El formoseño Carlos Hipólito Velázquez migró muchas veces a lo largo de su vida. Vivió en Pozo del Tigre, Tartagal, San Francisco (Córdoba), Puerto Madryn, Comodoro Rivadavia, Santiago del Estero… Más de una decena de ciudades y pueblos de todo el país. Muchos de esos destinos estuvieron ligados a su gran pasión: el básquet. Pero siempre se sintió tucumano por elección. Llegó a la provincia en 1984 para integrar aquel mítico equipo de Caja Popular que disputó la Liga Nacional, aunque recién en los 2000, cuando volvió para jugar en Belgrano, echó raíces de forma definitiva. ¿Por qué eligió quedarse? Porque encontró el amor y, con él, su lugar en el mundo.
Hoy, alejado de las canchas, tiene un emprendimiento familiar en el que se dedica a vender gas envasado, y no se arrepiente de la decisión que tomó hace unos años.
Velázquez nació en 1967 en Pozo del Tigre, por entonces una pequeña localidad de Formosa. Allí pasó gran parte de su infancia, en la que fue criado por su abuela. A los nueve años se mudó a Tartagal, Salta, donde su madre logró cierta estabilidad económica y él dio sus primeros pasos en el deporte. Su primera opción fue el fútbol: hizo las inferiores en Newell’s Old Boys de su ciudad y parecía que nunca saldría de ese deporte. A los 14 años, sin embargo, pegó un volantazo en su vida deportiva y empezó a practicar vóley. El joven Velázquez quería aprovechar al máximo su altura y, sobre todo, la potencia de su salto.
El cambio al básquet estuvo influenciado por su madre. Ella también jugaba y veía que su hijo tenía las aptitudes necesarias para destacar en la disciplina. Así lo alentó a sumarse a Círculo Argentino, club en el que aprendió los fundamentos básicos. Al principio era un poco tosco con la pelota, pero con el paso del tiempo le tomó el gustito a la “naranja”.
En 1983, Caja Popular organizó un amistoso en Tartagal frente a Círculo Argentino. El partido no tenía nada especial, pero Velázquez mostró sus condiciones y despertó el interés del club tucumano por su altura. “Los dirigentes se contactaron conmigo y llegué a Tucumán en 1984”, recuerda.
En ese momento, el proyecto de Caja era uno de los más interesantes de la provincia: el club no solo quería ser fuerte a nivel local, sino que buscaba dejar su huella en el plano nacional. El crecimiento fue tan rápido que, en dos años, ascendió desde la Liga C a la Liga Nacional, siendo el segundo club provincial en jugar en la máxima categoría del básquet argentino.
“Lo primero que me impactó al llegar fue la ciudad. Pasar de un pueblo a un lugar tan grande como San Miguel de Tucumán fue un cambio rotundo y difícil de asimilar. Por suerte, tuve tutores que me cuidaron: (Pedro) ‘Checha’ Figueroa y Héctor Díaz. Ellos me acompañaron y me ayudaron a enfocarme solo en jugar”, relata Velázquez. El deporte era una prioridad, aunque el club también le exigió que continuara con sus estudios secundarios. Así, sus horarios se dividían entre las clases en el colegio John F. Kennedy y los entrenamientos sobre el parqué.
Durante el primer año, Velázquez se instaló en un hotel céntrico, cerca de la plaza Alberdi, y después se mudó a un departamento ubicado en la intersección de San Luis y Lavalle, a una cuadra del club.
Comenta que el equipo inicial de Caja estaba compuesto por una mayoría de tucumanos. Esos talentos lograron el ascenso a la Liga B, pero todo cambió cuando empezó la participación en la Segunda división. “Llevaron varios extranjeros como Joel Thompson, Steven Hill y Clarence Tilman. Eso nos dio un salto de calidad. También teníamos al ‘Cañón’ Ibarra, que era un base con gran visión, y a ‘Checha’, que para mí fue un maestro. Él me enseñó desde el roce hasta los movimientos de ala-pivot. Thompson, fue clave para todos porque nos enseñó mucho sobre cómo mejorar el salto y tener un mejor timing para cada movimiento”, destaca.
Velázquez rememora que vivió un sueño por aquellos años: no estaba acostumbrado a las cámaras ni a los reportajes, pero se aclimató rápido al ambiente del básquet tucumano. “Me pedían fotos o autógrafos… Eso era muy fuerte para mí, pero nunca me agrandé. Siempre fui el mismo”, reflexiona.
En 1986, después de que Caja Popular perdiera la categoría, decidió marcharse y probar suerte en otras provincias. Así, jugó en diferentes clubes del país: Banda Norte de Río Cuarto (Córdoba), Guillermo Brown y Deportivo Madryn (Chubut), Gimnasia y Esgrima de Comodoro Rivadavia (Chubut), San Jorge (Santa Fe), Unión de Colón (Entre Ríos), Tala de San Francisco (Córdoba) y Gimnasia de Pergamino (Buenos Aires), hasta que volvió a Belgrano.
Velázquez, además, se ganó el apodo de “Indio” dentro del mundo del deporte. Según cuenta, la elección está relacionada con su historia personal: es descendiente de los Tobas, un pueblo originario que habita en la región del Chaco Central.
“Cuando me vine, con mi pareja, habíamos pensado instalarnos de manera definitiva. Ya tenía a mis dos hijos: Lucas y Vanesa, y creíamos que era lo mejor para todos”, señala. Después de la experiencia en el “Patriota”, jugó un par de años en Quimsa de Santiago del Estero. La distancia con Tucumán no era un problema. Más tarde continuó su carrera en Asociación Mitre, donde conoció a Enrique Muruaga, quien lo incorporó al mundo del gas envasado. “Gracias a él, pude empezar con mi microemprendimiento. Le debo mucho al básquet, porque me abrió muchísimas puertas”, apunta.
Por último, Velázquez comparte que su familia se identifica con diferentes partes del país: su hijo nació en San Francisco, su hija en Puerto Madryn, él en Formosa y su mujer en Tucumán. “Somos una familia interprovincial”, dice. Pero más allá de los orígenes repartidos, el ex ala-pivot se siente un tucumano más y lleva con orgullo la bandera de la provincia que eligió como hogar. “Aquí encontramos la estabilidad que tanto buscamos durante años”, concluye.