Tras la muerte del papa Francisco, el Vaticano entra en un período conocido como Sede Vacante, una etapa excepcional en la que la Santa Sede queda sin su máxima autoridad. En ese lapso, mientras el mundo católico se prepara para elegir a un nuevo Pontífice, una figura clave entra en funciones: el Camarlengo, encargado de custodiar los secretos y bienes más sensibles del Vaticano.
Se conocío un mensaje póstumo del papa Francisco: “La muerte no es el fin, sino un nuevo comienzo”¿Quién es el Camarlengo?
Actualmente, ese rol lo ocupa el cardenal Kevin Joseph Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Como Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, su tarea es esencial: debe verificar oficialmente la muerte del Papa, custodiar el Anillo del Pescador —que es destruido para evitar su uso indebido— y garantizar el funcionamiento básico del Vaticano sin tomar decisiones que solo competen a un Papa en funciones.
¿Quién es Felipe Bergoglio, el sobrino nieto futbolista del papa Francisco?¿Qué pasa con los archivos vaticanos?
Uno de los aspectos menos visibles pero más relevantes del trabajo del Camarlengo es la protección de la documentación pontificia, las comunicaciones internas y los archivos secretos del Vaticano. Durante la Sede Vacante, se intensifican las medidas de seguridad sobre los archivos vaticanos, y el acceso queda limitado a un círculo muy estrecho de funcionarios de confianza.
Además, se suspende la actividad diplomática en nombre del Papa, aunque se mantiene la representación institucional del Vaticano. Los jefes de Estado y de gobierno que desean asistir al funeral o enviar condolencias deben canalizar sus mensajes a través de la Secretaría de Estado, que también entra en un modo de funcionamiento restringido.
El Camarlengo actúa siempre bajo supervisión del Colegio de Cardenales, órgano que asume ciertas responsabilidades administrativas y se prepara para convocar el Cónclave, donde se elegirá al próximo Sumo Pontífice. Hasta que eso suceda, los asuntos más delicados del Vaticano —políticos, financieros y espirituales— quedan en una suerte de pausa sagrada, bajo vigilancia estricta y el más profundo sigilo.