“Ni el socialista más exigente podía imaginar mejores condiciones laborales que las que ofrecía a sus trabajadores el ingenio de Wenceslao Posse”, expresaba el Dr. Juan Bialet Massé, en su célebre “Informe sobre la clase obrera en Argentina” en 1904. A pocos días de un nuevo aniversario de su fallecimiento, creemos conveniente recordarlo.

Don Wenceslao nació en San Miguel de Tucumán el 28 de septiembre de 1817, en el seno de una familia de importantes comerciantes y hacendados. Fue testigo de la formación de la República Argentina, participando activamente en ello desde su juventud en hechos sobresalientes. En sus años mozos partió en busca de fortuna en la frontera con el Indio en Chascomús; de allí su participación directa en la Revolución de los Libres del Sud contra Juan Manuel de Rosas en Buenos Aires en 1839. Vuelto a Tucumán fue uno de los cabecillas de la malograda Liga del Norte en 1841; con la cabeza puesta a precio tuvo que exilarse en Bolivia, por bregar por el ideal de un país constitucionalmente organizado. En 1845 volvió a su Tucumán natal y junto a su esposa Tomasa, fundaron el ingenio azucarero Esperanza en el departamento Cruz Alta que, con el tiempo, se convertiría en el primer ingenio íntegramente mecanizado en ésta parte del mundo. Como miembro de la Sala de Representantes tucumanos, fue uno de los parlamentarios que redactó y aprobó el proyecto de constitución provincial de 1856.

En 1866 fue elegido gobernador de Tucumán, desempeñando su tarea con mano firme, poniendo las cuentas en orden y realizando obras en toda la geografía de la provincia; fundando escuelas y terminando la construcción del primer teatro, a pesar de los exiguos fondos con los que contaba el erario provincial. Hasta se dio tiempo de salir a enfrentar militarmente un reventón sedicioso del orden constitucional encabezado por Felipe Varela. Posse fue derrocado por una revolución orquestada por los hermanos Taboada, caudillos santiagueños que buscaban su hegemonía en el Norte. Además Wenceslao se había mostrado partidario de Domingo Sarmiento en las elecciones ya próximas, lo que chocaba con la idea del presidente Bartolomé Mitre, quien quería imponer su candidato.

Pionero en el azúcar

En aquellos años no existían créditos para emprender proyectos fabriles de envergadura. Los primitivos industriales azucareros, tenían el antecedente de un intento de maquinización realizado por Baltazar Aguirre, quien en sociedad con Justo José de Urquiza (aportó el capital) se embarcó en la importación de máquinas para un ingenio moderno. La aventura terminó en un estruendoso fracaso, dejando en la ruina al tucumano Aguirre. Aún así, no dejándose desalentar por la mala experiencia de otros, el matrimonio Posse decidió jugar una carta brava. En 1869 empeñando hasta su último centavo en la empresa, encargaron a la casa Fawcet y Preston de Liverpool las centrífugas a vapor para su ingenio. En aquellos años de la Inglaterra victoriana, allí se encontraba la mejor maquinaria posible. Además contrataron ingenieros civiles que trabajaban para la empresa, a efectos de montar la fábrica.

Los bultos fueron desembarcados en el puerto de Rosario y desde allí traídos en enormes carretones. Se construyeron armatostes especiales para el tamaño de cada cajón donde venían desarmadas las enormes piezas para montar las máquinas. No existían por entonces caminos regulares, se marchaba sobre sendas que apenas se adivinaban, y que en días de lluvia se borraban. Abriendo a machete picadas en los montes, esperando la bajada de las aguas de ríos infranqueables, recorriendo huellas de antiguas caravanas, el convoy fue desandando un interminable camino hasta Tucumán, en una odisea digna de figurar en los anales de la historia industrial Argentina. Por fin, luego de sortear innumerables dificultades, en la que no faltaron salteadores de caminos, inundaciones, enfermedades y muertes, los agotados transportistas, comandados personalmente por Wenceslao Posse, llegaron a Tucumán. Cuentan que toda la población salió a recibirlos como a un ejército victorioso. Faltaban años aún para que el ferrocarril llegara a Tucumán (1875), y con ello se abarataran los costos del transporte de las modernas máquinas.

