda la familia está involucrada. “En mi casa, Lali es una más”, resume.

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Comunidad que se turna

El campamento no es sólo una fila. Es una comunidad. Cada grupo se turna para cuidar el lugar: uno trabaja en una panadería y viene cuando puede; otro está en receso de la facultad. Se organizan por turnos de mañana, tarde y noche. Hacen fuego para no perder calor y se apoyan unos a otros. Lourdes Linares, amiga de Nahuel desde 2017, ayuda con la coordinación. “Nos conocimos esperando a Lali. Cada vez que ella viene, nos reencontramos. Esta vez quisimos que los nuevos fans tengan su lugar adelante”, explica. Lourdes estudia inglés por la noche y, durante el día, se suma al campamento. “Nos repartimos turnos. Algunos se quedan a la noche, otros venimos al mediodía. Así lo hacemos más llevadero. Esta experiencia no se compara con nada”, dice.

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Historias y confianza

Ivana Miranda, Octavio Sosa y Conrado Jesús Altamiranda forman parte del club de fans con la misma devoción. “Cada uno tiene su vivencia con Lali. No es una guerra de fan clubs. Al contrario, el respeto es lo más importante”, afirma Octavio, que es bailarín y se siente identificado con la artista por su entrega y humildad. “Yo trabajo en una panadería. Cuando tengo días libres, vengo al acampe”, cuenta Jesús. Se organizan en turnos y destacan el valor de la comunidad. “Nos ayudamos entre todos. Compartimos fuego, comida, abrigo”, coinciden.

Durante los primeros días de acampe, un grupo de personas en situación de calle se acercó a ofrecer ayuda. Priscila es una de ellas. Vive cerca y conoce la zona. “Son unos genios. Nos hicieron fuego todas las noches, nos cuidaron”, cuenta Octavio. “Uno siempre prejuzga, pero esta experiencia me sorprendió. Nos dieron mucha confianza”, agrega.

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Antes de que la nota termine, llega el consejo inevitable: ¿qué debe saber quien se anime a venir a hacer la fila? “Que traigan agua caliente, mucha ropa de abrigo y ganas de compartir”, responde Ivana, sin dudar. Y agrega algo más, que en boca de una fan resuena como una enseñanza de calle y de corazón: “Y que no le tengan miedo a la gente que vive en la calle. Son las mejores personas que te pueden tocar”. ¿Lo volverían a hacer? No necesitan pensarlo demasiado. Ivana, Octavio y Jesús responden al unísono, con una sonrisa: “Sí. Re. Y si tuviéramos más tiempo, también”.

Un show que promete emoción

Con 33 años, Lali Espósito lleva su carrera a otro nivel con el Lali Tour 2025, en el que fusiona pop, rock y electro pop en un espectáculo emocionante y multisensorial. “Espero que este recital sea la mejor experiencia de mi vida”, dice Nahuel, rodeado de otros fans que vibran con la misma energía.
El show en Tucumán forma parte del tramo más federal de su gira, que la llevará también por Salta, Santiago del Estero, Corrientes, Mendoza y otras provincias antes de regresar a Buenos Aires en septiembre con un cuarto Vélez ya confirmado. Luego cruzará el Atlántico con seis fechas programadas en España. “Me encanta llevar este tour a todo el país. Es un mimo enorme sentir que la gente nos espera en cada rincón, con esa locura hermosa, con esos carteles, con esas remeras, con esa devoción que me deja sin palabras”, expresó Lali en sus redes. En Vélez agotó tres funciones y agregó una cuarta, con más de 90.000 personas vibrando juntas.

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El show, de casi tres horas, recorre clásicos como “Boomerang”, “Ego”, “Disciplina” y los hits más recientes: “Plástico”, “Fanático” y “No me importa”, entre otros.

Datos: inicio y precios

La cita es el sábado 5 de julio a las 21 en el Club Central Córdoba, en avenida Alem 790, San Miguel de Tucumán. Las entradas se vendieron en preventa desde mayo y oscilaban entre $35.000 y $75.000. El show promete ser una fiesta total: se esperan más de 10.000 personas.