Sagrada Familia, templo icónico de la cristiandad

Sagrada Familia, templo icónico de la cristiandad

La construcción de la basílica está enfocada en lo que será su coronación: la torre de Jesucristo que la erigirá en la iglesia más alta del mundo. Seguidores de Gaudí a promueven su unción como beato.

GRANDES DIMENSIONES. Las columnas son parte clave. GRANDES DIMENSIONES. Las columnas son parte clave.

(Desde Barcelona, España) Si mirarla desde afuera deja sin aliento, adentrarse en su espacio interior corta la respiración. Nada se parece a la Sagrada Familia. Su piel lleva tatuadas las imágenes religiosas icónicas en armonía con acontecimientos y expresiones emblemáticos de la cultura de Cataluña. Al flanquear las puertas esa “arca de Noé” escultórica da paso a un bosque fabricado con columnas, vidrios, música, palabras y colores. Al impulso de fotografiar el contraste le sigue la necesidad de absorberlo hasta la última gota. Esta búsqueda de lo imposible desemboca, a la vez, en la meditación o en la oración. Si algo cabe hacer en ese caos organizado donde cada detalle, por nimio que sea, ha sido planificado con esmero es agradecer en silencio que en la Tierra haya existido alguien capaz de suspender la realidad con el talento y la sensibilidad de Antoni Gaudí.

La Sagrada Familia se eleva a los cielos siguiendo los designios de su arquitecto magistral desde hace 140 años. El proyecto y su ejecución son, en sí mismos y por miles de razones, milagrosos. A la par de ese acto de fe plasmado en piedra se ejecuta otro procedimiento en papel tendiente a la beatificación de Gaudí según las reglas de la Congregación para las Causas de los Santos. La conclusión de ambas empresas se acerca a una fecha de altísimo simbolismo: el centenario del fallecimiento del arquitecto catalán acaecido el 10 de junio de 1926 en Barcelona. Las expectativas abundan por lo que esta coincidencia eventual añadiría a una basílica tocada por la providencia.

La Sagrada Familia se está volviendo en estos días el edificio más alto de la ciudad (desplazará a la Torre Mapfre y al Hotel Arts Barcelona, dos rascacielos pegados al mar), aunque no superará a las montañas de Tibidabo y Montjüic porque los productos naturales de la Creación fueron el límite de las ambiciones humanas de Gaudí. Con sus 172,5 metros, la torre de Jesucristo en desarrollo con la vista puesta en 2026 conferirá a la iglesia el título de la de mayor altura del planeta. Son rótulos accesorios en comparación con el protagonismo que la obra posee en las dimensiones pedestre, técnica y espiritual, una supremacía fácilmente observable desde cualquiera de los muchos miradores volcados hacia el Mediterráneo. Si fallan la brújula o el sentido de la orientación -en términos literales y metafóricos-, la criatura de Gaudí emerge majestuosa en el horizonte para consolar a los perdidos.

Es difícil permanecer indiferente al genio y a la genialidad de la Sagrada Familia. Asombran tanto el devenir de este proyecto como la visión que anticipó con precisión quirúrgica aquel derrotero, como si lo acontecido hubiese sido escrito en una roca preadamita. Originalmente enclavada en terrenos baldíos y periféricos, cuando Gaudí asumió en 1883 la dirección de su magnum opus resultaba inimaginable que esta iba a erigirse en una suerte de ombligo de la capital catalana. Más remota todavía era su posición actual de sitio de visita para los 12.000 peregrinos y viajeros del mundo entero que a diario atraviesan la fachada del Nacimiento. El tiempo se traduce en un torrente creciente de popularidad y grandeza, y lo que comenzó siendo una construcción expiatoria promovida por la Asociación Espiritual de Devotos de San José fundada en 1866 ha acabado por transformarse en lo que el ensayista y crítico holandés Gijs Van Hensbergen considera el mayor templo dedicado a Dios del tercer milenio.

La hora anticlerical

El destino y las convicciones de Gaudí convirtieron en virtud lo que a la primera impresión lucía como un defecto. Así, la edificación “a paso de caracol”, y en función del flujo de las limosnas y donaciones, posibilitó el espectáculo raro de reunir en su consecución el esfuerzo y los aportes de millones de personas; de mantener vigente el modernismo que profesaba su arquitecto mientras se evaporaban los estilos y las modas, y de amalgamar conocimientos adquiridos en la Edad Media con innovaciones como la curva catenaria y otros fenómenos contemporáneos, entre ellos el boom turístico y la digitalización. Gracias a la lentitud, los apurados de esta época disponen en la Sagrada Familia de la ocasión de recibir un golpe de trascendencia.

Que la edificación haya seguido en marcha después de la muerte de Gaudí fue algo calculado por aquel, quien no sólo se encargó de formar a sus discípulos, y de elaborar maquetas y moldes que servirían como guías, sino que también se empeñó en terminar la cripta y el frente del Nacimiento para garantizar que los trabajos proseguirían tras su desaparición. El templo superó pruebas históricas aún más bravas: el levantamiento popular de 1909 en oposición al reclutamiento de soldados para pelear en Marruecos; la dictadura de Miguel Primo de Rivera; la experiencia republicana; la Guerra Civil y la tiranía larga de Francisco Franco.

