Las celebraciones del octavo aniversario de la Revolución de Mayo tuvieron en Tucumán un par de condimentos inesperados. Uno: los detalles de los festejos salieron publicados tres días después en un diario. Dos: según esa noticia, la ceremonia comenzó frente a un monumento que fue objeto de una entretenida y larga polémica. Era el 28 de mayo de 1818 cuando la publicó el Diario Militar del Ejército del Perú.

La noticia

El diario aparecía semanalmente desde el 10 de julio del año anterior y no estaba destinado a los señores burgueses, como después nos habituaron los diarios liberales, sino que lo publicaba el ejército revolucionario para la formación e información de sus oficiales. En su número 47 (existente en la Colección Nougués del Museo Histórico Avellaneda), después de tres páginas de perorata sobre “La fortificación de Campaña”, se encuentra nuestro 25 de Mayo. “El día grande de la Nación” había comenzado la noche anterior, cuando “con toda la pompa militar que es posible; se anunció la víspera con una salva de 25 tiros al frente de la pirámide”. Al otro día se formó la fuerza militar en la Plaza Mayor, a la que concurrieron las autoridades de todos los estamentos, el clero y la sociedad civil. Se paseó la Bandera y se ofició una misa. Fue un día excepcional, donde no faltó, en medio de proclamas y discursos, “una comida frugal”. Hasta ahí, la información nos pinta una jornada de festejos, pero en la mención a esa pirámide se revela un dato que puede servir para terminar con un debate que se inició mucho más tarde.

La polémica

Cuarenta años después, Emidio Salvigni, un alto oficial de aquel ejército, volvió a vivir a Tucumán y costeó la remodelación de la pirámide. Era agosto de 1858 y el viejo héroe la llamó “de Chacabuco”. El tema es que para esa fecha ya se habían hecho imprimir las Memorias Póstumas de José María Paz, también oficial de esa tropa, donde afirmó que la pirámide fue consecuencia de Maipú y no de Chacabuco. Quince años más adelante, en 1872, en el libro publicado por el Gobierno de la Provincia, se reproduce la primera imagen que tenemos de ella, y el epígrafe la nombra “de Chacabuco”. Se habían dividido las aguas y, por lo general, la versión de Chacabuco prevaleció sobre la otra. Ya en 2018 Carlos Páez de la Torre había metido las manos en la masa, tratando de corregir la errónea atribución en la que había caído todo el mundo.

LA PIRÁMIDE, FOTO DE 1872. Aparece con el nombre de Chacabuco en el libro “Provincia de Tucumán”, editado por el Gobierno provincial.

Digamos que tampoco fueron estos los únicos nombres que se usaron. Juan Bautista Alberdi, en su única vuelta a Tucumán en 1834, la llamó “Pirámide de Mayo” y a fines de siglo, en las memorias que se publican del general La Madrid, llevó el nombre de “Pirámide de la Ciudadela”. En algún momento durante ese fin de siglo, algunos fueron a lo seguro y la llamaron “Pirámide de Belgrano”. No fue mala idea.

La dedicatoria

Volvamos al Diario Militar y atemos los cabos nuevos con los viejos. Empecemos ajustando fechas. En febrero de 1817, enterado Belgranos y el Cabildo tucumano del triunfo de San Martín en Chacabuco, ordenan que se confeccione una lápida inscripta “que trasmita a la posteridad la memoria de este venturoso suceso”. Como vemos, no se dispone hacer una pirámide, aunque no podríamos descartar que para esa fecha haya surgido la idea de levantarla.

Recién al año siguiente, luego de que en abril llegara la noticia del triunfo en Maipú, tenemos datos de una construcción. Por un comprobante de contaduría existente en el Archivo Histórico sabemos que el 12 de mayo del 18, el Estado compró una libra y media de clavos “que se consumieron en la obra de la pirámide”, y en los días siguientes, el 23 y 24 ya aparece mencionada en las órdenes del día del cuerpo militar, para los preparativos de aquel “día grande la Nación”. Podemos afirmar entonces que estuvo terminada en la tercera semana de mayo del 18 y que fue presentada en esa víspera del 25.

Pero esto no es un tema de fechas sino de motivaciones. El objeto final de esa construcción, según lo dice claramente el papel del museo, no es ninguna de las batallas, ni Mayo, ni la Ciudadela. Dice: “la pirámide que el ejército ha dedicado al Exmo. S. D. José de San Martín en el Campo de la Victoria”.

