Se vienen los anuncios para la dolarización. No completa, pues sería más bien un bimonetarismo sin papeles pero sin culpas. A eso le llaman dolarización endógena porque se espera que sea decisión de las personas usar los dólares como dinero en la vida diaria y no una imposición. Pero no se pretende (por ahora) reemplazar al peso sino complementarlo. Como estas dos últimas semanas se fueron dando pistas sin aclarar demasiado pueden plantearse preguntas no buscando acertar con lo que haga el gobierno sino sólo presentar elementos que sirvan para analizar las medidas cuando las haya.

Lo primero es el peligro de deflación y recesión con el que Luis Caputo presentó el tema. Según él, falta dinero para dinamizar la economía. Los dólares sacados de “abajo del colchón” se complementarían con los pesos para ese propósito. Pero hay observaciones que hacer. Como se dijo en otra ocasión, la economía puede funcionar con cualquier cantidad de dinero mientras los precios nominales se ajusten a ella para mantener los precios relativos. Si los pesos actuales (123 billones) no son suficientes igual puede haber transacciones si los precios bajan. El problema es cómo ocurre un proceso deflacionario. Primero bajan precios los minoristas para tratar de vender algo, pero los salarios de sus empleados y los precios que cobran los proveedores siguen iguales. Por ello, si no recaudan lo suficiente para cubrir esos costos deberán despedir empleados y comprar menos mercadería para reponer, lo que llevaría a los proveedores a verse con menos dinero para cubrir sus propios costos. Por esa ruta se llega a más desempleo y cierre de empresas. No debería ocurrir (o pasaría con poco daño) si el marco contractual fuera flexible. Como no lo es, en el mejor de los casos algún aumento de la economía en negro compensará parte de la recesión.

Pero tampoco se trata de sólo emitir porque se puede caer en inflación. Salvo que la mayor demanda por bienes sea respondida en la misma medida por la oferta, lo que ocurriría si hubiera capacidad instalada sin uso, impuestos razonables, infraestructura, flexibilidad para las contrataciones, inversiones y estabilidad de precios. Es decir, la mayor producción requiere, entre otras cosas, frenar la emisión excesiva de dinero.

Ahora bien, la utilización de la capacidad instalada industrial es baja pero está subiendo. El último dato del Indec muestra un incremento desde febrero 2024 (57,6 por ciento) a febrero 2025 (58,6 por ciento). Con diferencias sectoriales, como bajas en productos minerales no metálicos (59,6 a 55) y productos del tabaco (52,2 a 49,9) y subas como en productos textiles (45,6 a 46,4) y metalmecánica excluido sector automotriz (37,3 a 44), pero en general positivas. Así también, el índice de producción industrial manufacturero de marzo 2025 es 5,2 por ciento superior al de marzo 2024. Y para las Pymes, la CAME muestra (dato algo atrasado) para enero 2025 una variación de 12,2 por ciento interanual del índice de producción industrial Pyme y para marzo 2025 un incremento interanual de 10,5 por ciento de las ventas minoristas reales. No parece haber un parate que asuste, aunque en las mediciones del Indec hay alguna duda en lo intermensual. O tal vez preocupe el empleo, casi estancado (2023 a 2024, suba de 0,8 por ciento) pero es un problema de marco legal y claridad de futuro más que de nivel de actividad.

Para volver a los dólares: sí, habría sumas desaprovechadas, que pueden rondar los 250.000 millones. No por conspiraciones o avaricia sino por protección. Argentina ocupa el puesto mundial 24 en población y 34 en PIB, pero el tercero en tenencia de dólares por sus habitantes (detrás de EEUU y Rusia), con el diez por ciento de la tenencia mundial y el 20 por ciento de todos los dólares fuera de EEUU, fruto de las décadas de estafas inflacionarias y variaciones del marco legal cambiario. ¿Qué pasaría si se aprovecharan?

Se intentó con el blanqueo del año pasado, exitoso porque se trajeron divisas del exterior y están disponibles en el circuito financiero, pero quedaría mucho afuera de los registros. Y además, habría inconvenientes con sacarlos del escondite. El primero, la inflación. Es dinero que ya existe pero al no usarse antes su aparición equivaldría a un salto de emisión y por lo tanto a un salto en los precios. No importa en qué moneda sea. O más o menos. Si se busca “aceitar” la economía el BCRA podría bajar los coeficientes de reserva y así la cantidad de dinero aumentará por multiplicador monetario. Pero los pesos no son iguales a los dólares. Éstos presionarán sobre los precios pero tal vez la velocidad de circulación sea menor pues habrá menos apuro por gastarlos. Y puede esperarse un techo a los precios dolarizados porque si suben mucho ya no se usarán los dólares (mejor guardarlos), pero subirían en pesos hasta el equivalente en dólares más el exceso que retraería las divisas pero no los pesos. Y claro, depende de cuántos aparezcan.

Ante ese riesgo ¿para qué poner dólares en la calle? Tal vez porque tarde o temprano quienes los cobren venderán una parte, bajando la cotización, contrarrestando el efecto “emisión” y habilitando al BCRA a comprarlos para incrementar reservas (o lo haría el gobierno). Para lograrlo podría cobrarse menor IVA a quien pague con dólares, aunque igual habría que romper el temor a quedar en el radar de la Arca o a una reversión de la legislación cambiaria. En Argentina, la durabilidad de las leyes promercado es dudosa.

Claro que hay más. Por ejemplo, no se apuntaría al poseedor chico pues las operaciones menores necesitan cambio para dar vuelto y no habría mucho en el país. También está la inquietud con el lavado por delincuentes, pero hay que considerar que los dólares ilegítimos ya se mueven tranquilos. Como fuere, hace falta un marco legal que cubra a las personas. Ya se verá en estos días.