El look de la yegua de Sol González no pasó desapercibido: salió al circuito con orejeras rosadas y lentejuelas para brillar en la pista. “Me gusta darle un detalle diferente a la montura. Así se ve más lindo y llama más la atención”, comenta la joven, de 17 años.
Sol comenzó a montar hace dos años. Su pasión por los caballos nació en la finca de un tío, y desde entonces practica el deporte con regularidad. “Probé un montón de deportes, pero ninguno me convencía hasta que conocí la equitación. Me gustaría seguir creciendo, aunque el año que viene será difícil dedicarle el mismo tiempo porque empiezo la universidad”, admite.
Para González, el mayor reto de la disciplina es contar los galopes y decidir el momento justo para que el caballo salte. “Cuando ya conocés al animal, todo fluye a través de la conexión. Es como si se transformaran en una sola persona”, reflexiona.
De protagonista a maestra
A un lado del circuito, ya dispuesto con vallas y obstáculos, se encontraba Josefina Manzur, una de las jinetes tucumanas más laureadas. Su palmarés habla por sí solo: fue campeona nacional de saltos variados en la categoría amateur (vallas de 1,20 metros) en 2020, y subcampeona nacional en dos ocasiones: en 1993, con el caballo Vistazo, en Cuarta Menores (1,10 metros); y en 2000, con Mapoi Levante, en 1,20 metros. Aunque esta vez no era su momento de brillar, sí lo era para sus pupilas, que se forman en el Establecimiento Ecuestre La Foresta.
Para Manzur, la equitación es un estilo de vida. Lleva más de 37 años dentro del deporte y compartió esa pasión junto a su padre, Guillermo Manzur, y su pareja, Ricardo Piola. Los tres fundaron La Foresta, uno de los establecimientos más tradicionales de Tucumán. Según cuenta, allí hay más de 100 boxes y se entrenan jinetes de distintas categorías.
“Uno de los grandes desafíos es cuidar a los chicos. Cada padre que me confía a su hijo me está dando su tesoro así que trato de cuidarlos como si fueran mis propios hijos. La idea es que realmente lo disfruten”, explica.
Josefina alza la voz, da indicaciones a sus alumnas y les ofrece una breve charla antes de entrar en acción. No se trata de instrucciones técnicas: les recuerda que disfruten y sientan la conexión con su caballo. Insiste en que lo primero es respetar al animal y luego confiar en él.
“Hay chicos que al principio están toda la clase de mi mano porque les da miedo. Es lógico: es un animal grande, y están más elevados del suelo. No es como caminar por tierra firme”, concluye.
Así continúa, firme pero empática, con la preparación emocional de sus pupilas para afrontar el desafío.