No era una cuestión ligada al mercado del dólar o algo parecido. En ese tiempo (año 1950) nuestro peso tenía fortaleza joven. Con sólo 2 pesos, más 77 centavos, (había centavos de valor uno, de cobre, pequeñitos) se podía comprar un dólar de los EE.UU.

Claro es que la palabra de padre y madre, esos inmigrantes libaneses que no vinieron a estas tierras para “hacer la América” (aunque contribuyeron haciéndola con los nativos, mestizos e inmigrantes primeros en un país despoblado) eran palabras de un contenido rocoso, compacto. De estirpe filosófica y muy lejos de cualquier interpretación mercantilista. En otro plano.

¿Entonces qué?

Paulina, mi madre, me decía: “No venda, compre”, con un tono aureolado de sana prudencia maternal. Las palabras, toda palabra, sobrevuela abismos y cumbres semánticas y va recalando en las estructuras del habla y del contexto social en el que halla campo. Ése lugar donde su vitalidad originaria puede desenvolverse a sus anchas, en la plenitud del habla y del pensamiento que le da sustento.

Algo del sentido de la expresión “No venda, compre” había podido entender en mis años de adolescente.

¿Y qué significaba en concreto? Pues, que en las relaciones humanas, la de todos los días, uno puede ser atrapado por sus palabras, esclavo de sus ideas, de sus procederes en el medio; sea en las relaciones diarias como en aquellas que suceden tras un acontecimiento opinable, aunque no se tengan certezas del asunto. En este campo es donde lo que se expresa en el tan breve dicho “No venda...” que insta a una conducta de hierro, adquiere cobertura casi total.

El “no venda” es no hable, no suelte palabra que resultará imposible recogerla a la hora de darse cuenta de su inoportunidad. No arriesgue opiniones si no se las piden y está seguro, a la vez, de que puede verdaderamente opinar con solvencia, conocimiento, honestidad. Y la segunda parte, “compre”, sobreviene con sus clarines de luz sobre el asunto. “Compre” es tanto como decir “escuche”, “preste oídos atentos a lo que se dice” (mientras calla, escucha). Posiblemente, con ello, el panorama se mostrará sanamente, los rincones oscuros tenderán a morigerar las sombras, a desaparecer, casi. Entonces, la cuestión a suceder o en debate será comprensible.

¿Solo eso?

Sí, sólo eso, que no es poco. Por eso aprendí (aunque a veces olvido esa regla de “platino”) que antes de hablar u opinar (“vender”) –-oralmente o por escrito, sea dicho- conviene escuchar, leer (“comprar”).

El “no venda, compre” lo valoro cada vez más y sobremanera, en este mundo que se va configurando densamente por esa avasallante maraña de informaciones, afirmaciones, desmentidos, confesiones y retractaciones que, con los variadísimos medios disponibles oscurecen los cielos de la comunicación humana.

Lo oscurecen mucho más como una manga de langostas que como una bandada de golondrinas anunciadoras. Y para el cierre: aprendí que el “compre” -con mucha más frecuencia de lo imaginable hace unos años- tiene cada vez más riesgos de provocar desengaños, estafas. Sin que por ello haya mengua en el valor de lo sugerido por mi madre se me ocurre que aprobaría que de hoy en más su enseñanza de tres palabras mute a otra de cinco: “No venda, compre, con cuidado”.

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Carlos Duguech – Escritor y periodista.