Se podrá ponderar o denostar la acción de gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), pero son innegables sus rasgos de estadista, esos de los que carecieron casi todos sus sucesores. Surfeando una coyuntura compleja, legada por la dictadura que lo había precedido, Alfonsín se permitió desarrollar una mirada estratégica, enfocada en el bienestar de las generaciones futuras. Eso se llama visión. Es una pena que la mayoría de esas iniciativas haya naufragado, consecuencia de los vaivenes de una Argentina que jamás da respiro.

El 15 de abril de 1986 -ayer se cumplieron 39 años- Alfonsín hizo pública su voluntad de mudar la Capital Federal al sur del país, en el marco de un plan más ambicioso, ya que se trataba de la “fundación de una segunda República”. La iniciativa partía de una reforma constitucional, con varios de los principios que se concretarían pocos años después, Pacto de Olivos mediante, habilitando la reelección presidencial. Además, Tierra del Fuego pasaba de ser “territorio nacional” a adquirir rango provincial (el único punto del programa que realmente se concretó) y por otro lado nacía la Provincia del Río de la Plata, integrada por la Ciudad de Buenos Aires y vastas zonas de su actual conurbano.

La mudanza de la capital iba en sintonía con lo hecho décadas antes por Brasil, aunque con una diferencia: no hacía falta construir una ciudad desde cero, como fue el caso de Brasilia, ya que se trataba de usar como base el eje Viedma-Carmen de Patagones y desarrollar allí la infraestructura. Ese era el cimiento del “Plan Patagonia”: un nuevo Distrito Federal que en los hechos tomaba parte de Río Negro (Viedma) y el extremo más austral de la Provincia de Buenos Aires (Guardia Mitre y Carmen de Patagones). Así como Brasil se animó a dejar atrás el poderío atlántico de Río de Janeiro mirando hacia el interior, Argentina se disponía a descentralizar el histórico puerto de Buenos Aires trasladando el eje político a la zona menos poblada del país.

Alfonsín lo comunicó el 15 de abril por cadena nacional y el 16 viajó a Viedma. Allí habló de un cambio de paradigma e invitó a “crecer hacia el mar, hacia el sur, hacia el frío”. Del discurso se pasó a la acción: en mayo el Congreso sancionó la Ley 23.512, que declaró Capital de la República “a los núcleos urbanos erigidos y por erigirse en un futuro en el área de las ciudades de Viedma, Carmen de Patagones y Guardia Mitre”. Después terminó de tomar forma el Entecap (Ente para la Construcción de la Nueva Capital-Empresa del Estado), encargado de llevar a la práctica el proyecto, a un costo de 2.300 millones de dólares.

¿Qué sucedió? Por un lado, el esmerilamiento de la gestión de Alfonsín, acosada por el fracaso del plan económico (el Austral) y los alzamientos carapintadas. Por el otro, la indiferencia de una opinión pública que al principio acompañó y después perdió el interés. Y, por supuesto, los lobbies que de ningún modo estaban dispuestos a resignar la preeminencia de Buenos Aires. Terminó siendo una oportunidad perdida; otro ejemplo del país que quiso ser y no fue. O no es.