Cuenta Bertrand Russell, en su libro “Relatos impopulares”, que cuando Benjamín Franklin inventó el pararrayos, el clero, tanto en Inglaterra como en EEUU, “lo condenó como un impío intento de derrotar la voluntad de Dios”, porque “el rayo es enviado por Dios para castigar la irreligiosidad, ya que los virtuosos jamás serán heridos por el rayo”. Increíble y condenatorio a la vez, pero debemos situarnos en 1700 para comprender estas aseveraciones. No imaginaría B.F., entonces, que más de dos siglos después de su muerte, iba a convertirse en uno de los rostros más conocidos a nivel mundial: su cara en el anverso del billete americano de 100 en homenaje a su legado. Había nacido en Boston en 1906, y siendo el 15avo hijo de un total de17, no llegó a ser presidente, pero sí fue uno de los Padres Fundadores de los EEUU, ya que participó en la Declaración de la Independencia en 1776 (junto a Thomas Jefferson) y en la redacción de la formidable Constitución del país del norte en 1787. Defensor de los derechos individuales y de la libertad de expresión, a pesar de no tener estudios superiores, fue un lector incansable, destacándose en varios rubros, incluyendo la ciencia, la escritura, la diplomacia y la política. En junio de 1752 se hizo famoso por su experimento con una cometa durante una tormenta para demostrar la naturaleza eléctrica de los rayos. Incursionó como abolicionista, siendo elegido presidente de la Sociedad para promover la abolición de la esclavitud. Falleció en Filadelfia el 17 de abril de 1790 y se ganó el título de ser el Primer Estadounidense (“First American”), por su temprana e infatigable campaña por la unidad colonial. El escritor y periodista Walter Isaacson dijo de él: “Fue el más consumado americano y el más influyente en inventar el tipo de sociedad en la que EEUU se convertiría”. En carta a su madre B.F. le decía: “Preferiría que se dijese de mí: vivió útilmente a que murió rico”, y este pensamiento: “De la colisión de distintos sentimientos se encienden las chispas de la verdad y se obtiene la luz política”: ¡Pluralismo!, ¡Qué bellos conceptos! Y qué bien nos vendrían estas enseñanzas a nosotros los argentinos, y sobre todo a nuestros dirigentes que con seguridad conocen (y con creces) el rostro de B.F. pero no creo que las razones por las que su imagen está allí. Año tras año hemos escuchado muchas frases: “¿Alguien vio alguna vez un dólar?”, o “El que apuesta al dólar pierde”, o “El que depositó dólares recibirá dólares” y las mismas pretendían quitarle importancia a la divisa norteamericana, pero ella, aunque nos duela, siempre marcó la economía nacional. Basta recordar al genial Tato Bores cuando en los años ’90 bromeaba con la fascinación argentina por el dólar: “Ese gran deseo y obsesión nacional”, decía. Y todo por la fatídica mentada inflación. Hoy la inflación incontrolada, y récord en el mundo, genera en el argentino, como siempre, que para cubrirse se cambien pesos, se escondan en dólares, o circulen de mano en mano, a pesar de que pocos conozcan de quién se trata el prócer americano, cara chica o cara grande que el billete porta en su anverso.

Juan L. Marcotullio 

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