Era holandés, llegó a la Argentina alrededor de 1910 y fue parte de los talleres ferroviarios de Tafí Viejo desde 1920. En su legajo, perdido durante décadas y rescatado recientemente por un grupo de investigadores, figura un dato tan curioso como entrañable: recibió al menos seis sanciones, una de ellas por tomar mate durante el horario laboral. En los años 30, eso podía ser motivo de descuentos en el sueldo. La historia, mínima en apariencia, es una de las tantas que componen el gran rompecabezas que busca reconstruir el proyecto de organización del archivo histórico de los talleres. “Imposible de imaginar antes de que lo halláramos. Un extranjero sancionado por enamorarse del mate”, cuenta Fabricio Rosso, estudiante de Historia e integrante del equipo que, desde hace meses se reúne religiosamente cada sábado para limpiar, clasificar y catalogar documentos que abarcan desde 1919 hasta 2010.
El proyecto se llama “Puesta en valor del Archivo Histórico de los Talleres Ferroviarios de Tafí Viejo: organización, descripción y difusión”. Lo dirige el historiador Daniel Campi, y busca rescatar memoria viva.
Una arqueología del papel
Con un pincel en manos cubiertas por guantes, se desempolva retazos de la historia de la “ciudad del limón”. De las memorias de nuestra provincia. “La primera etapa consiste en limpiar los documentos uno por uno con mucho cuidado. Algunos están deteriorados, otros son ilegibles, pero muchos pueden salvarse. Luego los clasificamos, los leemos en la medida de lo posible y los cargamos en un Excel para que cualquier persona que lo necesite pueda encontrarlos con facilidad”, explica Rosso.
Campi sostiene que en una primera etapa trabajaron con un subsidio del Fondo Iberoamericano de Museos (2021-2023), y que ahora la nueva etapa se sostiene gracias al apoyo de las Fundaciones Williams y Bunge & Born, junto con la Municipalidad de Tafí Viejo. “Sin esas instituciones, y sin la voluntad de los trabajadores activos y jubilados, este trabajo no sería posible”, enfatiza.
Su labor no se limita a hallar papeles administrativos. En los archivos hay planos técnicos, cartas, fichas de personal, telegramas, documentos de contrataciones, despidos, movilizaciones, propaganda obrera, informes del proceso de privatización y hasta listas de voluntarios para la guerra de Malvinas. Cada hoja es un eslabón en la historia obrera de Tucumán.
“Uno de los aspectos más interesantes es que, mientras limpiamos y clasificamos el material, reconstruímos cómo evolucionó la planta de trabajadores. Podemos detectar en qué etapas se incrementó el personal técnico, administrativo, profesional, obrero”, dice Campi. Y remarca: “Estamos recuperando memoria”.
Todos los sábados, mientras el grupo trabaja, los visitan exobreros jubilados. Sus voces añaden detalles que no están escritos, por lo que su presencia es fundamental. “Vienen a ayudarnos. Nos explican documentos que no entendemos, completan datos. Uno de ellos, por ejemplo, reconoció unas hojas que decían ‘PUPI’. Nosotros no sabíamos qué significaban, hasta que hombre dijo: ‘Ese sistema lo inventé yo’. Era un método para controlar los stocks antes de la era digital”, menciona Rosso.
El corazón de los talleres
Entre esos obreros está Miguel Herrera, quien empezó a trabajar en los talleres en 1959, y hoy reflexiona: “Incluso después de jubilarme, yo estaba siempre aquí, hasta que empecé a sentir que era una carga. Es un error hacer a un lado a los viejos. En países como Japón hay un consejo de ancianos. Porque la experiencia sirve, y mucho”, afirma.
La profesora de historia Natalia Fernández coincide. Ella fue invitada a sumarse al proyecto luego de investigar sobre una protesta obrera de 1917 como parte de su tesis de licenciatura que quedó trunca hace algunos años. Ahora forma parte de otra parte de esta iniciativa, y su rol es registrar la memoria oral de los trabajadores. “Lo conmovedor es leer un papel, después escuchar a quien lo vivió, y ver cómo todo cobra otra dimensión. La historia se vuelve tangible, viva”, considera.
Los talleres llegaron a emplear a miles de personas entre los años 30 y 70. Hoy trabajan allí menos de 100 personas. “El objetivo es rescatar esa memoria viva y dejar todo ese repertorio registrado en el archivo. Además, me sirve como base para mi tesis, que aún no tiene título, pero girará en torno a la memoria obrera”, comenta.
La docente suma que actualmente se revisan documentos de los años 90, donde aparece todo el proceso de privatización de la línea férrea y, especialmente, los retiros voluntarios. “Muchos de esos papeles no fueron generados por los talleres directamente, sino que son telegramas que llegaban desde Buenos Aires y se distribuían a los distintos talleres o estaciones”, menciona.
Con énfasis en su voz, agrega que se encontraron archivos de la época de la dictadura militar donde se establecía que no se podrían juntar más de tres personas y que solo se podía hablar de cuestiones laborales. “Es decir, el aparato represivo también operaba dentro del ámbito laboral”, considera.
Orgullo y futuro
“Lo que aparece de manera constante es el orgullo -refuerza Campi-. Orgullo de haber sido parte de esa gran empresa social e industrial que fueron los talleres de Tafí Viejo. Y que no solo reparaban vagones, también los fabricaban, y brindaban asistencia técnica a ingenios azucareros, mucho antes de que existiera una importante industria metalúrgica en Tucumán”.
Desde el punto de vista sociocultural, el historiador señala que los testimonios de los jubilados también permiten dimensionar cómo los talleres influían en la vida económica de toda la provincia. “En los años 50, Tafí Viejo se transformaba en un imán para comerciantes cada vez que se cobraban los sueldos. Era una especie de romería. Ese es el sueño de muchos hoy: volver a ver en su ciudad ese esplendor. Lo dicen con nostalgia, pero también con una voluntad política muy clara”, indica.
Cuando se le pregunta si habrá una tercera etapa del proyecto, Campi responde: “La idea es que esto no se corte. Los fondos son modestos, pero los hacemos rendir. Necesitamos mantener al equipo en funcionamiento, y para eso hacen falta insumos: estanterías, cofias, guantes, barbijos. Todos necesarios para seguir”.
Mientras tanto, miles de papeles aguardan su turno para ser revisados. “Hay que limpiarlos, estabilizarlos, clasificarlos -agrega-. Y en ese proceso seguimos consultando a quienes formaron parte de esta historia. Vamos encontrando cifras importante. Por ejemplo, que en 1959 los talleres tenían unos 6.000 operarios, y en 1970 unos 3.000. Todo eso estaba desordenado. Lo encontramos en bolsas, en estantes. Y ahí están los nombres, los números, la memoria”.
Este archivo rescatado a pulmón y con pinceles demuestra que el pasado no es un museo cerrado, sino una herramienta viva. Porque mientras los documentos se ordenan, se digitalizan y se abren al mundo, también se teje un puente entre generaciones. Porque este proyecto muestra que el el futuro no se construye solo con algoritmos, sino también con memoria.