Tras la muerte del papa Francisco, el Vaticano se prepara para uno de los eventos más solemnes y cargados de misterio de la Iglesia Católica: el cónclave. Esta reunión secreta de cardenales en la Capilla Sixtina tiene como objetivo elegir al nuevo Papa, y con ella se activa un riguroso dispositivo de seguridad que combina tradición, tecnología y estrictos protocolos para evitar cualquier tipo de injerencia externa, espionaje o filtración de información.

Mientras Francisco es despedido por una multitud en Plaza San Pedro, en los interiores del Vaticano trabajan para la seguridad del conclave. 

Tecnología de punta y tradición milenaria

Desde hace décadas, y con mayor énfasis en los últimos pontificados, el Vaticano reforzó las medidas para blindar la Capilla Sixtina de escuchas clandestinas. El temor a que las deliberaciones secretas puedan ser interceptadas llevó a la Santa Sede a implementar un protocolo de aislamiento total del recinto donde se realiza el cónclave.

Uno de los primeros pasos es la instalación de dispositivos inhibidores de señal que bloquean cualquier tipo de comunicación inalámbrica: teléfonos móviles, radios, micrófonos ocultos o cualquier otro artefacto que pueda transmitir información. Técnicos especializados barren la Capilla con equipos de detección de frecuencias para asegurarse de que no haya aparatos de escucha escondidos.

Además, el Vaticano colabora con empresas italianas de ciberseguridad y expertos en contrainteligencia para asegurar un entorno completamente hermético. Incluso las comunicaciones internas del Vaticano se restringen o suspenden durante los días del cónclave.

Bajo juramento y con vigilancia constante

Los cardenales electores, que en este cónclave serán 135, juran guardar secreto absoluto sobre las deliberaciones. Están alojados durante todo el proceso en la Casa Santa Marta, un edificio del Vaticano separado de la Capilla Sixtina, y se les prohíbe cualquier contacto con el exterior: no pueden recibir llamadas, mensajes ni visitas.

Toda persona involucrada en el cónclave –incluyendo personal de limpieza, médicos, traductores y encargados de cocina– también presta juramento de confidencialidad. Cualquier violación puede ser castigada con la excomunión automática, según las normas establecidas por la constitución apostólica Universi Dominici Gregis.

Durante las votaciones, la Capilla Sixtina es sellada. Guardias suizos y personal de seguridad del Vaticano vigilan todos los accesos. Las ventanas se cierran, las cortinas se bajan, y se colocan barreras físicas para impedir cualquier tipo de visión o escucha desde el exterior.

Un ritual blindado por la historia

Aunque el uso de la tecnología moderna ha transformado el sistema de vigilancia, el corazón del cónclave sigue siendo un acto profundamente simbólico y espiritual. La elección del Papa se realiza bajo los frescos de Miguel Ángel, en un ambiente que mezcla el silencio sagrado con el peso de decisiones históricas.

La fumata blanca que anunciará al nuevo Pontífice será el primer signo visible para el mundo. Hasta entonces, el Vaticano seguirá haciendo lo imposible para mantener el secreto mejor guardado de la Iglesia.