Francisco ha sido un Papa muy transformador. Fue el primero no europeo; el primero que fue jesuita y, más allá de que haya sido argentino, resultó ser un Pontífice muy atípico para lo que fue la impronta del cargo.

Francisco fue un Papa que trabajó por la horizontalidad de la Iglesia, despojándola de esa jerarquía cerrada, de una actitud elitista, encapsulada sobre todo en El Vaticano.

Francisco fue un Papa que siempre miró la periferia, no solamente desde el punto de vista geográfico, sino también desde lo social y desde lo cultural.

Un Papa que hizo muchos cambios en la estructura de El Vaticano, incorporando a mujeres y a laicos.

Un Papa consciente de recuperar la voz de la Iglesia para los problemas más importantes del mundo y  no solamente apegándose a lo estrictamente religioso.

Su gran preocupación por los pobres fue su sello distintivo. Jorge Bergoglio fue un Papa que trató de abrir la Iglesia para los creyentes y también para los no creyentes; para los casados y para los no casados; para los heterosexuales y para los homosexuales.

Ha sido un Papa excepcional si tomamos en cuenta los cambios que ha realizado en una estructura milenaria. Esto ha marcado una diferencia muy profunda respecto de la gestión de Benedicto XVI, que fue un Papa conservador, muy europeo, blanco, etnocentrista y aristócrata, que delegó el manejo de El Vaticano.

Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, modificó ese esquema de conducción de la Iglesia. Mantuvo el pulso de su propia gestión.