Franco Colapinto será piloto titular del equipo Alpine en la próxima fecha de la Fórmula 1, en reemplazo de Jack Doohan. En nuestro país, la noticia fue recibida con una mezcla de entusiasmo genuino y exaltación desmedida. No había pasado ni una hora desde el anuncio (que se dio durante la madrugada) y en las redes sociales ya circulaban mensajes que celebraban su regreso, que auguraban un futuro inmediato lleno de éxitos y hasta que lo comparaban con grandes pilotos que pasaron por la máxima categoría del automovilismo.
Pero no era sólo eso. Algunos fanáticos estimaban proyecciones que lo colocaban como un futuro campeón, y hasta memes que se burlaban de Doohan celebrando su “caída” como si se tratara de un rival histórico. Pero ese escenario no sorprende porque Argentina es un país con una necesidad crónica de coronar ídolos. Y cuanto antes, mejor.
Colapinto es un excelente piloto. Joven, talentoso, metódico, con buena formación, con experiencia en categorías europeas y con un carisma cautivador. Ya tuvo su debut en la Fórmula 1 el año pasado con Williams, en el que disputó nueve Grandes Premios y sumó cinco puntos. Ese es un dato importante porque después de más de dos décadas sin representantes argentinos en la F1, Colapinto reabrió una puerta que parecía definitivamente cerrada. Y su reciente designación en Alpine parece ser parte de un recorrido que hasta ahora viene siendo sólido.
Pero el problema no es él, sino lo que la prensa, los fanáticos de los “fierros” y esos oportunistas que se suban a cualquier ola mediática depositan sobre él.
En las redes sociales, en ciertos medios e incluso en grupos de amigos, Colapinto ya no es un joven piloto construyendo una carrera internacional, sino el nuevo ídolo nacional. La expectativa no es que le vaya bien: es que sea campeón, que supere a todos los rivales que se le crucen y que le devuelva al país el orgullo perdido. Y si eso implica alegrarse por cada error de Doohan, bienvenido sea. Como si el crecimiento de uno necesitara de la caída del otro.
Alpine invitó a los fanáticos a hacerle preguntas a Franco Colapinto: ¿cuáles son los pasos a seguir?Esa ansiedad, tan típica de la cultura argentina, no es nueva. Somos un país que necesita ser el mejor en todo: tuvimos (o tenemos) al mejor futbolista, al mejor Papa, al mejor asado, a la mejor hinchada… Y cada vez que un compatriota asoma en el radar internacional, lo transformamos en bandera. Hay algo profundamente simbólico en esa necesidad: como si el éxito de uno compensara la frustración colectiva. Como si un triunfo individual nos redimiera como sociedad.
No es casual que Colapinto haya sido ungido como ídolo antes de consolidarse. En Argentina ya lo habíamos hecho con muchos antes: con futbolistas, con tenistas, con atletas… Algunos estuvieron a la altura, otros se diluyeron tan rápido como aparecieron en escena. Y en esos casos, el mismo fervor que los llevó a la cima fue el que los sepultó; y la efervescencia con la que los fanáticos los pusieron en la cima, fue directamente proporcional con las críticas que recibieron cuando no lograron los objetivos esperados.
Fecha de vencimiento
En Argentina, el ídolo nace con fecha de vencimiento, porque se lo exige desde el día uno y porque se lo carga con expectativas que no corresponden a su etapa ni a su contexto. Lo sufrió, incluso, Lionel Messi cuando los años en la Selección eran casi una tortura para él, que brillaba en Barcelona.
Con Franco ocurre algo similar. A los 21 años y con una carrera que recién empieza a tomar vuelo, ya se espera de él que nos devuelva la gloria de Fangio, que reemplace el vacío de tantos años sin presencias nacionales en la F1, que demuestre que Argentina puede competir de igual a igual en el automovilismo internacional. Todo eso, incluso antes de subirse al auto esta temporada.
Y en paralelo, la figura de Doohan se convierte en el villano perfecto. En parte porque representa lo que Colapinto quiere ocupar: un asiento en un equipo con chances. Pero también porque necesitamos construir una narrativa de rivalidad para que el relato cierre de manera perfecta. Con Maradona lo encontramos en Pelé; con Messi en Cristiano Ronaldo y la lista puede ser más larga.
El inesperado guiño de la periodista Christine GZ para Franco Colapinto tras su regreso a la Fórmula 1Desde que comenzó la temporada, no faltaron en redes los videos con errores del australiano, acompañados de burlas, de ironías y de festejos. Pero la Fórmula 1 no es la Copa del Mundo, y Colapinto no es un mesías.
Es un excelente piloto que está haciendo su camino, que necesita respaldo, continuidad y tiempo. Pero no se lo ayuda exigiéndole que sea el mejor.
También es cierto que parte de esa ansiedad viene alimentada por los propios medios. Cada vez que un argentino se acerca a la elite, se activa la máquina de fabricar ídolos. Se lo entrevista, se lo cubre minuto a minuto, se lo mide con la vara de los grandes. Y si tropieza, se lo abandona. O peor, se lo critica de manera fulminante.
Por eso todos deben entender que su camino será largo, con subidas y bajadas y que tal vez lo que muchos están esperando de él, no llegue en el corto plazo.
Y si al final lo logra, si se afianza en la F1, si gana carreras, si se convierte en referente, bienvenido sea. Pero si no, también. Porque su recorrido ya es valioso: representa esfuerzo, constancia y pasión; y demuestra que todavía hay caminos posibles para los talentos argentinos, incluso en las categorías más exigentes.
En un país en el que todo parece definirse por el éxito inmediato, quizá lo revolucionario sea tener paciencia. Dejar que las cosas maduren y se valore el proceso porque antes que un campeón, Colapinto necesita que lo tratemos como lo que es: un joven con talento y futuro, no un milagro nacional en tiempos de desesperación.