En el pico de anticlericalismo, el 20 de julio de 1936, un grupo revolucionario de la Federación Anarquista Ibérica prendió fuego a la Sagrada Familia. Según Van Hensbergen, las llamas devoraron en pocas horas los dibujos, la correspondencia y el archivo fotográfico de Gaudí acumulados durante 50 años de ejercicio de la arquitectura. La horda intentó profanar la tumba del profesional ubicada en la cripta, pero al fin se dedicaron a extraer de sus sepulcros y pasear cual trofeos los cadáveres de Josep María Bocabella, fundador de los Devotos de San José, y de sus parientes.

La violencia -incluidos los homicidios de 12 personas vinculadas al proyecto- afectó de manera dramática al edificio hasta 1944. El paréntesis se extendió tanto como requirió la tarea de limpieza, de reconstrucción y de comprensión de los planes concebidos por Gaudí. En medio de las vacilaciones, los contratiempos y las dificultades de financiamiento ligadas al desempeño económico pobre de la dictadura franquista, el Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Barcelona, en 1952, renovó el impulso de la empresa. Cincuenta años más tarde, la conmemoración del sesquicentenario del nacimiento de Gaudí consolidó de manera definitiva a la Sagrada Familia como un legado formidable, que había que proteger y continuar costara lo que costara.

La contemplación de los andamios y de las filas de turistas que atestan las inmediaciones de la basílica de la mañana a la noche tiende a borrar que vuelta a vuelta se alzaron las voces que proclamaban abandonar las obras.

El gozo de José

La leyenda cuenta que, en una fase de vacas flacas, el propio Gaudí salía a la calle a mendigar recursos. A él se le atribuye también el haber dicho que si una guerra destruía el templo, lo construiría otra vez. El caso es que, en 2005, la Unesco incluyó al monumento en la lista del Patrimonio de la Humanidad y que, en 2010, el entonces papa Benedicto XVI se apersonó y lo consagró.

“La alegría que siento de poder presidir esta ceremonia se ha visto incrementada cuando he sabido que este templo, desde sus orígenes, ha estado muy vinculado a San José. Me ha conmovido especialmente la seguridad con la que Gaudí, ante las innumerables dificultades que tuvo que afrontar, exclamaba lleno de confianza… ‘San José acabará la obra’. Por eso ahora no deja de ser significativo que el templo sea dedicado por un Papa cuyo nombre de pila es José (Ratzinger)”, reflexionó el Pontífice.

Pese al apoyo de la Santa Sede, la Sagrada Familia padeció otro escollo: al comienzo de la pandemia, la Junta Constructora debió suspender las obras durante siete meses. Más grave aún fue el apagón abrupto de la atracción turística. La pérdida de los fondos provenientes de las entradas (cada ticket cuesta 26 euros -alrededor de $ 10.700 según la cotización libre de la divisa-) puso en peligro el objetivo de 2026. Pero otra vez la recuperación extraordinaria del año pasado reavivó la esperanza. Desde entonces, las estatuas de los 12 apóstoles ya ocupan sus respectivas torres, cuatro en cada fachada, que se suman a la dedicada a María. Se destacan, como no podía ser de otra manera, las representaciones de los evangelistas inspiradas en las visiones del profeta Ezequiel: Mateo es un ángel; Marcos, un león; Lucas, un buey y Juan, un águila.

Con más hermetismo se tramita el expediente abierto de manera oficial en el año 2000 para que Gaudí sea declarado el primer arquitecto beato de la historia. Entre las pruebas de santidad conseguidas por la Asociación Pro Beatificación consta un comentario publicado en el Diario de Barcelona el 20 de diciembre de 1900 del célebre autor catalán Joan Maragall: “yo comprendo que el hombre que más ha puesto de su vida en la construcción de ese templo no desee verlo concluido, y legue humildemente la continuación de la obra y su coronamiento a los que vengan después de él. Bajo esa humildad y esa abnegación late el ensueño de un místico y el refinado deleite de un poeta. Porque, ¿hay algo de más hondo sentido y algo más bello al fin que consagrar toda la vida a una obra que ha de durar mucho más que ella, a una obra que han de consumirse generaciones que aún están por venir? ¡Qué serenidad ha de dar a un hombre un trabajo de esa naturaleza, qué desprecio del tiempo y de la muerte, qué anticipo de la eternidad!”.

La promoción de la beatificación de Gaudí incorpora el testimonio de un fotógrafo, Francesc Catalá Pedersen, quien en 2002 aseguró que perdió una lente mientras trabajaba en las alturas del templo y que, tras encomendarse al arquitecto, encontró el equipo en condiciones perfectas. Las evidencias hacen hincapié en que Gaudí contrajo “matrimonio con el arte” y en el hecho de que, en los últimos años, y tras el deceso de su padre y de su sobrina, se consagró por completo a la basílica, como si la Sagrada Familia fuera su familia única y total. Tan consumido y compenetrado en ella estaba que en 1926, cuando un tranvía lo atropelló, fue tomado por un pordiosero. La muerte más absurda se llevaba al llamado arquitecto de Dios en estado de gracia con la máxima teresiana que aquel citaba con frecuencia: “la paciencia todo lo alcanza”.

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