La vocación como guía, la relación que existe entre la sensación de aceptar ese mandato y el de conectarse con un amigo. Todo volcado a un solo fin: que prevalezca el deseo de llevar una vida que nos enorgullezca y no una vida insípidamente larga. El filósofo Santiago Kovadloff presentó ayer su libro “Temas de siempre” en el anfiteatro del campus de la Unsta, en el marco del ciclo de Conferencias de LA GACETA. A sala llena, el galardonado escritor destacó los principios de la amistad y de los maestros. Los buenos maestros, los que buscan el aprendizaje y no la imposición de un concepto para que sea repetido.

Fue justamente a Santo Tomás (quien pregonaba la búsqueda del conocimiento) a quien Kovadloff primero citó e interpretó. “Busquemos aumentar la calidad de nuestra ignorancia, esto nos permite una mejor penetración de lo insondable a través de una conceptualización, siempre insuficiente, pero luminosa en su capacidad de ensanchar la comprensión de lo que ignoramos”, planteó, sosteniendo que el conocimiento total nunca se adquiere, por lo que la ignorancia solo puede combatirse sabiendo que siempre prevalecerá.  “Yo cuestiono el concepto moderno de que conocer es dejar de ignorar”, agregó.

Para el autor, redactar es un proceso de aprendizaje más que de enseñanza. “Uno no escribe para decir lo que sabe, uno escribe para llegar a saber lo que quiere decir. Todo lo demás es información”, entendió, y agregó que para escribir hay que salir de la obviedad y, sobre todo, hacer uso de la contemplación.

A SALA LLENA. El anfiteatro del campus de la Unsta en Yerba Buena estaba colmado de lectores e invitados. FOTO DIEGO ARÁOZ/LA GACETA

La vocación

“La vocación se adueña de nosotros, y más vale que cumplamos con lo que dice, porque el que desea y no obra engendra peste”, expuso el escritor, citando al poeta William Blake.

Se trata de un concepto que atraviesa la vida de Kovadloff. El autor contó cómo sufrió al dudar de su vocación como escritor: “a lo largo de la vida de un artista nada nos asegura que tenemos ganado el terreno de lo que llamamos nuestra vocación”. Ese miedo nunca lo llevó a claudicar y siguió publicando libros de poesía y ensayos.  

“La vocación es mandato, es un imperativo que se nos planta al frente y nos dice: o cumplís con esto o vas a ser profundamente infeliz”, enfatizó, asegurando que de joven la literatura y la filosofía “fueron una imposición espiritual”.

¿Se puede encarnar el concepto de la vocación? El artista se atreve a intentarlo, a través de una comparación con el sentimiento que uno vive a entablar una amistad. Kovadloff consideró que la amistad guarda una relación estrecha con la vocación. “Un amigo es alguien a quien redescubrimos, no es nunca alguien a quien descubrimos”, propuso. Ejemplificó esa idea con la empatía que surge al primer momento de hablar con un amigo y sentirse en “un lugar que siempre se quiso estar”.

FOTO DIEGO ARÁOZ/LA GACETA

El fracaso

Ante la pregunta de Jorge Brahim sobre el fracaso, el poeta contó la anécdota con un profesor universitario que lo desaprobó a pesar de que le había recitado sin error la obra de Immanuel Kant. “‘Usted me dice lo que yo le dije en clase, pero no advierto qué es lo que Kant hizo de usted. Usted no puede enseñar Filosofía porque usted no encarna lo que sabe... sólo lo sabe’, me dijo. Nada me parió más como estudiante que esa lección”, expresó. Sostuvo que ese momento no solo le enseñó a estudiar, sino también a expresarse y escribir con subjetividad. “Aprendí a no usar palabras anémicas”, añadió.

La vida

Kovadloff describió cómo “un enorme fracaso” que la vida se esté midiendo en duración y no en los logros. Argumentó que: “no es importante que podamos vivir más años, sino que es primordial que hagamos de nuestra vida algo interesante”. Recordó que en otra época las personas mayores eran a quienes más se escuchaba. “Hoy luego de los 45 años uno comienza a ser cada vez menos escuchado”, analizó.

Progreso y barbarie

El escritor planteó la relación que existe -y que es negada por algunos- entre el progreso tecnológico y sus problemas. “La barbarie no proviene siempre de lo ajeno al progreso, también surge de ahí”, explicó. El ejemplo que dio fue el del celular, que representa un logro indiscutible del progreso para adquirir información, pero consideró: “la adicción a la pantalla es un rasgo de la barbarie que puede provocar”.

“¿Qué crea un maestro? Cómplices. Hace de sus alumnos gente convocada para compartir con él el riesgo de buscar y de volver a pensar”, subraya Kovadloff, un hombre que recuerda con cariño los nombres de los docentes que lo formaron. “Un maestro hace responsables a los alumnos de su propia búsqueda del conocimiento. Busca una enseñanza democrática y no una ideológica”, dijo, y sostuvo que la segunda lleva a la sumisión y desprecia la interlocución. El autor consideró que ese es uno de los problemas que tiene Argentina y reiteró: “El maestro nos muestra que la ideología ausenta del aprendizaje tanto al alumno como al profesor”.