Por José María Posse

Abogado, escritor, historiador

En calle Las Heras 50 se levanta, humilde pero digna, la casa que mandó a construir hacia 1780 don Francisco Javier de Avila, casado con doña Ceferina Aráoz.  

Por allí pasaron Manuel Belgrano y José de San Martín, Juan Martín de Pueyrredón y la sombra de Juan Facundo Quiroga en búsqueda del pilón Gregorio Aráoz de La Madrid… ¡Qué decir de la presencia del caudillo Bernabé Aráoz y de su distinguida parentela!

Lamadrid

En su seno se realizaron sesiones preparatorias del Congreso de 1816, Pero la casa en sí entra en la historia de nuestras guerras civiles luego de la batalla del Tala: el 27 de octubre de 1826 se enfrentaron en esa localidad las tropas de Quiroga y las de La Madrid. Este último fue herido de gravedad en aquella acción.

En secreto, el bravo militar tucumano fue llevado a casa de su prima, Ceferina Aráoz, donde se le hicieron las primeras curaciones; allí estuvo escondido un tiempo hasta que logró fugarse, según él mismo relata en sus memorias, en las que cuenta detalladamente la gravedad de sus heridas y los métodos que utilizaron para realizarle las curaciones necesarias.

Cómo sobrevivió a las infecciones es un misterio, lo que demuestra la enorme fortaleza del héroe tucumano.

Antigua edificación

En opinión del arquitecto Ricardo Viola, experto en el patrimonio edilicio tucumano, es la casa más antigua en pie que queda en el radio urbano de San Miguel. Solo por lo referido, el solar debería tener la consideración de los tucumanos, pero hay mucho más.

El 5 de diciembre de 1947 un grupo conformado por artistas, profesionales y literatos fundó la Peña Cultural El Cardón en el recinto de la biblioteca Sarmiento. Al poco tiempo ocupó un salón en el sótano del Jockey Club, hasta el año 1976, cuando los socios pudieron comprar su sede propia.

Orígenes

El profesor Gustavo Bravo Figueroa contaba que se reunían alrededor de 20 personas en la Sociedad Sarmiento los domingos por la mañana. Pero, como pasa generalmente en estas cosas, con el tiempo el entusiasmo inicial comenzó a declinar, por lo que se resolvió dar cuanto antes forma jurídica a la entidad.

Se necesitaba adoptar un nombre: se aceptó considerarla una “peña”, según se designa en España el lugar en el que se realizan reuniones periódicas culturales y artísticas. Pero hubo un agregado, según se recuerda: “Yo propuse añadirle ‘El Tuco’, vale decir, la luciérnaga que de noche ilumina con sus resplandores verdosos, lo que en principio se aprobó, hasta que poco después, uno de sus integrantes, Pío R. Moreno Campos, hizo notar atinadamente que con el tiempo podía ocurrir que concurra a la Peña gente de afuera, en particular italianos, y que crean que allí se ofrecían ricas comidas ‘al tuco’, por lo que se descartó ese nombre y en la reunión siguiente, no recuerdo si Barbieri o Cuenya, propuso llamarla ‘El Cardón’, por ser una palabra típicamente regional del noroeste argentino y que por ello también figura en el centro del emblema de la Universidad Nacional de Tucumán. Así quedó consagrado el nombre de ‘Peña El Cardón’”.

El relato se consiga en la obra de Hugo A. Berreta, de 2003, “La Peña El Cardón, medio siglo de Cultura Regional”.

Pola Rougés

La histórica casa de los Ávila Aráoz, hacia 1971 era propiedad de la doctora Pola Rougés, un espíritu noble, que entendió como pocos el objetivo de una peña cultural y dio grandes facilidades a los compradores, a un precio accesible.

Berreta escribió: “Pero había que juntar el dinero lógicamente, y a la ayuda de los socios aparecieron Osorio Luque y Demetrio Iramain, quienes le pidieron a otros amigos pintores y dibujantes que donaran dibujos para ser vendidos a favor de La Peña. Y así fue como apareció el día de la muestra el ingeniero Pedro César Omodeo y su señora, quienes realizaron una compra importante, gracias a lo cual se pagó la primera cuota. Ese día el rematador fue el doctor Lázaro Barbieri, y se remataron obras de Luis Lobo de la Vega, de Santos Legname, de Demetrio Iramain, del santafecino (Ricardo Argentino) Supiciche y de (Marcos Tiglio). Con las otras cuotas ocurrieron cosas parecidas, destacando la paciencia de la doctora Rougés en aceptar los pagos en largos tiempos. Del inmueble original quedaba nada más que la mitad de la construcción. El primer presidente fue Carlos Cuenya, luego de lo cual, y por más de 50 años, fue su director y principal impulsor el inolvidable profesor Gustavo Bravo Figueroa”.

