Este viernes, un sismo de 7,4 grados en la escala de Richter sacudió el sur de Chile, con epicentro a 218 kilómetros al sur de Puerto Williams, y generó una alerta de tsunami que se extendió durante varias horas. La alarma no solo afectó a la región de Magallanes, sino que también alcanzó parte del territorio argentino, particularmente en Tierra del Fuego.
El fenómeno volvió a poner en primer plano la amenaza de los tsunamis, una de las consecuencias más peligrosas de los terremotos submarinos. Según explicaron expertos del Conicet a Infobae, se trata de un tipo de desastre natural extremadamente destructivo, que puede desarrollarse en cuestión de minutos y cuya alerta suele mantenerse incluso cuando no hay indicios inmediatos de olas de gran magnitud.
El geólogo Andrés Folguera, de la Universidad de Buenos Aires y miembro del Conicet, explicó que un tsunami no es simplemente una ola gigante, sino una serie de olas potentes que viajan a través del mar y que pueden recorrer miles de kilómetros. Estas olas, generadas por movimientos sísmicos en el fondo marino, pueden alcanzar velocidades de hasta 800 o 1000 kilómetros por hora. “La ola puede ser de 20 centímetros o de 5 metros. Y no llega sola: pueden ser dos o tres frentes de ola seguidos”, detalló.
En este caso, la alerta fue emitida por el Sistema Nacional de Alarma de Maremotos de Chile (SNAM), que advirtió sobre el posible impacto en la costa del Pacífico y en la zona antártica. Las olas estimadas podrían variar entre 1 y 3 metros en la costa continental y entre 0,3 y 1 metro en la región antártica.
Chile, ubicado en el “Cinturón de Fuego del Pacífico”, una de las regiones más sísmicamente activas del planeta, cuenta con un sistema de alerta temprana y protocolos rigurosos de evacuación. El presidente Gabriel Boric ordenó evacuar las zonas costeras de la región de Magallanes apenas ocurrido el temblor. En ciudades como Puerto Williams, con unos 2.500 habitantes, se implementaron evacuaciones inmediatas, incluyendo a escuelas y embarcaciones menores.
En contraste, el especialista Folguera advirtió sobre la escasa reacción del lado argentino: “No hubo una respuesta institucional o desde el gobierno provincial o nacional. No hay un protocolo de alerta de tsunami en Argentina. Y si lo hay, no se cumple”.
La doctora en Geología Silvana Spagnotto, también experta del Conicet, recordó que sismos de esta magnitud no son infrecuentes en la región: “En 2003 hubo uno de 7,4 grados y en 2013 otro de 7,7. El de hoy tuvo al menos seis réplicas mayores a 5 grados, una de ellas de 5,7”. Además, confirmó que tras el evento se registraron olas de tsunami en la Antártida.
Spagnotto destacó que la persistencia de las alertas se debe a que la primera ola no siempre es la más peligrosa: “Tras el terremoto submarino de 2010 en Chile, la alerta cesó y varias horas después una ola de gran magnitud llegó a la costa y causó decenas de muertes”.
Los tsunamis se caracterizan por provocar un repentino y drástico aumento del nivel del mar, seguido de oscilaciones que pueden extenderse por cientos de kilómetros. No se trata de olas que rompen como en la playa, sino de una masa de agua que avanza con enorme fuerza sobre tierra firme, provocando inundaciones y arrasando estructuras.
Este riesgo latente refuerza la importancia de contar con sistemas de alerta eficientes y, sobre todo, con una población instruida sobre cómo actuar ante una posible evacuación. La experiencia chilena es un ejemplo en la región: la combinación de monitoreo constante, información clara y acción inmediata ha permitido mitigar tragedias mayores.
Para los especialistas, la clave está en la preparación. Aunque no todos los terremotos generan tsunamis, la posibilidad está siempre latente, especialmente en zonas con actividad sísmica frecuente. La rápida evacuación puede marcar la diferencia entre una catástrofe y una situación controlada.