Hay historias que no se cuentan por la cantidad de partidos ganados, ni por los títulos levantados. Están las que se escriben desde el fondo del alma, desde lo más oscuro del dolor, hasta el brillo más esperanzador de una segunda oportunidad. Así es la historia de Franco Narese, ex jugador y preparador físico de San Martín de Tucumán, que emprendió un nuevo camino profesional en Perú, dejando atrás no solo un club, sino un pasado marcado por la lucha contra las adicciones.
Narese creció con la camiseta del “Santo” como una segunda piel. Desde los siete años, compartió canchas y sueños con su hermano Exequiel en las divisiones inferiores. “San Martín no fue solo una etapa, fue toda mi vida. Me formó como jugador, como ‘profe’ y como persona. Le debo valores, aprendizajes, y la oportunidad de redescubrirme”, reflexionó Narese en diálogo con LA GACETA. Esa pertenencia lo convirtió en un referente silencioso del club, alguien que entendía lo que significaba representar esos colores.
Sin embargo, su camino no fue recto. Durante su etapa como jugador, una grave enfermedad en el páncreas lo alejó del fútbol por dos años. “Tuve que dejar todo. Fue muy grave lo que tenía, y tardé mucho en recuperarme. Esos dos años me marcaron porque sentí que perdía el tren de mi carrera. Caí en una tristeza profunda”, recordó Franco. Justamente esa tristeza fue el terreno fértil para que las adicciones se metieran de lleno en su vida.
“Me sumergí en el dolor, no sabía cómo hablar de lo que me pasaba. Cuando logré ponerle palabras, cuando pude enfrentar ese dolor, supe que ya no necesitaba la droga. Hoy, después de casi siete años limpio, sé que traté el problema de raíz”, aseguró, con una voz serena, pero firme. Fue su hija Giuliana, hoy de nueve años, uno de los principales motores de su recuperación. “En ese momento, ella tenía solo dos años, y yo no podía conectarme con mi paternidad. No podía jugar con ella. Estaba anulado como padre. Lo primero que recuperé cuando salí del pozo fue el deseo profundo de ser papá”, explicó con la voz entrecortada de la emoción.
En ese sentido, su familia, especialmente su hermano, que actualmente defiende los colores de Sarmiento de La Banda en el Federal A, fue fundamental. “Él me sacó del pozo. Me mostró que tenía talento, que podía rehacer mi vida. Me empujó a hacer un tratamiento en Buenos Aires que duró un año. Y volví distinto. Volví decidido a hacer ruido en los clubes como preparador físico”, contó con orgullo.
Se capacitó en Rosario, se formó con referentes como Horacio Anselmi y abrió su propio centro de entrenamiento en Tucumán, donde empezaron a llegar deportistas de distintas disciplinas. Paso a paso, su nombre volvió a resonar.
Antes de regresar a San Martín, pasó por la selección tucumana de futsal, por Lawn Tennis y por clubes de hockey como Tucumán Rugby. Luego, otro “profe” como Sergio Saavedra, le abrió nuevamente las puertas del club que lo vio crecer. “En ese segundo ciclo ya no era el mismo. Estaba más preparado, con una historia de superación encima. En solo seis meses pasé de las inferiores al plantel profesional. Diego Flores me entrevistó, le conté mis métodos y lo que sabía hacer, y no dudó en sumarme”, detalló Narese, que también reveló cómo superó lo sucedido la temporada pasada. “No volvimos a hablar sobre aquella final. Puertas adentro lo tomamos como una etapa superada. Eso ya pasó”, agregó.
Bajo la dirección de Ariel Martos, Narese siguió creciendo. “Ariel me conocía, había visto mi trabajo y quiso que siguiera. Me integró de lleno al cuerpo técnico, con una confianza que me marcó mucho. Aprendí bastante de él, y armamos un grupo muy comprometido”, remarcó sobre el actual CT.
Mientras que al hablar sobre su vínculo con los jugadores, Narese destacó el profesionalismo de nombres como Darío Sand, Agustín Prokop, Guillermo Rodríguez y Gustavo Abregú. “Formamos un vínculo muy fuerte. Ellos también me ayudaron a crecer”.
Pero el salto llegó en un momento inesperado. Una propuesta desde Perú, de Deportivo Binacional, le planteó un dilema. “La decisión fue difícil porque estaba muy cómodo en San Martín. Pero entendí que era una oportunidad única, tanto en lo profesional como en lo económico. Me dolió soltar, pero también sentí que era momento de avanzar”, confesó.
Su desembarco en el fútbol peruano fue posible gracias a la recomendación del preparador físico Gonzalo Cano, que tuvo un extenso paso por San Martín, y de algunos jugadores que lo conocían bien.
Ya instalado en Juliaca, a más de 3.800 metros de altura, Franco reconoce que no todo es fácil. “La altura me está matando. Me duele la cabeza, la comida es muy picante… pero cuando uno tiene un objetivo claro, se mantiene firme”, dijo.
"Se extraña mucho Tucumán", aseguró Narese
No obstante, la distancia de su hija y su tierra es lo que más le cuesta. “Se extraña mucho Tucumán. Apenas pueda, vuelvo a visitar a Giuliana para abrazarla”, dijo emocionado.
El fútbol, sin embargo, le da nuevas recompensas. Como preparador físico principal, trabaja con un cuerpo técnico completo y lidera la preparación física del equipo. “El entrenador quedó fascinado con mi enfoque en el entrenamiento de la fuerza. Me preguntó si me había formado con Anselmi y cuando le dije que sí, conectamos enseguida. Encontrar esa química profesional fue determinante”, destacó. “La clave es el trabajo, la paciencia, el orden y la capacidad de organización. Todo se basa en entender bien el entrenamiento de la fuerza”, agregó sobre la forma de entrenamiento.
Hoy, Narese está en una etapa de madurez. Fija metas a corto plazo y, sobre todo, no olvida de dónde viene. “Esta profesión me devolvió la dignidad. Pero si no fuera por Dios, mi familia y mi hija, nada de esto sería posible. Solo no se puede. El mensaje es claro: se puede vivir sin drogas, pero hay que buscar ayuda”, sentenció.
Desde las canchas de infantiles hasta los vestuarios del fútbol profesional peruano, la historia de Franco no es solo la de un preparador físico. Es la de un hombre que decidió volver a empezar y que, con cada paso, deja una huella de esperanza.