Revolución industrial

A partir de allí, el Ingenio Esperanza tomó la delantera en todo lo que fue innovación industrial, mejorando la calidad y el rendimiento. El proceso de cristalización del azúcar, que antes llevaba semanas o meses, con las centrífugas demoraba contados minutos, revolucionando para siempre la industria. Recientemente, gracias a uno de sus descendentes, Jorge Manuel Vizoso Posse, se pudo recuperar los libros borradores del ingenio, los que pronto serán publicados.

Ya en 1893, en la famosa Exposición Internacional de Chicago, el azúcar del ingenio Esperanza ganó el primer premio, con lo cual quedaba establecida la calidad del producto tucumano. En la década de 1880 se instaló en Buenos Aires, donde presidió el primer comité político que proclamó la candidatura de su primo Julio Argentino Roca a la Presidencia. Fue presidente de la comisión de Obras de Salubridad, quienes edificaron el famoso edificio de Aguas Corrientes, también fue director del Banco Nacional.

Por esos años donó a su provincia todo el ornato e iluminación de la Plaza Independencia de San Miguel de Tucumán, que pasó a ser una de las más bellas de la República. También el altar en mármol de la Iglesia de La Merced, entre innumerables obras de caridad, aunque siempre lo hizo calladamente, sin permitir que su nombre se asociara a la obra de bien realizada.

En Buenos Aires, entregó a la ciudad $200.000 para la construcción de una escuela que luego de su muerte llevaría su nombre, ubicada en un enorme caserón de calle Suipacha 118, en pleno centro porteño. Es tradición también, que en un apuro económico, llegó a prestar una fabulosa suma de dinero al Estado Nacional, el que le fue garantizado con bonos que sus descendientes jamás pudieron cobrar.

Justicia distributiva

Don Wenceslao tenía como lema devolver a la sociedad el bien que de ella se recibe. En ello se encontraba la verdadera filantropía, la que consistía, en mucho más que subsidiar la necesidad inmediata, brindando las herramientas para el desarrollo integral del individuo. De esta manera se conseguía una solución certera al endémico problema de la pobreza en la provincia.

Para ello implementó la formación integral de los asalariados de la fábrica y sus familias. Los niños de los trabajadores del Ingenio Esperanza (antes de la sanción de la Ley 1.420, de 1884, por la cual durante el primer gobierno de Roca se implementó la educación común, gratuita y obligatoria) recibían educación solventada por la fábrica. Ello se materializó con la construcción de una moderna escuela que dependía del Ingenio.

Se preveía también la salida laboral de los alumnos; en las aulas se enseñaban oficios diversos, entre otros, telegrafistas los varones, modistas las mujeres. Los adultos no quedaron exentos de esta formación, ya que tenían la posibilidad de asistir a clases nocturnas para completar su educación. Pedro Lautaro Posse recordaba los cursos de carpintería, herrería, albañilería, etc. Como corolario, se otorgaban becas para todo aquel que aspirara a cursar estudios superiores, inclusive en otras provincias.

El esparcimiento, como parte de la formación, se realizaba mediante tres disciplinas deportivas. En la escuela existía un gran natatorio donde a los alumnos se les impartía clases de natación desde muy niños. También el incipiente deporte del fútbol, que por entonces se comenzaba difundir en la provincia. Además los estudiantes adquirían un básico entrenamiento militar, con el objetivo de crear una rutina deportiva de ejercitación física. “Mente sana en cuerpo sano”.

Los empleados de la fábrica recibían atención médica gratuita. Los tratamientos y remedios se proveían desde un dispensario, abastecido íntegramente por la fábrica, sin costo alguno. Las viviendas de los obreros eran espaciosas, de buena construcción y tenían las comodidades de cualquier edificación de la ciudad. Con una gran visión de futuro, protegió a sus empleados de loa avatares de la vejez e invalidez, dejó establecido que las casas que habitaban los asalariados (y que pertenecían al Ingenio), debían quedar en propiedad para ellos y su descendencia en usufructo imperecedero.

Utopía realizada

Para el final de la zafra, el matrimonio Posse organizaba una gran comida campestre en la que participaban todos los trabajadores, tanto del surco, como de la fábrica; los técnicos, ingenieros, los directores y los hijos y nietos de los propietarios. Allí se premiaba y distinguía el esfuerzo de los trabajadores destacados, y cada familia recibía su pago mensual (además de las remuneraciones por rendimiento y productividad).

