Cualquier gráfico que se tenga a mano sobre los intentos de salida de las varias y recurrentes crisis económicas que viene sufriendo la Argentina, más cercanas o más lejanas en el tiempo, marcan visualmente que, tras el tobogán, primero se manifiesta algún grado de recuperación generado por correcciones más o menos transitorias de las variables, aunque luego, fatal e inevitablemente, llega el tiempo de la recurrencia y de la vuelta a empezar.

Suele decirse que el desafío principal del presidente Javier Milei hoy consiste en hacer del actual y doloroso proceso de ajuste algo que una vez más no sea del tipo golondrina y que resulte ser un proceso que merezca la pena. Lamentablemente, y pese a que el fondo de la cuestión marcha en el sentido correcto, las señales formales que deberían darle sustento a la política (firmeza en el camino emprendido, junto a secuencias creíbles de ejecución) son bastante pobres.

En cuanto a la gente, tras haberse animado a decirle adiós al sistema empobrecedor que gestionó el kirchnerismo durante tantos años, por allí pasa la esperanza que al menos mantiene encendida aún buena parte de la sociedad, situación que se manifiesta con bastante claridad en las encuestas, con mayor propensión de aguante en las clases más bajas, ya que los niveles intermedios se han empezado a preguntar, todavía con algo de timidez, “para qué”.

La inflación (11% en marzo y 51,6% acumulada en lo que va de 2024, tras el pico compartido con Fernández-Massa de 25,5% de diciembre) le pega a las capas medias de la sociedad como a ninguna otra, mientras que la franja etaria más veterana vive como una injusticia (que lo es) no sólo que las jubilaciones que se amasaron durante tantos años de aportes se hayan desintegrado a la mitad, sino que quienes entraron por la ventana al sistema (moratorias para todos y todas) se surtan del mismo pozo que ellos contribuyeron a llenar durante 40 o más años de su vida. En este punto, al Gobierno se lo acusa de atacar no a la casta, sino a uno de los ítems más voluminosos del gasto público: la previsión social. La CGT calcula que el ajuste lo están pagando mayormente los jubilados (45% de la torta).

Esta mirada de creciente crítica de un nivel socioeconómico que habitualmente suele mirarse el ombligo, antes votantes del PRO, se ha comenzado a extender, como así también los argumentos que se utilizan para murmurar. Y así, en esa suerte de excusa en la que se basan los palos que están apareciendo entre la gente del común, lo que se expone como fondo de todo el problema es la manifiesta desprolijidad del gobierno nacional, que parece que no puede moverse más allá de sus narices.

Tal calificación, más que un reproche, resulta ser finalmente una certeza, ya que salvo algunos que se esmeran bastante por ser prolijos y tender puentes, a 120 días de su llegada una parte importante del Gobierno parece vivir en “un dale que va” casi permanente, el “se´gual” que popularizó Minguito. También la falta de calle o de “muñeca”, dirían otros, los hace tropezar con la realidad a cada instante: emparcha y vuelve a emparchar. “Chapuza” le dicen en España.

El desapego por las formas del Gobierno y su mirada de hacer la próxima jugada sin analizar las variantes que hay hacia el futuro de la partida, tiene un primer cultor en el presidente de la Nación y ése ha sido el evidente trampolín de su salto a la fama primero y al sillón de Rivadavia después. ¿Por qué abandonar esa postura si tanto resultado le dio? Primero, porque en Milei eso no parece ser una pose, sino una forma de ser, muchas veces emparentada con una dosis de autoritarismo que va y que viene, un péndulo que finalmente resulta ser una necedad porque lo muestra desenfocado en cuestiones vitales.

