Sabido es que todo cambio de sistemas trae aparejados inconvenientes por desconocimiento de los usuarios y por situaciones inesperadas. Esa situación, habitual en estas circunstancias, debería ser contemplada por los responsables de estos cambios, sobre todo cuando, como ha ocurrido ahora con el proceso de reemplazo de la tarjeta de viajes colectivos Ciudadana por la SUBE para recorridos en la capital y por la Independencia para los viajes interurbanos. El desorden registrado ayer en el complejo Belgrano y los inconvenientes que padecieron los usuarios han dado lugar a explicaciones de los responsables y hasta a argumentos del mismo Gobernador en cuanto a que “todos los cambios llevan tiempo”. Él ensayó una disculpa “por estos momentos que está viviendo la gente, pero todo es para mejorar”, dijo. Luego enfatizó que “no hay duda de que la tecnología y los beneficios que ofrecen estas tarjetas son para el bien de los usuarios”.
Se trata de complicaciones que se debieron prever. El proceso de cambio de la tarjeta ciudadana viene desde hace muchos meses y se estableció hace varias semanas con una complicación sustancial: ha sido difícil de conseguir en quioscos por diversos motivos. Por ello hubo dudas de algunos funcionarios en cuanto a que se pudiera prorrogar el final de esta tarjeta, lo cual fue rechazado por la administración municipal capitalina. Por otra parte, la implementación de la tarjeta Independencia llegó también en forma complicada, primero con dificultades para su funcionamiento después de la prueba piloto; luego, con diferencias en cuanto a comisiones en comparación con la tarjeta SUBE y finalmente con un error de cálculo de funcionarios y empresarios en cuanto a la cantidad de tarjetas Independencia que hacían falta para reemplazar la Ciudadana. Se dispusieron 20.000 y ayer, agotada la tanda a mitad de la mañana, se anunció que hoy se entregarían, en forma nominal, 3.000 más, con lo que se da fin al uso de la Ciudadana. La promesa de los funcionarios es que en poco tiempo más habrá posibilidad de abonar el pasaje con medios digitales y que en el futuro sólo coexistirán la Independencia para el área que abarca la tarjeta Metropolitana (que por ahora sigue en uso) y la SUBE para la Capital.
No obstante, es notorio que la confusión -o acaso la desinformación- de los usuarios se ha vinculado con las complicaciones derivadas el sistema y del hecho de que algo tan básico como la posibilidad de pagar el pasaje para viajar en colectivo está trabado por las desinteligencias a la hora de acomodar esta transición. Y esto se da entre administraciones que en teoría llevan adelante una política de coordinación de tareas.
Cierto es que en el último año y medio han ido sacando adelante el problemático sistema de transporte en colectivo, que había llegado a una crisis profunda, y que ahora parece estar en franca recuperación. Pero esa crisis ha llegado a circunstancias casi absurdas, como el hecho de que en algunas líneas de ómnibus, por falta de tarjetas, se usan una especie de boletos que se adquieren en quioscos. Son una muestra del caos que ha dominado el sistema y que perjudica principalmente a los usuarios, obligados a esperas, colas y frustraciones.