En efecto, se otorgaban premios especiales a los mejores trabajadores del período por desempeño. Se les daba además una participación en las ganancias. Bialet Massé, médico y abogado socialista, quien había emigrado de España al ser sospechoso de haber participado en atentados anarquistas, fue testigo de una de aquellas reuniones. En su referido “Informe sobre el estado de las clases obreras” (que dio origen a la Ley Nacional de Trabajo) escribió destacando de manera especial al Ingenio de Posse. Luego de confesar su prevención y expresar su crítica negativa acerca de las condiciones de vida de los obreros azucareros en Tucumán, se maravilla de las condiciones de salubridad, limpieza y espacio de la fábrica.

Manifiesta: “…Nada podría pedirse por el socialista más exigente. Tal es el ingenio Esperanza en Cruz Alta, de propiedad de la señora Tomasa Posse de Posse. Es el primer ingenio del renacimiento de la Industria Azucarera en Tucumán; fue fundado en 1845 por el señor Wenceslao Posse (por entonces ya fallecido), esposo de la por cien títulos venerada propietaria actual, que cada año recibe a sus operarios, agrupados en su mesa, el testimonio de su gratitud que sus bondades merecen. En la fábrica de doña Tomasa, está prevista la seguridad integral y protección del trabajador”. Bialet Massé destaca la seguridad tanto de las instalaciones edilicias como de las máquinas. Detalla la protección física al operario en sus guarda volantes y guarda engranajes, barandillas, escaleras con pasamano, etc. Todo lo que podía pedirse, de lo mejor. Subraya, además, la existencia de un grupo de edificios para talleres, amplio, completo, con todas las medidas higiénicas necesarias. En esos edificios, se formaba y elevaba la especialización del trabajador, lo cual lo capacitaba para la realización de la tarea asignada. Así se evitaban los accidentes laborales.

Bialet Massé informaba que: No hay proveeduría, en el establecimiento hay tres casas de negocio (que no pertenecían a la fábrica), pero el obrero compra donde mejor le parece. Como el pago, a diferencia de otras fabricas se realizaba en dinero en efectivo, el asalariado podía comprar donde mejor le convenía. En razón de ello, el intercambio económico no estaba condicionado en beneficio del dueño del Ingenio. Con ello se eliminaba el antiguo sistema de ficha o vale de canje. Continúa el autor citado: El jornal es justo y la retribución es la mejor que se paga en los ingenios (para disgusto de muchos industriales de la época, acostumbrados a sistemas radicalmente opuestos). Hay descanso dominical y jornadas limitadas y rotativas para otorgar el descanso del trabajador. El cronista manifiesta además: La casa tiene médico y botiquín que asiste a los obreros. En caso de accidentes del trabajo se presta toda la asistencia y se da el jornal. Si el individuo queda inútil, se le da una pensión, sin perjuicio de que se le dé una colocación compatible con su estado. Lo cual implica una rehabilitación de los incapacitados. Lo mismo sucede con los ancianos, al que cumple los 60 años de edad, habiendo servido en la casa más de 15 años, se le da pensión, sin perjuicio de que se le dé colocación compatible con sus fuerzas.

Único en su tiempo

En tiempos donde no existían leyes laborales que regularan los derechos del trabajador, estas normativas constituían una innovación extraordinaria. Con ello se aseguraba la pensión y el retiro del operario. La gente está contenta, ni una queja le oí, agregaba el español. Termina su informe diciendo: Basta al observador experimentado el primer golpe de vista para ver que allí hay orden, justicia y bienestar; el solo saludo del obrero al director indica que allí hay algo de subordinación filial, que no existe donde no lo engendra el buen trato. Concluye el estudioso: He tenido un grato descanso, entre tantos de no ver sino miserias. Todo ello fue resistido en su época por algunos industriales, que debieron cambiar parámetros ante la presión gremial incipiente, quienes tomaron a Esperanza como un modelo a seguir. La base del éxito económico del Ingenio y su proyección en la posteridad se basaron en que industriales y trabajadores, forman parte del mismo carro, que debe tirar hacia delante; el avance social demócrata y el crecimiento económico, eran dos caras indisolubles de la misma moneda. El estudio de Bialet Massé contradice la leyenda negra de la industria azucarera, en el caso del Ingenio Esperanza de Tucumán.

