2022, no te tengo miedo

2022, no te tengo miedo

La vacuna es lo único que nos permitirá atravesar esta tempestad de la Covid-19, y ahora lo estamos comprobando con contundencia.

¿UNA NUEVA NORMALIDAD? De a poco se regresa a los trabajos habituales, empleadores y empleados.  ¿UNA NUEVA NORMALIDAD? De a poco se regresa a los trabajos habituales, empleadores y empleados.
23 Enero 2022

Por Juan María Segura - Columnista invitado.

Si bien todo parece bastante raro, inquietante, dinámico, de a ratos histérico en este inicio de año en nuestro bendito país, me suena que 2022 pinta bastante previsible. Si, previsible, al menos en lo que al maldito virus se refiere.

Más allá de la curva de contagios que muestra la variante ómicron, exponencial como no vimos nunca antes, lo cierto es que en Argentina ya hay 85 millones de vacunas aplicadas, 35 millones de personas con vacunación completa, y durante este mes niveles diarios de vacunación récord de hasta 500 mil personas por día. Como sostuve siempre, no por ser médico sino por sentido común puro, la vacuna es lo único que nos permitirá atravesar esta tempestad de la Covid-19, y ahora lo estamos comprobando con contundencia.

Casi todos vacunados, casi todos contagiados, casi todos inmunizados. De pronto, y casi sin que lo notáramos, el coronavirus mutó desde una condición de letalidad que nos obligaba a atrincherarnos en nuestros hogares, a una simple gripe, haciendo que la pandemia ya vaya ingresando en su etapa final. De hecho, ya comienzan a aparecer anuncios, como el de Boris Johnson, indicando que antes de fin de enero se eliminarán la mayoría de las restricciones impuestas por la pandemia.

Así, con la pandemia atrás, toca volver a laburar. En eso el año pinta tremendamente predecible. El albañil debe volver a hacer la mezcla para levantar la pared, el panadero a hornear el pan, y el peluquero a afilar las tijeras. El local a la calle debe preparar las mesas en la vereda para recibir nuevos clientes, mientras el industrial enciende las máquinas y el médico reabre su consultorio.

A su vez, el banco debe lanzar nuevas líneas de crédito para apuntalar este mini renacimiento (o período de posguerra…), mientras el empresario debe crear nuevos proyectos para contratar personal, y los artistas deben rearman carteleras de espectáculos a donde todos deseamos concurrir apretados. Necesitamos sentirnos vivos y apretados, en un estadio, en la playa, en un colectivo, en el teatro o en la heladería. Vieja normalidad, nueva normalidad ¡o recauchutada normalidad! ¿Acaso a alguien importa cómo la llamaremos? Lo cierto es que debemos avanzar, y que queremos avanzar, y que finalmente ¡podemos avanzar! De eso no hay dudas, al menos yo no tengo dudas.

En mi área específica de actuación, el campo de la educación, pasó de todo en estos dos años. Cerramos, abrimos, virtualizamos, abrimos a medias, volvimos a cerrar. Fuimos y volvimos ene veces. Conocimos el infierno de Dante y creamos la ficción de que antes estábamos en el paraíso. Vimos pasar funcionarios, protocolos y burbujas, y aquí nos encontramos nuevamente. También la máxima de que ahora solo toca laburar aplica para la educación. Así como las cicatrices de los enfermados se cura con medicina y la de los empobrecidos por la pandemia se cura con trabajo, las cicatrices de los embrutecidos por el mal funcionamiento de la educación de estos 2 años se cura con más y mejor educación.

Podrán notar que no estoy hablando ni de escuela, ni de escolaridad, sino de educación. Y también que no estoy señalando mayor inversión de dinero en educación, sino que estoy reclamando que haya mayor provisión y de mejor calidad. Señalo esto pues creo que la tarea educativa que tenemos por delante no descansa exclusivamente en la escuela y los docentes, y que no está condicionada a los puntos de PBI que se gasten en ese proceso. Quienes aseguran que la escuela funciona mal porque los docentes ganan poco, mienten. Y quienes afirman que somos un país de maleducados porque la escuela no funciona como debería, también mienten. Sobre estos argumento he profundizado en otros escritos y columnas, así que no me detendré ahora. En cambio, lo que sí deseo hacer es plasmar tres deseos bien concretos y realizables para este año, vinculados con este abordaje.

El primer deseo es que todos nos sintamos educadores, ya que todos lo somos. Todos nuestros actos, diálogos y fachadas, son potenciales insumos educativos. Educa lo que decimos tanto como lo que callamos. Educa la forma en la que escuchamos tanto como la manera en la que preguntamos. Nuestra forma de conducirnos en la vida, los valores que alentamos y las rutinas que repetimos, los gustos que nos damos y los argumentos detrás de los cuales nos escondemos, todo ello puede ser útil para la tarea de educar.

El profesor de matemática instruye en un dominio en particular, es verdad, pero solo con ello no alcanza. Si la currícula es un recorte temático, entonces, ¿qué hacemos con el resto, con lo que queda fuera de ese recorte? ¿Quién lo provee? ¿Acaso existe pedagogía alguna capaz de ordenar y coordinar esas otras infinitas virtudes y dominios deseados? ¿El virtuosismo de una sociedad lo provee la política educativa de un Estado, o la conducta de una sociedad toda? Todos somos educadores, y esa tarea la podemos comenzar a ejercer hoy, ahora, ya, aquí mismo. Deseo para este año ver educadores que inspiren, no solamente docentes que enseñen.

El segundo deseo es que logremos acordar como sociedad las características que tienen los niños y jóvenes que debemos educar. Seguimos pensando en los estudiantes y alumnos actuales como si fuesen nosotros pero hace 30 o 40 años. No comprendo bien si lo hacemos por torpeza u holgazanería, pero lo cierto es que nos resistimos a tipificar las características, condiciones y necesidades que poseen hoy las generaciones de jóvenes a las que debemos formar. Los acusamos de mil cosas, les reconocemos mínimos méritos, les exigimos lo que nosotros no logramos hacer ni de grandes, y finalmente los criticamos sin despacho.

Estos jóvenes están esperando que hagamos algo significativo por ellos, y para ello debemos comprenderlos, hablar sus lenguajes, dominar sus herramientas e ingresar en su mundo-matriz. Solo así sabremos de qué estamos hablando, solo a partir de allí podremos proponer un sistema de procesos e instituciones que les sea útil. Deseo para este año ver mayor entendimiento respecto de nuestros aprendices.

Finalmente, el tercer deseo para este 2022 y tal vez el más importante de todos: que cada uno nos propongamos aprender algo nuevo, relevante para nuestra actividad. Estamos obligados más que ninguna otra generación en la historia de la humanidad a aprender nuevas cosas, a reinventarnos profesionalmente, a reinterpretar nuestro entorno, a diseñar nuevas alianzas y a crear una consciencia acorde con la época. Para ello, debemos volvernos aprendices vivaces, curiosos y entusiastas. Si, a esta edad. Ese lugar, esa actividad, llenará de luz nuestra mirada y de energía nuestros propósitos. Solo así lograremos estar adecuadamente equipados para arremeter con este año predecible, franco y, por qué no decirlo, empinado.

Vamos, 2022, que no te tengo miedo.

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