Bueno, está claro: la pirámide rinde tributo a San Martín, al comandante del Ejército de los Andes, a la conducción de la vanguardia revolucionaria en su Plan Continental. Sólo por extensión podemos pensarlo como un monumento dedicado a exaltar los triunfos de Chacabuco y Maipú.

La pirámide

Siguiendo este camino de atar cabos no vamos a terminar nunca con la polémica. ¿Y por qué deberíamos terminarla, si las polémicas nos hacen hablar de las cosas? Les propongo entonces que dejemos soldaditos y batallas para textos escolares y hablemos de pirámides.

PÁGINA FRONTAL Y POSTERIOR DEL DIARIO MILITAR, NÚMERO 47. Se conserva en el Museo Histórico Provincial Nicolás Avellaneda.

Por alguna razón en Argentina le decimos pirámides a los obeliscos. Un obelisco, según el diccionario, es “un pilar muy alto, de cuatro caras iguales, un poco convergentes y terminado por una punta piramidal”. Eso que se levantó en medio de la Plaza Mayor de Buenos Aires para honrar el primer año de la Revolución fue un obelisco, y se lo llamó “Pirámide de Mayo”. De él tomó su modelo el de Tucumán. Y también su nombre cambiado.

Digamos que una pirámide no significa nada en particular. Son construcciones simples, propias de la Antigüedad, que fueron recuperadas por la iconografía ilustrada, laica y antimonárquica del siglo XVIII. Aparecieron dentro del conjunto de símbolos que podían contrastar con la exageración barroca de las cortes europeas.

Tras siglos de imágenes religiosas y láminas del Rey sacadas en andas a las calles, ese artefacto geométrico, contundente, mudo, no hacía otra cosa que poner en evidencia lo artificioso y vacío de la grandilocuencia real. Picas, gorros frigios, vestimentas “a la griega”… y pirámides, formaron parte de las revoluciones americana y francesa.

Todo esto nos aleja cada vez más de considerar a la pirámide como un homenaje geometrizado a un héroe, aunque la geometría es más elocuente de lo que parece.

El lugar

Como si se tratara de una aguja de la historia, las pirámides intentaron tejer  el tiempo y los hechos revolucionarios con un lugar concreto. Si la pirámide de Buenos Aires señalaba el sitio donde se congregó el pueblo para dar apoyo a la Junta, la de Tucumán se levantaba en el lugar donde plantó su más dramática defensa, la batalla que salvó la Revolución. En este sentido, la Revolución de Mayo pretendió no sólo proveer de nuevos símbolos, sino configurar nuevos espacios.

Según el arquitecto Juan Carlos Marinsalda, entre 1816 y 1819, Belgrano, como Capitán General de Tucumán, buscó organizar una nueva ciudad a través de la expansión urbana en todo su sector sudoeste. La intención era poblarla con los soldados y oficiales, que empezaban a contraer matrimonio con tucumanas. Allí, en el espacio de convergencia entre la Ciudadela militar y la vieja ciudad colonial, se concentraban los ideales ilustrados, donde el espacio público no se limita a la exaltación y la fiesta, para prestarse a la meditación y memoria. Ahí se ubicaban la pirámide y una larga alameda que serviría de paseo para los futuros ciudadanos de la Patria. Un espacio de recreo y paz.

Las intenciones ilustradas aspiraban a otra cosa que a la simple exaltación de un prócer. En sus mudos cinco metros podemos concentrar toda la revolución. La idea de expulsar al virrey, organizar una junta de gobierno, armar un ejército para defenderla y salir a liberar los pueblos vecinos. Una aguja del tiempo que hilvana los hechos heroicos con el lugar donde se clavaba: el Campo de la Victoria.

El tiempo

En términos de la utopía revolucionaria, el 25 de Mayo de 1810 el tiempo se había detenido para empezar de nuevo. Nuestro mundo se había regenerado para terminar con la dependencia, la injusticia y la inequidad. Pasó un año, dos, pasaron asambleas, triunviratos y directorios, la realidad siniestra de las discrepancias y las traiciones se acomodó entre su gente. Cuando se inauguró nuestra pirámide le quedaban poco tiempo a las Provincias Unidas.

En 1818 esa aguja vertical señalaba ya un tiempo perdido. Las utopías viven sólo un instante. No habría décimo año de la Revolución. En febrero de 1819 el ejército se retiraba de Tucumán para desintegrarse poco después. Belgrano, enfermo, era traicionado por sus oficiales Bernabé Aráoz, Felipe Heredia y Abraham González. Empezaba otra época.