De vida espartana, alejado de lujos y banalidades, hasta pocos días antes de su muerte, el anciano Posse, atacado por un doloroso reuma, ya en silla de ruedas se hacía llevar a la fábrica desde su casa en la ciudad de Tucumán. Allí inspeccionaba que todo marchara según sus directivas y atendía personalmente los pedidos de los obreros, a los que trataba con justicia salomónica. Consideraba que el mayor capital del Ingenio Esperanza, eran los operarios quienes habían ayudado a edificarlo, en medio de aquel monte inculto donde nació la primera industria pesada de la América del Sud. Don Wenceslao falleció el 3 de enero de 1900, en su casa de calle Laprida 180, justo para ver las luces del nuevo siglo que nacía.

Sinrazones

El 19 de enero de 1994, durante la intendencia de Rafael Bulacio, se promulgó la ordenanza que bautizaba “Autopista Wenceslao Posse“ a la que fue pista del antiguo aeropuerto. Quienes valoran el pasado de Tucumán lo sintieron como un homenaje más que merecido a un tucumano a quien tanto debe su provincia; y así se la conoció durante muchos años. Habían elegido a Francisco como el nuevo Papa de la Iglesia Católica y el entonces gobernador José Alperovich (quien casualmente había mandado a quitar todos los símbolos cristianos de las oficinas de la Casa de Gobierno), ordenó a sus concejales adeptos que se eligiera “cualquier avenida” para bautizarla con el nombre del nuevo Pontífice, a pesar de la normativa que precisamente prohibía el cambio del nombre de las calles. En 2013 se trató el proyecto sobre tablas, a instancias del concejal alperovichista Oscar Ernesto Nagle, y así, de un plumazo se borró de la nomenclatura tucumana la memoria de un hombre que tanto bien hizo a la provincia.

PROTEGIDOS. Los obreros y empleados eran atendidos desde el Ingenio Esperanza en todas sus necesidades.

Como católico practicante veo con buenos ojos que se honre el nombre del Papa, pero podría haberse elegido la autopista Tucumán-Famaillá; la Avenida de Circunvalación o cualquier nuevo barrio. En lo personal estoy en contra de cambiar los nombres a las calles por otros. Justamente al poner el nombre a una arteria, la idea es honrar a perpetuidad al homenajeado. Lo que debería subsanarse por un acto de estricta justicia con el nombre de Wenceslao Posse. Por otra parte, su espléndido mausoleo en el cementerio del Oeste amenaza caerse y la casa de la administración del Ingenio Esperanza, donde nació la primera Industria pesada sudamericana, padece la desidia de las autoridades locales. Aún así, su nombre subsiste en dos escuelas públicas: una en Buenos Aires y la otra en el pueblo del Ex Ingenio Esperanza en Tucumán. Allí sus habitantes “dicen ser de Posse”, pues el recuerdo de aquél hombre extraordinario aún retumba en cada esquina, en cada rincón del antiguo casco del viejo ingenio que aún de pié, se resiste a derrumbarse, sin que antes se haga justicia con la memoria de quién dignificó con verdadera justicia social a los trabajadores de su fábrica y forjó los cimientos de la industrialización de nuestra Industria Madre.

Bibliografía:

“Informe sobre el Estado de la Clase Obrera”, Juan Bialet Massé, T.I Hispamérica, pgs. 221/225; Carlos Páez de la Torre (1980), “Un Industrial Azucarero Wenceslao Posse”, en “La Argentina del Ochenta al Centenario.” Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo, compiladores., 1980; “Wenceslao Posse, Tucumán, y la Quimera del Oro Dulce”, José María Posse, libro en preparación; “Historia de la Industria Argentina”, Adolfo Dorfman; “Historia Social de Tucumán y del Azúcar”, Eduardo Rozenzvaig; “Un Tercer Cuaderno”, Ernesto Padilla; Colecciones de los periódicos: “El Pueblo”, “El Liberal”, “El Orden”, “La Gaceta”.