NOVELA

LA FELICIDAD DE LOS NORMALES

DANIEL MEDINA

(Nudista - Buenos Aires)

La felicidad de los normales está compuesta por un coctel de géneros y de historias. Narrada en segunda persona, la novela interpela al lector y al personaje principal, el adulto y también joven y niño Alejandro Solórzano. El narrador no tiene conmiseración con su personaje. Muestra el costado más claro y el más oscuro y arma, con lucidez y minucioso cálculo, el cóctel frenético y furioso que hemos denominado gótico del norte argentino. Alejandro Solórzano tiene una hija obesa que está desaparecida; trabaja en un call center, una oficina ubicada en el centro de la ciudad de Salta.

La novela pone en discusión varias cuestiones; entre ellas, el rol de las tecnologías en el armado político virtual. En cierto sentido, suena como una distopía. Sin embargo, la novela no trabaja con el futuro sino con el presente. El  tono o la atmósfera aparecen a partir del modo de presentación de los personajes y del carácter delirante que tienen ciertas situaciones. Mencionemos algunos personajes y situaciones: el relato de un videojuego en el que el jugador mata a jipis en medio de una manifestación antiaborto cerca de la capilla de la Universidad Nacional de Salta, un grupo de ancianos que compiten por quién tiene la enfermedad más terminal en un colectivo, una serie de niños que matan ancianos en una película, un joven que manifiesta ante un policía que ha matado a la hija de Alejandro solo por diversión de ver sus vísceras, dos empleados que se disputan en su estupidez, un conjunto de insólitos reality shows, una empleada “opa” (sic) que maltrata a un anciano que ha sido peor que ella en su crueldad, una mujer que es violada por un político conservador que quiere exterminar a las lesbianas, etc.

La novela combina diferentes estrategias de escritura: reúne el texto central que está narrado en segunda persona, el conjunto de tuits de una supuesta amiga de la hija, los dos cuentos de Alejandro Solórzano, los mensajes desquiciados de whatssapp, las grabaciones de audio en el celular, la narración de las imágenes televisivas, los textos en torno a la cámara de video instalada en el hogar. Cada escritura supone un específico registro tipográfico. Medina cumple con una de las posibilidades de la novela moderna: el experimento que da cuenta de la multiplicidad de los relatos sociales, las voces y las narraciones que circulan en una urbe. Como un continuador de John Dos Passos en el siglo XXI, Daniel Medina cultiva el montaje semántico y formal, la yuxtaposición de escrituras y de transposiciones textuales a partir de orígenes narrativos diversos.

En articulación con lo anterior, diría que es distópica porque es polimórfica, es decir, altera el presente a partir de una lectura desplazada y exagerada de lo más inmediato. Aumenta con la lupa de la parodia y la sátira lo que tiene a la vista. Lo que ha hecho Medina de forma muy clara es captar en 380 páginas aquello que sobrevuela de forma vertiginosa y azarosa en la infoesfera virtual y en la realidad cotidiana. Como si fuera un sensor sociológico y literario, Daniel Medina ha unido las partes del rompecabezas cultural de una zona de Argentina y del mundo. Ha hecho literatura trasladando a escritura las huellas de los dispositivos electrónicos de nuestro tiempo y, de este modo, ha actualizado una de las ideas de la vanguardia: romper el molde de la novela decimonónica. El autor ha tomado las estrategias de la novela moderna para pensar desde la mente de alguien que no piensa como él: Gerardo Solórzano, el dictador anciano que añora la jaula de pájaros, desquiciado, lleno de baba y estiércol.

Gótico del norte argentino

Sátira social sobre el presente, la novela cuenta la vida de una familia en una ciudad conservadora y compleja, pletórica de idiotas con dinero y de prejuicios racistas. Se estructura con un elemento del policial negro (la investigación de un supuesto crimen) y propone una relectura cómica del thriller político. El gótico brilla mejor que nunca en La felicidad de los normales; destaco ciertos elementos que conforman la estética gótica, las contradicciones de la cultura salteña (y del norte argentino): como caras de la misma moneda aparecen el racismo y el catolicismo de Gerardo y de otros personajes, la lucha antiaborto y la moral clasista de las familias biempensantes, los policías brutos que se acobardan frente al poder del dinero y las familias aristocráticas que ostentan el poder político y que desprecian a los “bolivianos” considerados como no humanos.

Medina tiene una habilidad para burlarse de los clichés locales y ponerlos en una estructura narrativa que muestra la diversidad de tensiones que mueven a las sociedades contemporáneas. La novela narra las historias no de forma separada sino unidas en un continuo hábilmente enhebrado: cuenta el pasado y el presente “lleno de sonido y de furia”, las historias atravesadas por la sangre de los muertos, las cenizas de los desaparecidos y el estiércol del anciano represor. La felicidad de los normales no está hecha de “sangre, sudor y lágrimas” sino de cenizas y estiércol, sazonados con un humor que agita el estómago mientras reflexiona sobre los lugares comunes y las mentes estrechas de nuestras sociedades encorsetadas y pacatas.  

© LA GACETA

Fabián Soberón