En segundo lugar, esa mirada deforme le hace perder un tiempo valiosísimo que él, en su manera radial de conducir, hasta ahora no ha logrado ordenar. Su obsesión manifiesta es la economía y pese a ello, le ha dado juego propio del ministro Luis Caputo, pero hay otros temas que lo desgastan y lo aburren sobremanera. Por eso, ha dejado definitivamente en manos de su hermana Karina el armado de La Libertad Avanza y la relación con la interna de su partido. De allí, el cortocircuito de doble comando que se armó con la Comisión de Juicio Político en Diputados, el aval a Martín Menem, la desautorización a Marcela Pagano (después de haberla bendecido) y el paso al costado de Oscar Zago. Pero como todo esto no se explicitó, la comidilla de los críticos fue la eventual interna entre los hermanos.

En cuanto a las leyes que aún están en las gateras, el proceso sigue siendo de lo más caótico ya que al principio se hizo al estilo Milei, el de meter el elefante en el bazar y bajo el método de prueba y error. El resultado fue que hubo que rehacer todo de nuevo, bajar el copete y negociar, ya sea la nueva Ley de Bases o el capítulo fiscal que incluye la vuelta del impuesto a las Ganancias para quienes más ganan en relación de dependencia, resistido por los gobernadores, o la parte laboral que quedó congelada en la Corte, tras haber sido recurrida judicialmente, por la CGT.

Justamente, con el mundo laboral el diálogo tardó cuatro meses. Si hay algo que le enseñó Carlos Menem a la política es que los sindicalistas no se los debe atacar, sino seducir. Pero, como el Presidente no sabe de estas cosas mandó a ningunearlos hasta que el otro día, ya con el caballo cansado, se los citó en la Casa Rosada. Allí, se les prometió el oro y el moro, ya sea no tocar las cajas sindicales en la reforma laboral que elaboró el radicalismo y empezar a homologar las paritarias, pese al deseo en contra del ministro de Economía. Hasta el asesor estrella del Presidente, Santiago Caputo les pidió “disculpas” por haber incluido los temas laborales en el DNU 70/23.

Todo muy lindo, pero Hugo Moyano se quedó charlando aparte con el secretario de Trabajo, Julio Cordero por la paritaria de camioneros y se llevó la impresión que no todo iba a ser tan fácil en este tema, por lo que al día siguiente se llamó a un paro general para el 9 de mayo. Ahora, el mismo Gobierno que bajó el copete y empezó a negociar con la casta sindical quedó descolocado y en una delicada posición perdedora. Cordero ha quedado en la mira. 

Ni que hablar del tema de las prepagas que  ahora podría repetirse con la telefonía, ya que al liberar precios de golpe el Gobierno abrió la Caja de Pandora sin mirar a quien golpeaba esencialmente el asunto, también a la clase media. En el caso de las empresas de medicina, el ministro Caputo reaccionó como cualquier kirchnerista a la hora de transferir las responsabilidades a un tercero y las acusó de cartelizarse, algo bastante difícil de probar ya los porcentajes de suba son similares, pero no iguales.  

Todos y cada uno de estos temas de altísima tensión (hay otros como el del tabaco que será otro escándalo por la protección a un controvertido empresario) han sido abordados por el periodismo que los describe, los profundiza con sus análisis y opina al respecto. Algunos medios se regodean, ciertos periodistas se indignan o son de un estilo más incisivo y otros describen la situación y punto. En este escalón, la paranoia del poder –también algo similar a la que aquejaba a Cristina Kirchner- siente que los medios que no acompañan están del otro lado porque ya no hay más pauta. De allí, las diatribas que el propio Presidente, su vocero y el ejército de las redes adictas expresan contra quienes opinan diferente.

Es raro que los liberales no entiendan cómo funcionan los medios, más en tiempos de reacomodamiento de las audiencias como el actual: si el público cree que el Gobierno falla en todos los mecanismos que se han descripto es lícito de toda licitud que una parte del periodismo opine A en función de esa demanda, mientras que habrá otros medios que harán una oferta diferente y estarán en su pleno derecho de captar al público que piensa B. Aunque los hechos deben ser sagrados siempre y no se pueden tergiversar y aunque no lo parezca, eso también es un mercado.