La biblioteca

Por su parte, el doctor Antonio Torres, socio de la institución, donó más de 6.000 libros, que dieron origen a la biblioteca que hoy lleva su nombre. Con el tiempo, nuevas donaciones comenzaron a enriquecer el patrimonio de la entidad, hasta formar una biblioteca de gran entidad.

La peña albergó en su historia de 60 años a los más variados artistas que vivieron o pasaron por Tucumán: conciertos musicales, conferencias, muestras de dibujo y pintura, clases de danzas y recitales de folclore, la institución generosamente prestó siempre su sede a todo el quehacer cultural de Tucumán y el NOA.

Ilustres visitantes

Por allí caminaron hombres de la cultura como Ernesto Sábato, Ezequiel Martínez Estrada, Ricardo Rojas, Bernardo Canal Feijoo, Marta Mercader, Eneas Spilimbergo, Orestes Caviglia, Miguel Ángel Estrella, Raúl Aráoz Anzoátegui y tantos más.

En esas paredes colgaron sus obras pintores de la talla de Antonio Berni, Pompeyo Audivert, Juan Carlos y Demetrio Iramain, Antonio Osorio Luque, Ramón Gómez Cornet, Aurelio Salas, Luis Lobo de La Vega, Timoteo Navarro, entre otros.

Allí deleitaron con sus versos poetas como Manuel Castilla, Ricardo Molinari y Juan Carlos Dávalos. Las voces de una joven Mercedes Sosa, de Los Chalchaleros, Los Tucu Tucu, Los Cantores del Alba, Los Hermanos Ávalos y otros tantos folcloristas que son parte ya de la historia grande de la música popular de nuestro país aún resuenan entre sus paredes para los testigos nostálgicos de aquellas tertulias interminables.

La bohemia

Si tenías alguna inclinación por la escritura era imposible no conocer desde lejos a Eduardo Perrone, autor de “Preso común” y otras novelas tras su experiencia en la cárcel de Villa Urquiza.

Se lo veía en La Peña El Cardón tomando un vino solo, por la Bernabé Aráoz o por la calle San Martín. Se sabía que sus libros eran imposibles de encontrar, que vivió el éxito y que ahora estaba por aquí, siempre de saco viviendo en un vagón de tren, explica Pablo Donzzeli, en un detallado trabajo sobre la vida y obra de este inconfundible escritor, en un artículo escrito para un medio de prensa tucumano.

Un Nobel

El premio Nobel de Literatura de 1967, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, pasó en 1958 por Tucumán, donde fue agasajado por la intelectualidad tucumana en un encuentro en el que hizo gala, además, de su proverbial hospitalidad y calidez.

Luego de conocer la institución escribió: “La Peña El Cardón nos devuelve el clima de la catacumba, donde nosotros, los nuevos cristianos, creamos con el arte, la fraternidad de América”.

Prestigiosa distinción

Desde 1953, la Peña entrega la Medalla de Oro conocida como “Medalla El Cardón” a personalidades o instituciones destacadas de la provincia, en distintas actividades.

Algunos de los premiados fueron: Amalia Prebish de Piossek, Carlos Cossio, Héctor Zaraspe, Guillermo Oliver, César Pelli, Luis Lobo de La Vega, Victor Massuh, Eduardo Sacriste, Elsa Moreno, el Suplemento Literario del Diario LA GACETA, la Fundación Miguel Lillo, la Universidad Nacional de Tucumán, Tomás Eloy Martínez, entre otros de una lista de ilustres. El último galardonado es el jurista Pedro Rubens David.

Objetivos

El artículo 1º de su estatuto establece las finalidades de la Peña: reunir en su seno artistas y demás personas con inquietudes espirituales; fomentar el acercamiento entre artistas de todos los géneros; fomentar toda actividad cultural...

A su vez, el artículo 2º manifiesta: A) prescindencia absoluta de toda cuestión religiosa, política o racial. B) Cultivo de un amplio espíritu democrático… C) Permanente respeto y tolerancia por las ideas ajenas.

Visitas

Si usted no conoce La Peña El Cardón, tiene las puertas abiertas: allí será recibido en un clima de cálida cordialidad provinciana.

Si tiene suerte se deleitará con un número musical (en todas sus variedades) o escuchará una conferencia o acaso disfrutará de una muestra de dibujo, pintura o escultura.

Podrá disfrutar asimismo de los más de 10.000 volúmenes de una biblioteca en constante crecimiento y claro: degustará buenas empanadas tucumanas, acompañadas, como debe ser, de un buen vino tinto de nuestros valles.

Lo animo a cerrar sus ojos y abrir el corazón; le aseguro que sentirá la magia que brota de esas antiguas paredes que fueron testigos de siglos; y si escucha bien, a no dudar oirá los ecos de voces fraternales de otros tiempos, que quedaron allí impregnadas en susurros, para la eternidad.