Arañas y apagones de la patria subsidiada

Arañas y apagones de la patria subsidiada

Hay un chiste. En los 90 se hubiera dicho que era “de gallegos”. Por entonces, la Argentina vivía la costosísima fiesta del “1 a 1” y España se ahogaba en la recesión. Así que era fácil disimular nuestra propia cobardía. Porque como enseñaba el filósofo José Pablo Feinmann (el lunes se cumple un mes de su muerte), los gallegos, en esas humoradas, siempre fuimos los argentinos. Decía el escritor y ensayista que nos habíamos espejado tan perfectamente en esas bromas autorreferenciales, afirmaba que nos habíamos retratado de manera tan descarnada, que no tuvimos la valentía de admitir que hablábamos de nosotros. Y dijimos que eran otros.

El chiste narra el experimento de un entomólogo que había conseguido adiestrar una tarántula para que, cuando hiciera sonar un silbato, caminase hacia donde él estaba. Luego de probar que a cada pitido el insecto se echaba a andar, procede con científica crueldad a amputar de a una las patas del octópodo. Cuando al arácnido sólo le quedaron dos miembros, ya no pudo desplazarse. Entonces el investigador anotó: “cuando se le amputan seis patas, la tarántula queda sorda”. El biólogo, por lo que acabamos de explicar, no era gallego.

Resulta casi imposible no rememorar ese chiste, que habla de cortes y de conclusiones sorprendentes, durante esta semana en que los tucumanos padecieron los cortes de luz y el Gobierno tucumano dio a conocer una noticia sorprendente vinculada a la sordera.

El método

El Poder Ejecutivo Provincial le aplicó una multa de $ 15 millones a la EDET por las interrupciones en el suministro de energía eléctrica ocurridas entre el 3 y el 18 de diciembre pasados. Invocó la Ley Nacional de Defensa del Consumidor (24.440) y alegó dos presuntas trasgresiones: que la empresa aparentemente no informó a los usuarios sobre los cortes; y -lo cual es central- que presuntamente incurrió en incumplimiento de contrato.

La sanción dispuesta contra la distribuidora de energía no es un chiste. Por el contrario, es un asunto bastante duro. Y más duro todavía es que centenares de miles de tucumanos se hayan quedado sin la prestación mínima de un servicio indispensable.

Sin embargo, hay un trasfondo en el que la seriedad comienza a diluirse. Casi como en la estructura del chiste del entomólogo argentino. En la humorada de la tarántula, la porción verosímil de la historia consiste en que hay un científico estudiando un insecto. Pero de inmediato se presenta el interrogante: ¿por qué escoge ese procedimiento?

La estructura de la noticia provincial presenta una situación similar: los tucumanos se quedan sin luz y el gobierno decide aplicar una multa a EDET. Ahora bien, ¿por qué lo hace a través de la Secretaría de Comercio y no del Ersept, cuyo nombre oficial, para mayor especificidad, es Ente Único de Control y Regulación de los Servicios Públicos de Tucumán? Sobre todo porque lo que se está aduciendo es un incumplimiento de contrato. ¿No es el Ersept el ente único donde justamente deben revisarse las cuestiones contractuales referidas a ese servicio público en Tucumán?

Ahí es donde comienza a resolverse el chiste noticioso: el que se refiere al “instrumento” de la historia. ¿Cómo va a haber un científico que cree que las tarántulas sólo “oyen” a través de las patas? Las patas están para otra cosa.

Sin embargo, en Tucumán pareciera que el Ersept sólo está para autorizar la suba de las tarifas de los servicios públicos. Más aún: entre las novedades de enero difundidas en las redes sociales, se destacan la entrega de llaves de punto en Las Talitas y la entrega de luminarias led para comunas del interior.

Es decir, mientras la provincia se queda sin luz, de las sanciones contra los eventuales responsables se ocupa la Secretaria de Comercio porque el ente regulador del servicio está abocado a entregar materiales y artefactos eléctricos… en la provincia sin electricidad.

No es un chiste.

No causa gracia.

No es Galicia.

La sordera

Lo que sí parece un chiste, y bien de argentinos, es la conclusión de la noticia protagonizada por las autoridades tucumanas: la culpa es de EDET. Fin del cuento.

En el chiste del entomólogo, al resultado de la investigación, por así decirlo, “le falta algo”. La deducción a la que arriba el científico es arbitraria porque el sujeto no muestra el menor interés por conectar la reacción a la que se enfrenta con las acciones que perpetró antes. Se le antoja que todas las razones por las que el artrópodo ya no se desplaza son inherentes sólo al artrópodo.

Otro tanto pretende la multa del Gobierno contra la empresa: la provincia está sin luz y los tucumanos, cuando no están a oscuras, se están derritiendo porque no tienen ni para hacer funcionar un ventilador. Entonces, la culpa, toda la culpa y la única culpa es de EDET.

Probablemente la empresa tenga responsabilidades y deberían ser deslindadas en el ámbito técnico adecuado (es el Ersept, no la Secretaría de Comercio). Pero el chiste radica en que el Estado es el que declara la culpabilidad unilateral. Y al hacerlo, su sordera no repara en que para que el modelo energético no vaya ni para atrás ni para adelante, se necesitó de su intervención, en la forma de una prolija amputación de los “medios” para evitar el colapso.

