La historia oculta de las primeras legisladoras tucumanas

Mientras la UCR reunió a la militancia masculina y femenina en una sola estructura, el peronismo organizó a las mujeres en una entidad aparte.

EN EL ARCHIVO DE LA GACETA. Lichtmajer revisa las fotos que ilustran un período poco visitado. El diario guarda un valioso material. EN EL ARCHIVO DE LA GACETA. Lichtmajer revisa las fotos que ilustran un período poco visitado. El diario guarda un valioso material.

¿Dónde figura Otilia Villa Maciel en el mapa de la historia tucumana del siglo XX? Los rastros de la primera diputada nacional que tuvo la provincia son piezas dispersas de un rompecabezas que se torna difícil armar. El mismo destino de invisibilización corrieron las primeras legisladoras provinciales. Como si todas hubieran sido abducidas por un vórtice que las sacó de los manuales, de las calles y de las plazas. Al cumplirse los 30 años de la Ley de Cupo Femenino, LA GACETA subrayó en una serie de artículos la lucha afrontada por las mujeres en la década del 90, período de significativos -y nada sencillos- cambios políticos. Medio siglo antes, aquellas olvidadas pioneras habían dado el primer paso.

Villa Maciel llegó al Congreso en una época sin cupos obligatorios, cuando en la elección de 1951 las mujeres votaron por primera vez. Cuatro años antes se había sancionado la ley clave, la 13.010, que habilitó el voto femenino y reconfiguró para siempre la cartografía política nacional. En el caso de Tucumán, cuyo sistema legislativo era bicameral, accedieron a las bancas Emma Alderete, María Luisa Díaz de Soria, Dora Medina de Vides (diputadas provinciales) Ramona Orellana de Alderete, Jovita Luna de Castillo, Josefa Sad Tejeda y Paula Troncoso (senadoras provinciales), a quienes se sumó en 1954 María Elvira Correa, incorporada en reemplazo del senador Miguel Martín. Todas formaban parte del Partido Peronista Femenino.

ABRIL DE 1951. Afiliadas al Partido Peronista Femenino en la plaza Independencia. ABRIL DE 1951. Afiliadas al Partido Peronista Femenino en la plaza Independencia.

Cuando repasa este capítulo, el historiador Leandro Lichtmajer arranca desde mucho más atrás, cuando a fines del siglo XIX comenzó a gestarse en la Argentina un incipiente movimiento sufragista, inspirado en organizaciones del mismo tipo que habían emergido en Estados Unidos y en Gran Bretaña. Eran tiempos de simulacros electorales, protagonizados por mujeres que representaban a un amplio espectro ideológico y en el que descollaban -entre otras- Julieta Lanteri, Elvira Rawson y Alicia Moreau de Justo. De hecho, Lanteri fue la primera que votó en la Argentina. Gracias a un fallo judicial sin precedentes, lo hizo en los comicios de 1911 para la renovación del Concejo Deliberante porteño.

El período que abarcó desde principios del siglo XX hasta la sanción de la Ley 13.010 en 1947 -explica Lichtmajer, que es docente en la UNT e investigador del Conicet- fue de luchas, avances, retrocesos, pequeñas victorias y frustraciones varias. Así de complejo resultó el camino de las mujeres hasta conseguir los mismos derechos que la Ley Sáenz Peña les había asegurado a los hombres en 1912, En 1927, por ejemplo, el gobierno radical de Aldo Cantoni habilitó el voto femenino en San Juan, logro obturado por una intervención federal al año siguiente. Y en 1932 obtuvo media sanción un proyecto de ley de voto femenino a nivel nacional. Hasta ahí llegó la iniciativa, desestimada por el presidente Agustín P. Justo en aras del delicado equilibrio que había conseguido con su “Concordancia” durante la “década infame”.

Tras el golpe de 1943 el país dio un giro decisivo, condicionado además por la Segunda Guerra Mundial y sus múltiples efectos. Las crecientes demandas de inclusión de las mujeres, con el voto como caballito de batalla, rankeó alto en la agenda del arco político. “Como es conocido, la llegada del peronismo al poder dio cauce a la aprobación de la Ley 13.010, que tuvo en Eva Perón a su principal impulsora -apunta Lichtmajer-. Eva recupera una bandera histórica del sufragismo y la entronca fuertemente con la nueva etapa política del peronismo. Allí hay resquemores por una supuesta apropiación de esa causa”.

ENTUSIASMO EN VILLA LUJÁN. La foto es de la inauguración de la unidad básica femenina que funcionaba en Ejército del Norte 239. ENTUSIASMO EN VILLA LUJÁN. La foto es de la inauguración de la unidad básica femenina que funcionaba en Ejército del Norte 239.

Se produce entonces una diferencia sustancial en lo referido a esta nueva vida política de las mujeres. Mientras la UCR reunió a la militancia masculina y femenina en una sola estructura, el pronismo organizó a las mujeres en una entidad aparte. Así nace el  Partido Peronista Femenino (PPF), con un perfil propio y ajeno a la injerencia masculina, Once delegadas de centros femeninos de Tucumán acudieron a la asamblea general en la que cobró vida el PPF en 1949.

Lichtmajer destaca el trabajo de la historiadora Carolina Barry, cuyas investigaciones resultan insoslayables para conocer esta etapa. Barry explica la importancia de las delegadas censistas, que eran enviadas por Eva Perón a las provincias y territorios nacionales con la misión de estructurar los PPF locales y de concentrarse en una tarea fundamental: el empadronamiento de las mujeres. Hasta la elección de 1951, la primera con la Ley 13.010, como sólo votaban los hombres la base eran los padrones militares. Con las mujeres había que empezar de cero.

Protagonistas

Una de esas delegadas censistas fue Otilia Villa Maciel (de Schauer, siguiendo los registros), a quien le tocó desempeñarse en Corrientes. Es por eso que se encuentran tantos antecedentes sobre la tucumana en las bases de datos litoraleñas. Eva Perón repartía a las delegadas por el país, lejos de sus terruños y de sus familias, una manera eficaz de evitar la construcción de caudillismos locales.

“Era una mujer imponente, de fuerte presencia y gran simpatía”, comentó Eloísa Chico, quien fue secretaria de Villa Maciel en Corrientes. Una vez elegida diputada nacional, la tucumana formó parte en el Congreso del núcleo duro de dirigentes peronistas y ratificó su condición de cuadro político de peso. Tanto que luego del golpe de 1955, junto a un grupo de legisladoras, fue a prisión, acusada de traición a la patria y de asociación ilícita. La liberaron en 1957, en el marco de la amnistía que precedió a las elecciones.

EN EL INTERIOR DE LA PROVINCIA. Un clásico de la época: la dirigentes portando las fotos de Perón y Evita. EN EL INTERIOR DE LA PROVINCIA. Un clásico de la época: la dirigentes portando las fotos de Perón y Evita.

Curiosidades de la historia: a Tucumán en ese juego le tocó recibir a una delegada de llamativo apellido: Ana Carmen Macri. La sede del PPF provincial se estableció el 3 de noviembre de 1949 en Corrientes 579. En apenas tres meses Macri afilió a 6.500 mujeres y fundó 658 unidades básicas, distribuidas por todo el territorio, desde el centro de la capital hasta los más pequeños pueblos azucareros. En 1950 fue trasladada a Sante Fe, y la sucedieron Esther Nieves, Raquel Juárez y Ana Luisa Kerber.

En la otra vereda

A todo esto, ¿qué sucedía en los otros partidos? “La principal impulsora de la organización de las mujeres radicales fue Estela Ciancaglini de García, esposa del secretario del partido, Alfredo García. Ella lideró las delegaciones tucumanas a las reuniones nacionales, promovió el empadronamiento y alentó la creación de organismos de base femeninos”, apunta Lichtmajer. Junto a ella actuaron Angélica Molina de López Carranza, Carmen Flores Sánchez, Georgina del Moral, Hilda Gelsi y Alcira de Toscano, entre otras. “En general -agrega Lichtmajer- estaban unidas por lazos de parentesco con los dirigentes varones”.

“Las mujeres tuvieron diferentes grados de protagonismo -añade-. Es que mientras las radicales se mantuvieron en los márgenes del mapa de poder interno y prácticamente no ocuparon lugares en las listas, las peronistas conquistaron espacios de relevancia”.

El primer caso de una dirigente radical candidata a un cargo electivo se produjo en abril de 1954, cuando Alba Omil disputó una diputación provincial. No logró ingresar a la cámara, pero tuvo revancha cuatro años más tarde. En 1958 -con el peronismo proscripto-, mientras Celestino Gelsi era ungido gobernador, la profesora Omil -nacida en Catamarca, figura relevante en la cultura tucumana de la segunda mitad del siglo XX- y la monteriza Inés Yolanda López fueron las primeras radicales que ocuparon un escaño en Tucumán.

Da la sensación de que un tsunami barrió con todas estas historias. Puede que sea el mismo que se llevó puestos los ingenios en 1966 y se imbricó con la violencia política que cruzó al Tucumán de los años subsiguientes. Pero bien se sabe que los perdedores de hoy pueden ser los protagonistas mañana. Para eso es necesario saldar deudas y la invisibilización de estas mujeres, cortadas de cuajo de un pasado cercano, es una de ellas. El efecto posterior no puede ser otro que la reivindicación.

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