El disloque del poema
26 Febrero 2023

Por Fabián Soberón - Para LA GACETA - Tucumán

Los poemas de Sergio Lizárraga (Panes mojados) sorprenden. Singulares y potentes, enhebran un diario de la perdida y miden, con nostalgia, cómo es el duelo en un mundo donde lo divino reaparece en una metamorfosis inefable.

El autor provoca un disloque del sentido a través de la unión de metáforas contrapuestas o en la conjunción de figuras vueltas al revés.

El bosque, la luz, la madre, la palabra dicen cosas que nunca se dicen así. Los panes están mojados y producen el escenario para que el sentido de las cosas se revele en el poema. El poema es, entonces, un laboratorio, un sistema de revelado de misterios mundanos: pasiones, dudas, temores. El poema es, para Lizárraga, un sitio de exploración de aquellos sentidos que el lenguaje coloquial no puede ni siquiera intentar decir; la poesía busca saltar la trampa que ofrece la comunicación cotidiana.

El libro tiene dos partes. En la primera parte, las ramas y las sombras de los árboles exponen cosas y situaciones. El yo se convierte en un terreno de conjeturas y exploraciones: “Yo podría besar la pólvora /estirándome sin torpeza/abrir el intestino sin medir distancias...”

El autor hace latir el dolor, el miedo, las protuberancias de lo oculto. En la segunda parte, una voz singular le habla, en clave mística, al Señor. Y dice, por ejemplo, en un poema conjetural al modo de Borges, en la voz inocua de un Judas hipotético: “Soy Judas / puedo detenerme frente al espejo / y sentir el dolor/ del viento / cuando es forzado a soplar / en tierras de exilio”.

La voz de estos poemas alcanza una altura para descender a un abismo humano: “Señor /si me pides descanso /tengo nidos repletos de sombras...”

El Señor al que le hablan los versos no tiene rostro ni cuerpo. Encarna un poder que los versos escasamente indican. El libro de Lizárraga es un balbuceo, el tembladeral que deja lo inalcanzable, lo que no está nombrado y es apenas entrevisto.

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