Su hijo llegó a la Presidencia de la Nación, mujer que fue una luchadora siempre, primero haciéndose cargo de sus hermanos que habían quedado huérfanos. Después levantando y construyendo ella misma su propia casa, a los 23 años, la misma en la que iba vivir y trabajar toda su vida y que todavía se conserva en San Juan, en la que cobijaría a su familia y a sus hijos. Ella se llamaba Paula Zoila Albarracín Irrazábal, y fue la madre de Domingo Faustino Sarmiento. En su libro “Recuerdos de Provincia”, Sarmiento dice así: “Siento opresión de corazón al estampar los hechos de que voy a ocuparme: la madre es para el hombre la personificación de la Providencia, es la tierra viviente a la que se adhiere el corazón como las raíces al suelo”. Doña Paula, ejemplo de mujer, se caracterizó siempre por su laboriosidad, su abnegación, su austeridad, dignidad y devoción religiosa. Se casó con José Clemente Sarmiento, baqueano y militar, y la pareja tuvo 15 hijos, de los cuales solo llegaron a la edad adulta 4 hermanas y Domingo Faustino. Trabajadora incansable, se pasaba horas bajo la famosa higuera tejiendo en el telar los anascotes (mantas con lana muy fina) y con ello supo mantener a su familia. “En la escuela de mi madre, imperecedera, la escasez era un acaso y no una deshonra”, dice el gran maestro, “Era mujer muy culta e inteligente siempre alentando a sus hijos a estudiar y mostrando gran apego a sus raíces, a los 76 años atravesó la Cordillera de los Andes para despedirse de mí, exiliado en Chile, antes de descender a la tumba”, nos contaba orgulloso Sarmiento en su libro “Recuerdos de Provincia”. Falleció a los 87 años el 21 de noviembre de 1861 en San Juan cuando su hijo alcanzaba los 50 años de edad y quien siete años después, el 12 de octubre de 1868, iba a asumir la Presidencia de la Nación, cargo que iba a ejercer hasta 1874. Desde ella, el hijo de Doña Paula, “sembró a voleo escuelas y bibliotecas”, puso en vigencia el Código Civil, abrió caminos y tendió rieles, desplegó la red telegráfica, levantó el primer censo, fomentó la inmigración y dejó “jalonadas la creación de escuelas normales y colegios nacionales”, el Museo de Historia Nacional, el Observatorio Astronómico, el Colegio Militar, la Escuela Naval y muchas instituciones más. En 1876, y ya finalizado su mandato, inauguró la Estación de Trenes que todavía se conserva en San Martin y Marco Avellaneda, junto al presidente tucumano de ese entonces, Nicolás Avellaneda. En definitiva, fue promotor del progreso y el desarrollo de su país con gran predica y acción a favor de la enseñanza y creación de entidades culturales y científicas. José Ingenieros dirá de él: “Sus pensamientos fueron tajos de luz en la penumbra de la barbarie americana”, “Eligió organizar civilizando y elevar educando y sacudió a todo un continente con la sola fuerza de su pluma”. Por lo tanto, insto hoy a que celebremos pues la llegada de este mes de septiembre, el mes del Maestro de América. Polémico a veces, pasó a la inmortalidad el 11 de septiembre de 1888, y asimismo no dejemos de evocar, también, a la mujer y madre que lo trajo a la vida en esta bendita tierra: Doña Paula. Hoy nuestra querida Patria se encuentra bajo el manto de una palpable y marcada decadencia educativa contraria al pensamiento y acción del que fue el único presidente de origen docente de nuestra historia. Por lo tanto, hago votos para que pronto acceda al manejo del país una dirigencia cuya mayor preocupación sea la educación sin olvidar la importancia que tienen también otros temas como la economía y la inseguridad. Porque nada conseguiremos sin recuperar aquellos valores de raíces que defendía el hijo de Doña Paula, allá lejos y hace tiempo, y que debieran ser hoy un verdadero estandarte para nuestra querida Argentina.

Juan L. Marcotullio

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