Eso y no otra cosa es la política de congelamiento de tarifas; seguida del incremento demencial del gasto público para cubrir los costos de los servicios; y rematada con acuerdos del sector público con el privado que liberaban a las concesionarias de cumplir con los planes de inversión en infraestructura, estipulados por contrato. Todo ello, a cambio de que la boleta que de los usuarios se mantuviese en montos bajos. En otros términos, la consagración de la patria subsidiada. Lo mejor de la humorada es que esas distorsiones se anunciaban como los logros estatales de la década. Pero el populismo tiene patas más cortas que las arañas.

Las escalas

A microescala, los resultados son espeluznantes: en Tucumán no hay ni para hacer andar un turbo, pero la política de la patria subsidiada hace que un vecino de Belgrano R, Recoleta o Palermo, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pague $ 600 en su boleta.

A macroescala, el asunto es monstruoso. Según el Gobierno nacional (economía.gob.ar), el 8,8% del Presupuesto 2021 se destinó a “Energía”. Fueron 682.000 millones de pesos. Es más del doble del Presupuesto 2022 de Tucumán para todo este año: el Estado provincial prevé gastos para los próximos 12 meses por 320.000 millones de pesos.

La información oficial arranca así: “Esta política (…) responde primordialmente al financiamiento de acciones destinadas a garantizar el abastecimiento energético”. Y lo dice en serio…

Para mayor sentido del humor, según informa la página oficial de YPF, desde que en 2018 fue ampliada la capacidad de generación de energía de El Bracho, esa planta termoeléctrica cuenta con una capacidad de generación de 1.103 megavatios (MW) de potencia: Tucumán consume, en promedio, sólo 800 MW. Deberíamos estar discutiéndole a París el eslogan de “Ciudad Luz”. Pero lo producido en El Bracho va primero a la red interconectada federal. “Federal” significa “que haya luz para el Área Metropolitana de Buenos Aires” (electoralmente desequilibrante). Lo que sobra es para Tucumán. O más bien para sus cortes.

Lo que tampoco es un chiste es que el gasto destinado a “Educación” es sensiblemente menor. Representa el 6,4% del Presupuesto nacional y totaliza $ 493.000 millones de pesos. Es decir, se gastan casi 200.000 millones de pesos más en “Energía” para que el país se quede sin luz. Otra vez y sin que sea broma: ¿qué nos dice eso de la situación de la educación en el país?

La distorsión

Sí equivale a un chiste retorcido, en cambio, que quienes van a contestar que a cambio de todo esto los argentinos (y en especial los pobres) cuanto menos pagan poco por el servicio, son legión. Una legión a la que “le falta algo” en la conclusión. Porque pretender que se paga poco por la energía (en el AMBA, habrá que decir, porque en Tucumán no es nada barata) está a la altura de deducir que una araña sin seis patas no se mueve porque se quedó sorda.

En la patria subsidiada, lo que no se abona en la boleta de la luz se paga a través de los más diferentes impuestos. Según el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf), en 2020 un empleado tuvo hasta 214 días para pagar todos los impuestos. Eso significó para algunos que todo lo ganado hasta el 1 de agosto fue para entregárselo al fisco.

Semejante carga impositiva genera un universo de distorsiones. El IVA generalizado hace que un jubilado, un empleado público y un gerente de una gran empresa paguen el mismo 21,5% por una lata de gaseosa que un desempleado. Pero no sólo la justicia social queda desbaratada. Los Ingresos Brutos, que grava cada instancia productiva, son un incentivo para no declarar ventas. El Impuesto a las Ganancias (que considera que la jubilación de un docente rural es “ganancia”) atenta contra la eficiencia y el esfuerzo: en un punto, trabajar menos es más redituable. Las retenciones al campo son un incentivo para no producir. El Impuesto al Cheque es un incentivo para dismunir la demanda de dinero.

Ni hablar de los subsidios para el transporte público de pasajeros: en el AMBA, el boleto mínimo es de $ 18. Con tarifa social, $ 8,10. En Tucumán, el urbano es, desde mediados del año pasado, de $ 45. Ahora, para tranquilidad de todos, están planeando, directamente, estatizar el servicio en la provincia…

Queda claro que nada es “gratis” porque siempre hay alguien que lo paga. Por transición, si los argentinos (y los tucumanos entre ellos) están pagando muchísimo, directa e indirectamente, por un servicio de energía que les garantiza quedarse sin luz, el negocio de la patria subsidiada no es de los ciudadanos. Pero no hay duda que de alguien ha de ser.

La deducción

“Desde hace tiempo la gente sencilla se hace preguntas sencillas. La primera es: ¿dónde está la plata? La segunda es: ¿quién se la llevó?”, comienza el texto “Cuestiones sencillas”, del recordado Feinmann. Allí explicaba que la segunda pregunta era consecuencia de la respuesta que la gente sencilla le daba al primer interrogante: “la plata no está”. Y no está, abundó, porque nadie la ve. “La plata de un país siempre se ve. Se ve en obras, en construcciones, puentes, túneles, planes de educación, escuelas, y se ve -en gran y decisiva medida- en el bolsillo de la gente sencilla”, explicó, con sencillez. “Y también: cuando la plata está se ve en la ropa. Se ve en la falta de desocupados. Se ve en la disminución de la mendicidad. Se ve en la disminución de la delincuencia. Se ve. Se toca. Se siente. La plata está. O sea, no se la robaron”

Si lo que nos pasa fuera un chiste, diría algo así como: “había un país donde a la plata del pueblo no se la veía porque a los gallegos ni siquiera para la luz les dejaron”.

Y daría para largarse a llorar.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios