Punto de vista: Silencioso, prolijo, apasionado

Punto de vista: Silencioso, prolijo, apasionado

Por Carmen Perilli - Doctora en Letras.

19 Marzo 2023

A fines de los 60 los estudiantes de letras leíamos a escondidas a los escritores del boom latinoamericano. La academia, y vaya si era academia en los 70, no permitía el ingreso en las aulas de esa nueva novela que nos mostraban los libreros. La fascinación por esos escritores nos había traído a algunos a las aulas. En los pasillos algunos recitaban “Rayuela”, otros “Cien años de soledad”. Todos sentíamos el muro que nos separaba de los docentes que, desde imaginarias o reales tarimas, repetían historias, ediciones, fechas, argumentos. Para todos la creación y la crítica era algo lejano, parecían vivir en un mundo en que no había cafés ni discusiones compartidas. Al fragor de las nuevas ideas, de la solidaridad expresada en las calles, de la confianza en los aires de cambio y la rebeldía contra moldes nos resultaba difícil contenernos en las aulas.

Un día apareció un profesor de rostro oscuro y modales controlados. Se corrió la noticia de que había ganado el cargo de profesor titular en Literatura Latinoamericana, en un conflictivo concurso. El “extranjero” traía un programa sobre el boom. Éramos casi 300 alumnos los que pugnábamos por entrar en el aula y nuestro entusiasmo llegó a desbordarlo. Quiso corrernos a los que ya habíamos cursado, pero éramos resistentes cuando queríamos algo.

Silencioso, prolijo, apasionado, armado de la lanza de la literatura y la adarga de la teoría, este Quijote de rostro indígena se desplazaba por los pasillos efervescentes con colegas poco amistosos y alumnos entusiastas. No sólo lo atraía nuevos nombres, sino que metía de golpe la vida al proponer nuevas. Y además creaba, cantaba, componía. Un día viendo el único canal de entonces lo encontramos tocando un folclore jazzeado. Paz, Neruda, Vallejo, Huidobro se daban la mano con Carpentier, Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa, pero también con Manuel Castilla y Bernardo Canal Feijóo. La región era el Noroeste, pero también América Latina. Octavio fue uno de los primeros profesores de Letras en sentarse con los alumnos en el bar donde nos escuchaba decir sandeces como, por ejemplo, una vez que le dije que, siguiendo los preceptos de Benedetti, no iba a leer nunca a Borges. Se rió. Años después cuando investigaba la obra de Borges, me lo recordó.

Nos enseñaba a escribir, corregía nuestros trabajos con una vergonzosa tinta verde. Cuando lo mirábamos decepcionados nos alentaba: “Pero es muy bueno… siga”. Tuve el privilegio de adscribirme y participar en sus proyectos de investigación. Cuando yo trabajaba en la cátedra recuerdo una escena de tiempos ya sombríos. Al llegar a la facultad, uno de los porteros me cuchicheó: “han puesto una bomba en un avión militar”. En medio de los alumnos vi una cara extraña. Un muchacho joven, muy bien vestido, llevaba la ropa con falta de costumbre. Me interpeló: “sobre qué están charlando”. Interpuse mi situación de profesora. Pidió disculpas y me explicó que estaban para controlar lo que se hablaba, nos recomendó ir a las aulas en silencio. Ese día, Octavio iba a hablar de El Acoso. En la puerta otros dos agentes de la SIDE observaban y escuchaban atentamente. Corvalán me lanzó una mirada de inteligencia y me tranquilicé. Conspiradores para poder defender ese trozo de aula que tanto nos había costado y que nos servía para hablar de libertad, de paz, de derechos del hombre. Cuando emigró a Salta y yo me vi obligada a abandonar la Facultad. Octavio, a pesar de los riesgos y en medio del silencio de muchos, no olvidó nunca acercarme su solidaridad personal e intelectual en las peores épocas. Me estimuló a escribir para sobrevivir al delirio de una realidad que nos mataba poco a poco cada día. Sólo algunos renacían. Siento que Octavio fue uno de los que más jirones dejó en aquellos años. Cuando fuimos reincorporados abrimos la cátedra y fundamos el Iiela, durante un tiempo compartimos la cotidianeidad de la Facultad con ternura y sin roces. Acompañaba todas las iniciativas, pero algo de él no había retornado a las aulas.

Nunca lo hizo totalmente, Octavio Corvalán fue escritor y músico pero sobre todas las cosas, profesor. En uno de los libros escribió: “El diálogo podría continuar. Afortunadamente, la muerte no puede callar a los escritores”.

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